Desde la llegada de la democracia

La insurrección que no llega o cómo la clase media resiste frente a la peor crisis

Ni los golpes económicos ni los sociales o sanitarios han empujado a la mayoría de la población española a posturas más radicales. Al contrario: en los peores momentos, su voto siempre fue hacia la moderación.

Una mujer perteneciente al sector hostelero de Alicante sostiene una pancarta en una manifestación.
Una mujer perteneciente al sector hostelero de Alicante sostiene una pancarta en una manifestación.
Europa Press

El 1 de mayo de 2009 los sindicatos organizaron manifestaciones por todo el mundo. El paro estaba creciendo a pasos de gigante y los trabajadores veían su futuro lleno de tormentas. Aquel era el primer 1 de mayo después del estallido de la gran crisis de 2008. En Turquía y en Alemania se registraron violentos choques contra la policía. El paro en Turquía alcanzaba el 10,3% de la población activa y en Alemania el 8,5%. En España era mucho más alto: el 18%. Sin embargo, hubo menos agitación que la que se pensaba. En realidad no hubo agitación. Un corresponsal extranjero se sorprendía de que en España se registrasen tan pocas manifestaciones callejeras violentas.

En 2013 las cosas fueron incluso peor. El paro alcanzó su tasa más alta, el 27% de la población activa, de modo que había 6,2 millones de personas el paro. Un artículo en 'El País' titulado "La rebelión de las clases medias" y publicado aquel año auguraba que se estaba cociendo un levantamiento de las clases medias contra las elites extractivas. La insurrección nunca llegó.

Desde hace un año, España vive la mayor crisis sanitaria de la historia y una de las mayores crisis financieras. El paro ha llegado a los 4 millones de personas, pero si se suman los trabajadores en ERTE, serían casi 5 millones. El desempleo ha crecido más rápidamente que en la crisis de 2008. La economía española perdió el año pasado más de 60 millones de turistas. Líneas aéreas, hoteles, eventos, ferias… todo eso ha desaparecido, lo cual ha construido un paisaje estéril al que solo le faltan las bolas de ramas secas rodando por las calles polvorientas. La industria del automóvil, la tercera de la UE, facturó un 20% menos. Entre los países de la UE, España es el que peores resultados ha obtenido en general y el que ha sido más duramente golpeado por la pandemia en términos económicos. Cerró 2020 con una caía del PIB del 11%.

Y desde el punto de vista sanitario, España ha sufrido más de 70.000 muertes por el Covid-19, entre ellos unos 29.000 ancianos, y se han contagiado más de tres millones de personas. ¿Cuál ha sido la reacción?

Miembros de diferentes gremios protestando ordenadamente en las calles en manifestaciones pacíficas donde lo único que se ha roto han sido algunos platos de los propios restaurantes. Pero nada más. 

De modo que la esperada insurrección de las clases medias a estas alturas no llega ni con violencia ni sin violencia. ¿Por qué? Hay algo en la psique más profunda de ese español sociológico que le hace rechazar los radicalismos casi por instinto pues siente que eso puede amenazar su pequeño mundo: su propiedad, su familia, su zona de seguridad. Por eso son clase media. Pero, ¿qué es la clase media?

Decía el catedrático de Sociología de la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad Complutense de Madrid, Rafael Feito, que se considera clase media "a todo el mundo que no duerme al raso o no tiene un jet privado", según un reportaje publicado en 'La Vanguardia'.

Desde el punto de vista de los ingresos, la OCDE considera clase media en España a hogares que ingresan entre el 75% y el 200% del sueldo medio del país. Es decir, entre 11.400 euros y 30.400 anuales. Ahí está la mayoría. Ese español medio es el que, según las encuestas, siente aprecio por las instituciones como la Sanidad, la Policía, la Guardia Civil, el Ejército, el personal docente y las ong según una encuesta del CIS a finales de 2020. Esa es la verdadera estructura del Estado: el sistema.

Lo que ha salvado a este país en los últimos cuarenta años ha sido esa moderación de las clases medias y su respeto por las instituciones. Veamos la historia reciente. 

En las primeras elecciones generales en 1977 los partidos más radicales de izquierdas esperaban un éxito rotundo para hacer la revolución, pero la inmensa mayoría de los españoles votó por el centro, que en el fondo representaba a la ideas de las clases medias y moderadas. Revoluciones, las justas. El intento del golpe de estado de 1981 liderado por el teniente coronel Tejero fue rechazado por la inmensa mayoría de los españoles como pocas veces se ha visto en la historia de las encuestas. En la primera encuesta realizada por el CIS tras el golpe, el porcentaje de españoles que apostaba por la democracia frente a país bajo un sistema autoritario fue el mayor de la historia del CIS.

En las elecciones de 1982 el Partido Socialista no era el mismo de los años treinta, aquel que esperaba instaurar en España los soviets ibéricos, según dijo su presidente Largo Caballero. La prueba es que en 1979, Felipe González anunció en el XXVIII Congreso del PSOE (antes de su llegada al poder) que o el partido eliminaba el marxismo como ideología oficial, o él dimitía. Lo eliminaron. Había que moderarse.

Desde entonces, el PP y el PSOE, los partidos que han gobernado España en el fondo se han disputado el voto de esa inmensa mayoría de clases medias moderadas. En las elecciones de 2016, parecía que un partido radical de izquierdas (Podemos) iba a irrumpir y romper la tesis de la moderación de las clases medias. Duró poco. En las elecciones de 2019, el partido que iba a conquistar las cielos para hacer la revolución, Unidas Podemos, perdió el apoyo popular por su radicalismo. En las elecciones autonómicas posteriores lo siguió perdiendo.

Y hoy ni siquiera la mayor crisis sanitaria de la historia ha conmovido los cimientos del español medio moderado. La clase media ha aguantado esta crisis por dos razones: primero, el estado de Bienestar oficial –seguro de desempleo, pensiones, sanidad pública, ayudas de las CCAA, ERTEs–; y segundo, por el estado de Bienestar paralelo: organizaciones humanitarias cristianas o laicas, bancos de alimentos, solidaridad social… y sobre todo, la familia: desde las pensiones de los abuelos que cubren las necesidades de hijos y nietos desempleados, hasta la solidaridad familiar de hijos a padres y abuelos, primos, y la solidaridad del círculo de amigos.

Esas coberturas han construido una clase media moderada que no quiere radicalismos. La otra cara es que ha impregnado de docilidad a esas clases medias. Hacen cola en los centros de salud, en los bancos de alimentos, y han tragado con sorprendente paciencia el confinamiento, las restricciones, las limitaciones a la movilidad y hasta las multas. La pregunta que se hacen los sociólogos es si esa clase media estallará en un próximo futuro presionada por la situación económica y sanitaria.

Para hacerlo necesitarían un único líder que las agite y las lance a la calle: pero esa inmensa mayoría moderada, paciente y dócil, reparte su voto entre diversos partidos más que nunca en la historia reciente. Ese líder no llegará. Además, las clases medias moderadas se mantienen protegidas por un sistema de bienestar estatal y paralelo. Cuando la vacunación en masa permita recuperar el consumo en España (y en el resto de Europa), regresará parte de la riqueza a este país, y con ella la moderación volverá a sus cauces de siempre, la misma que ha logrado la estabilidad del país durante 40 años.

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