Juan Antonio Ibáñez, el alcarreño que quiso seguir en Urbas la fiesta del ladrillo

  • Es vástago de una de las familias más reconocidas de Guadalajara, la familia Robisco, una de las sagas de empresarios más importantes de la ciudad.

Un analista de mercados y cotizaciones comentaba hace una década que no entendía como una empresa como Urbas, originaria de Guadalajara, podía mantenerse en el mercado continuo tanto tiempo con unos activos que apenas eran unos “rastrojos” en un pueblo cercano a la capital alcarreña.

Era el tiempo del boom inmobiliario, en el que las parcelas de trigo y cebada de esa zona no se vendían por hectáreas, como siempre, sino por metros cuadrados para poner urbanizaciones cerca de Madrid.

Ahí estaba el secreto de las constructoras e inmobiliarias como Urbas, crecidas al amparo de la especulación sobre el valor del suelo y el precio de la vivienda y dirigidas por unos personajes especialmente hábiles para multiplicar panes y peces con humo y sacar provecho de las oportunidades más inverosímiles que ofrecía el mercado.

Y uno de los empresarios alcarreños más hábiles en semejante faena es Juan Antonio Ibáñez Martínez, el presidente de Urbas, la constructora que ahora está encausada por la Audiencia Nacional por estimar que hay supuestas irregularidades en su última ampliación de capital.

Urbas Proyectos Urbanísticos y Urbanizaciones y Transportes, se constituyó el 20 de octubre de 1944, con sede en Barcelona, por un grupo de reconocidos e importantes hombres de negocios y ex políticos simpatizantes del franquismo.

Era una empresa dedicada fundamentalmente al desarrollo de planes urbanísticos y a la gestión de aparcamientos, pero extendía sus actividades a los servicios de control aéreo para el ejército, fabrica equipos médicos y productos de corcho.

Cotizó muy pronto en bolsa, pero casi 50 años después de su fundación y con muy poca actividad y escasos activos, pasó a ser controlada por una inmobiliaria alcarreña, Guadarhermosa, que acababan de fundar el exalcalde de Guadalajara, Javier de Irízar, y un par de socios más, uno de ellos Juan Antonio Ibáñez, economista y hasta ese momento empresario implicado en proyectos varios. No hizo falta gran aportación de capital.

De hecho tampoco los nuevos socios venían con grandes fortunas, más al contrario, con más pena que gloria. Pero solo poner en el balance algunos activos bien valorados por ambas partes y controlar la mayoría tras la integración fue suficiente.Auge inmobiliario

Irízar, alcalde y senador durante casi doce años, era el presidente no ejecutivo, e Ibáñez el consejero delegado que ordenaba y mandaba en la gestión de la empresa.

El tándem funcionó bien durante la segunda parte de la década de los noventa y el inicio del nuevo siglo, en plena salida de una crisis dura (la del 93) y con un mercado inmobiliario en pleno desarrollo y expansión.

Fue un buen negocio durante mucho tiempo, con una sociedad cotizada que además se podía aprovechar bien del alza de los mercados en un negocio como el del suelo, muy marcado en esa década por la especulación.

Era un terreno abonado para gente astuta en los negocios y con pocos reparos a la hora de agarrar ganancias, y la inmobiliaria que partía con unos pocos activos casi agrícolas en la campiña de Guadalajara, subió como la espuma dirigida por un hombre como Ibáñez.

Guadalajara es una ciudad donde casi nunca pasa nada, pero al mismo tiempo, donde todo el mundo se conoce. Y Juan Antonio Ibáñez no ha pasado nunca desapercibido entre los más notables de la capital alcarreña. No en vano es vástago de una de las familias más reconocidas de Guadalajara, la familia Robisco, una de las sagas de comerciantes y empresarios más importantes de Guadalajara.

Bajo la batuta de Ibáñez y con Urbas Guadahermosa en plena de liquidez, a las puertas de la explosión de la burbuja inmobiliaria, en el año 2008, la empresa alcarreña se abre a nuevos negocios e inversiones en busca de rentabilidades y oportunidades que impidieran que la caja se quedase vacía con la caída a plomo del sector.Adiós del socio

Es en ese momento cuando Javier de Irízar, el socio que lanzó todo con Ibáñez, no contento con el camino que llevaba la empresa, decide dejar el negocio y volver a su trabajo de siempre como abogado y a recordar su época de político como senador.

Ibáñez se hace en ese momento con todo el control y sigue adelante capeando la crisis con inversiones especulativas en el sector fotovoltaico, subvencionado y que ofrecía un beneficio fácil.

La empresa cambia de denominación para llamarse Urbas Grupo Financiero, con inversiones en Marruecos, en Cuba o allá donde hubiera una oportunidad de negocio. Pero la especulación en las energías renovables duró poco y tampoco le ha servido a Urbas para evitar el azote de una crisis originada en su sector y generalizada a todos los niveles.

Como cotizada en bolsa, la lupa de la CNMV y de los analistas más duros está siempre al tanto de la compañía, que más allá de las cifras oficiales, acumula una deuda complicada de solventar.

Ibáñez sigue adelante con su cometido y mueve ampliaciones de capital, entrada de nuevos socios, creación de otras sociedades, etc… hasta conformar un entramado complejo de activos y empresas con datos siempre bajo sospecha. El valor está bajo y no molesta ni en el sector ni en las operaciones, con lo que sigue adelante en el mercado sin mayores problemas ni grandes beneficios, a la espera de que el ladrillo se recupere.

El momento de la recuperación está ahora en ciernes y Juan Antonio Ibáñez, ya cerca de los 60 años, quiso dar el último arreón hacia delante del empresario alcarreño con la ampliación de capital de 307 millones planteada hace apenas año y medio (con un valor en bolsa que no pasa de 45 millones) y con una sociedad en pérdidas entonces, y con 90 millones de deuda.

Lo que debería ser ya Urbas Real State. Quien les iba a decir a los originarios fundadores de la empresa que iban a tener todo este recorrido.

El problema está en que la transparencia del mercado exige explicar muy bien las cosas. Ya no vale ser solo astuto e inteligente en los negocios, hay que parecerlo también para que los hombres de negro que lo investigan todo no entren en tu despacho a registrar los ordenadores como si fueras más un pirata que un buen patrón. Tampoco vale vender suelo rústico revalorizado a precio de calle principal.

Ni sirven ampliaciones de capital poco claras donde los activos no estén estipulados al valor que deben. Ese es el derrotero final al que se enfrenta ahora Ibáñez, el hombre que supo aprovechar el boom inmobiliario, pero solo mientras duró.

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