Los anticapitalistas vuelven con ánimos renovados

En el corazón de Davos: ¿estamos ante el fin del capitalismo o es solo un eslogan?

  • Hasta Ray Dalio (Bridgewater) cree necesaria una seria revisión. Un Estado protector (y controlador) reemplazaría a las fuerzas del mercado. 
En el corazón del debate clave en Davos: ¿estamos ante el fin del capitalismo? / EFE
En el corazón del debate clave en Davos: ¿estamos ante el fin del capitalismo? / EFE

Cuentan los biógrafos de Adam Smith que, tras volver de un viaje a Francia en 1766, el erudito escocés estuvo escribiendo durante casi diez años su libro 'La riqueza de las naciones', en el que atacó las regulaciones económicas y defendió la libertad de los individuos. Así nació la metáfora más famosa de la historia de la economía: “[El individuo] solo intenta su propio beneficio, y está en esto, liderado por una mano invisible para promover un fin que no era parte de su intención”. Esa “mano invisible” haría la economía más eficiente. Los diferentes gremios de trabajadores (hoy lo llamamos empresas), dejados libremente a las leyes naturales, perseguirían sus propios intereses y crearían una sociedad estable y próspera.

El Estado solo intervendría en tres situaciones: para la defensa legítima interna y externa; para crear de leyes para evitar la opresión de unos sobre otros; y para la provisión de bienes públicos que el mercado no fuera capaz de abastecer.

Sus teorías son consideradas como los pilares del capitalismo y, guste o no la palabra “capitalismo”, la economía de libre mercado ha ido paralela al desarrollo económico de los países. Hoy parece que ese capitalismo está en retirada, o por lo menos, discutido dentro de los países capitalistas. Hasta el Foro Económico de Davos, que tiene lugar en estos días, ha querido reflexionar sobre el capitalismo en sus reuniones de empresarios, políticos y gobernantes del mundo. ¿Se puede mejorar? ¿Estamos ante el fin del capitalismo?

¿Una fábrica permanente de desigualdad?

La duda emergió con fuerza a partir de la crisis financiera de 2008, tras la cual los desahucios, la ruina, los despidos y los recortes lanzaron a la desesperación a millones de familias en Occidente. Ahora, cuando aquella crisis parecía superada, el capitalismo no es capaz de resolver el gran problema de la desigualdad. Libros como el de Thomas Piketty ('El capital en el siglo XXI') intentan demostrar que el capitalismo actual es una fábrica permanente de desigualdad. Año tras año, la renta de los más ricos se acentúa mientras la renta media de la población crece a un ritmo casi insignificante.

En el reciente libro 'Historia de la Banca Privada en España' (editado por la firma A&G Banca Privada) se dan cifras que refuerzan esa tesis. El índice Gini que mide la desigualdad de cada país se está incrementando de forma preocupante. En el caso de España, dice lo siguiente: “En 2007-2017, los ingresos del 1% más rico crecieron un 24%, mientras que los ingresos del 90% más pobre apenas lo hicieron un 2%”.

Es lo mismo que está sucediendo en otros países desarrollados. Se está produciendo la “elephant curve”, que es la metáfora visual que se usa en los gráficos cuando los ingresos de una minoría suben tanto que parecen la trompa elevada de un elefante. Mientras tanto, la gran mayoría no disfruta de un progreso en rentas similar.

Hay más razones para estar preocupados. El poder de las grandes corporaciones no solo crece, sino que se extiende rápidamente a escala universal gracias a la libertad de mercado. Ya no son oligopolios: son gigantopolios. Amazon, por poner un ejemplo, se ha vuelto la gran tienda del mundo. Su valor en Bolsa casi equivale al PIB de España. Es capaz de vender de todo. Lo preocupante no es su crecimiento y sus beneficios, sino su tamaño porque deja poco espacio para los pequeños comerciantes. Las tiendas de ropa, por ejemplo, se quejan de que se han convertido en “el probador” de Amazon: la gente ve productos de vestir en la web de la multinacional, luego buscan pequeñas tiendas físicas para probarse el género, pero acaban comprando en Amazon.

Las bolsas del mundo las mueven unos cuantos fondos de inversión, y a su vez, estos fondos confían en los algoritmos y en el 'high speed trading' para hacer sus operaciones. Pueden hacer subir y bajar la bolsa, entrar y salir de empresas. Blackrock, que es el mayor del mundo, maneja activos por valor de 6,3 billones (con b) de dólares, lo que quintuplica el PIB español.

Hasta Ray Dalio, fundador de una de las firmas de inversión más famosas del mundo (Bridgewater), cree que el capitalismo debe entrar en la ITV y sufrir una seria revisión. En abril de 2019 confesó en un artículo: “He visto evolucionar al capitalismo de una manera que no funciona bien para la mayoría de los estadounidenses porque está produciendo una espiral que refuerza a los que tienen y debilita a los que no tienen. Esto está creando brechas cada vez mayores de ingresos, riqueza y oportunidades que representan amenazas existenciales para los Estados Unidos porque estas brechas están provocando conflictos nacionales e internacionales perjudiciales, y debilitando la vida en EEUU”.

Para complicar las cosas, la digitalización y la Inteligencia Artificial (IA) están irrumpiendo con inesperada fuerza en las empresas, que las ven como la nueva forma de ahorrar, de vender más y de ganar más. Pero la contrapartida es que millones de puestos de trabajo van a quedar suprimidos en poco tiempo. La nueva secretaria de Estado para la Digitalización y la Inteligencia Artificial, la empresaria Carme Artigas, ha dicho en numerosas entrevistas que el impacto laboral será doloroso e inevitable. “La automatización, la robotización y la IA van a eliminar muchos puestos de trabajo como los conocemos hoy en día”, dijo en una entrevista para 'Vanity Fair'.

Es decir “la mano invisible” de Adam Smith parece que está soltando bofetones a diestro y siniestro, y las víctimas son los más débiles, como siempre.

Todo eso ha dejado o va a dejar desamparados a numerosos sectores de la sociedad por lo cual la izquierda o los anticapitalistas vuelven con ánimos renovados. Desde la caída del Muro de Berlín en 1989 parecía que no levantaban cabeza. Ni siquiera el marxismo, que muchos de ellos seguían teniendo como modelo económico, estaba resistiendo los embates de los tiempos: los obreros se aburguesaban, perdían su conciencia de clase y se enriquecían, de modo que apagada la lucha de clases, la izquierda se apropió de la lucha de géneros, la lucha ecológica, la lucha por los animales, y cualquier lucha que no estuviera “cogida de antemano”.

Eran luchas, por así decirlo, colaterales, pero los enigmas económicos actuales no resueltos por el capitalismo como la desigualdad o el inminente desempleo de masas les devuelven la confianza en sus viejos ídolos: reivindican a Marx y tachan sus análisis de muy actuales.

Esa oportunidad les ha valido para salir de las facultades humanísticas y volver a debate público. Y si hay algo en lo que son buenos es en los debates. Salario universal, renta básica y hasta trabajo para todos promovido por el Estado, como declaró el reciente director general de Inspección de Trabajo y Seguridad Social, Héctor Illueca (Podemos): “La transformación del Estado en empleador de última instancia permitiría, no sólo alcanzar el objetivo del pleno empleo, sino también detener y revertir el deterioro acelerado de las condiciones de trabajo que se viene produciendo en España desde que estalló la crisis económica”.

Su enemigo es el neoliberalismo, que es la doctrina que para ellos reúne los peores defectos del capitalismo: el interés por el beneficio cueste lo que cueste, y la libertad de mercado y su eficiencia como máquina productora de iniquidades.

Un Estado protector... y controlador

Sea correcto o incorrecto su análisis, lo que parece surgir desde las profundidades es un Estado protector, controlador, vigilante y organizador mucho más allá de lo que estábamos acostumbrados. Un Estado que vendría a ocupar el sitio que han ocupado hasta ahora las fuerzas del mercado, las cuales desde la crisis de 2008 están siendo cada vez más discutidas.

Sin embargo, aquí se plantea un dilema. La democracia es un fenómeno moderno cuya implantación ha ido paralela desde el siglo XIX a la implantación de la economía de libre mercado. De hecho, si se mira bien, la democracia moderna es la analogía de la libre competencia en el mundo de la política pues en lugar de empresas que ofrecen productos y servicios para el mercado, la democracia tiene a partidos políticos que ofrecen programas ideológicos y compiten para atraer a otro tipo de consumidores que son los votantes.

La pregunta es: ¿puede vivir el uno sin el otro? ¿Puede la democracia vivir sin la libertad de mercado y la libre competencia? O yendo al grano: si nos cargamos la libertad de mercado, ¿nos cargamos la democracia?

Antes de resolver este dilema hay que aclarar una cosa: la izquierda radical de hoy y los anticapitalistas no tienen la misma idea sobre economía que los otros partidos; ni siquiera tienen la misma idea de democracia que los otros partidos que se llaman demócratas. Son tan radicales que si fuera por ellos no admitirían la competencia de otros partidos. No creen en las Partes sino en el Todo. Que es lo mismo que un monopolio pero en la política: creen en el monopolio político, aunque lo llamen democracia. “También los dictadores se ven a sí mismos como demócratas”, decía el historiador holandés Frank Dikötter, en una entrevista a 'The Economist' a propósito de su libro 'How to be a dictator'.

Venezuela es un ejemplo donde, en los últimos veinte años, la reducción de la libertad de mercado ha ido paralela a la reducción de la democracia. Y a la vez, la falta de democracia derivó en la eliminación de las leyes del mercado y en la ruina económica. No se sabe qué vino primero pero sí se sabe que el chavismo se convirtió en el gigantopolio político venezolano. Pero para los chavistas, eso es democracia.

El capitalismo puede ser criticado hasta por los capitalistas porque ha demostrado ser un sistema económico con muchos agujeros. Pero la libertad de mercado y la libre competencia, dentro de unas reglas más o menos honestas, han sido la clave del desarrollo económico de los países, guste o no. El Índice de Libertad Económica elaborado por 'The Wall Street Journal' y la Fundación Heritage revela que hay una estrecha relación entre libertad y progreso económico (renta per cápita).

Es curioso que en 2019 el índice de Libertad Económica haya caído levemente a escala mundial, lo cual coincide con la caída del Índice de Democracia elaborado por 'The Economist' para ese mismo año. Esta encuesta analiza el estado de la democracia en 167 países en base a cinco medidas: proceso electoral y pluralismo, el funcionamiento del gobierno, la participación política, la cultura política democrática y las libertades civiles. Según los últimos datos, “la democracia se ha erosionado en todo el mundo en el pasado año”. Peor aún: es el dato más negativo desde que se creó el índice. ¿Se deberá también a que retrocede la economía de mercado? ¿El capitalismo?

Si hay algo ventajoso que ha producido el capitalismo es la economía del libre mercado, cuyas cualidades se resumen en uno de los mejores chistes de Ronald Reagan sobre las diferencias entre la economía estatalizada en la Unión Soviética y la economía libre en Occidente. Dice así: “Un día, va un moscovita a un concesionario estatal de coches y pone el dinero para comprar un vehículo. El funcionario le dice: 'Bien, venga a recoger su coche dentro de diez años exactamente'. Entonces, el moscovita pregunta: “¿Vengo por la mañana o por la tarde?”. El funcionario dice: “¿Qué mas da? Es dentro de diez años”. Y el otro responde: 'Es que el fontanero me ha dicho que vendrá dentro de diez años por la mañana'".

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