Parado en la ciudad, emprendedor en el campo

  • Cinco emprendedores desvelan las claves para perder el miedo a montar un negocio en el medio rural, con la crisis
Sara Acosta

“Debí de ser uno de los primeros que fueron despedidos en España”. Juan Luis Royuela, experto en publicidad y marketing, se fue al paro “con una mano delante y otra detrás” en diciembre de 2008, a los cuarenta. Dos años después abrió Quesos La Cabezuela, una quesería artesanal que va por su primer premio internacional y emplea a tres personas. Aparte de la pequeña plantilla, trabaja codo con codo con pastores de Guadarrama en la producción de leche, queso y yogur “de alta calidad”.

Royuela y otros cuatro emprendedores compartieron sus experiencias como emprendedores rurales en una charla que organizó recientemente en Madrid la Fundación Félix Rodríguez de la Fuente para animar a la creación de empresas en el campo y evitar su abandono. “Hay mucha gente con ganas de salir de la ciudad y montar algo por su cuenta en el campo, pero el mayor freno ahora mismo es el miedo a dar el salto por la crisis”, explica Lucía Molet. Esta psicóloga de 29 años salió hace cuatro años del céntrico barrio de Chueca para montar en El Escorial Descubrimiento en el Bosque, un centro, más bien su propia casa, donde organiza talleres, cursos y seminarios de crecimiento personal. “Salí de la Universidad y me di cuenta de que no encontraría trabajo, necesitaba mucha experiencia, así que empecé por mi cuenta”.

En este tiempo, Molet también se ha especializado en asesorar a gente que quiere montar un negocio en el campo. A ellos les diría “que se especialicen, se junten con otras personas y no esperen a tenerlo todo para empezar, la creatividad al poder”. Con esa imaginación ha abierto Miguel López su casa rural Bermellar, un pueblo de 227 habitantes en Salamanca al que ha llegado después de trabajar diez años de cooperante en varios países de América Latina. A sus visitantes les pide por el momento la voluntad, porque la casa sólo está terminada al 70%. Todo el que llega se encuentra una caja donde depositar lo que considere conveniente.

Su primera idea fue comprar un solar y levantar la casa, “pero no tenía dinero suficiente, así que reformé yo mismo una que ya existía en el pueblo”. Optó por empezar de nuevo en el campo “porque viene un momento muy crudo y quería tener mi referencia vital en el medio rural. Nos han contado que es muy difícil, pero hay que ser valiente y creativo”.

Osada es la familia del geógrafo Rubén Valbuena, de regreso de un periplo por varios países como consultor para Naciones Unidas al minúsculo pueblo de Ramiro, en Valladolid. “Mi mujer, mis cuatro hijos y yo duplicamos la población del pueblo”. A él llegaron por la necesidad vital de montar su propio proyecto. “Puede salir mal, pero nos sentimos vivos”, explica mientras recoge leche para la producción de los quesos artesanales de la granja Cantagrullas, un negocio familiar que ya va por la tercera generación y que evita intermediarios y apuesta por la ganadería extensiva de una raza autóctona de la región. “Queríamos lanzar un producto que fuera estandarte del territorio, frente a otros sin alma y el consumidor cada vez es más consciente de este tipo de cosas”.

Para Carlos Bueren, entrenador de animales de 28 años, lo más importante para lanzarse a emprender es “tener algo que aportar que crees que no está ahí y apoyarse en una buena red de compañeros”. Él se fue a buscarlo a Estados Unidos a los 17 años. En España no existía formación alguna para entrenar animales. Después de diez años fuera, se dedica a reorientar el uso que se suele hacer de los animales en los parques zoológicos en su empresa Animal Nature“para mejorar su calidad de vida” y prepara la apertura de un centro en El Escorial, donde quiere hacer pedagogía sobre el respeto del entorno natural de los animales y realiza exhibiciones.

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