
Los bancos centrales han perdido la batalla de la comunicación cuando más falta hacía un discurso creíble y capaz de serenar a unos mercados y unas economías asediados por la inflación, el shock energético y la crisis rusa. Lejos de calmar los ánimos, la última intervención de la presidenta del Banco Central Europeo (BCE), Christine Lagarde, ha generado más incertidumbre: ha elevado los tipos más de lo anunciado y no ha dado ninguna guía sobre las decisiones futuras. No es la primera vez que una comunicación poco clara por parte de la entidad genera dudas sobre su fortaleza y sobre el hecho de que pueda tener un plan claro hacia delante.
Pese a haber defendido durante meses -también lo hizo la Fed a capa y espada- que la inflación era un problema transitorio, a finales de abril el emisor del euro tuvo que reconocer que sus previsiones habían subestimado de forma notable el repunte de la inflación. Achacaban esos errores al alza sin precedentes en los precios de la energía y los cuellos de botella en la oferta.- "Los mercados quedaron a la deriva sobre lo que puede venir en materia de política monetaria. Lo que dejó claro es que no tiene la situación inflacionaria bajo control y que, a diferencia de la Reserva Federal, no pareciera tener la determinación necesaria para actuar", apunta Pablo Duarte, analista senior del Instituto de investigación Flossbach von Storch.
El objetivo principal sigue siendo la inflación y Lagarde reafirmó que no hay recesión a la vista en la zona del euro, por lo que ninguna limitación de la actividad debería desviar al BCE en su proceso de normalización del precio del dinero. "Mi opinión es que los riesgos de recesión son muy serios", alerta Patrice Gautry, economista jefe de UBP. Esto limitaría la posibilidad de subir tipos más allá de un rango entre el 1 y el 1,5%.
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