Que la vigésimo sexta Conferencia de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático de Glasgow (en Escocia) cumpla o no con las expectativas depende, fundamentalmente, de dos factores. Son dos tareas pendientes que se arrastran desde el año pasado -cuando Madrid fue sede inesperada de la COP25 a causa de la pandemia- y que permitirían rematar el 'Acuerdo de París', es decir, el pacto sobre cambio climático jurídicamente vinculante que 196 países firmaron en 2015 para limitar el calentamiento global a dos grados centígrados (preferentemente en 1,5 grados) en comparación con los niveles preindustriales.
Ese acuerdo es hasta la fecha la mejor arma que se ha diseñado contra el cambio climático y su eficacia depende en buena medida de esas dos tareas pendientes: una mayor ambición en los planes nacionales para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero y la regulación de los mercados de emisiones de CO2. A las dificultades que llevan aparejadas tradicionalmente estas negociaciones se suma este año un contexto de recuperación desigual tras la pandemia, que ha estado marcado por un acceso también desigual a las vacunas y por el ‘código rojo’ que Naciones Unidas lanzó en agosto pasado a la humanidad en su demoledor informe sobre el cambio climático.
“El mes pasado, el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático publicó un informe muy alarmante. Muestra que la alteración del clima causada por las actividades humanas es generalizada y se está intensificando. El informe es un código rojo para la humanidad", sentenciaba recientemente el propio secretario general de la ONU, António Guterres. Sobre los deberes pendientes con los que los estados llegan a esta nueva cumbre del clima y los mínimos necesarios para reconducir la lucha global contra el cambio climático hablamos con Lara Lázaro, investigadora principal del Real Instituto Elcano.
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