En 2022 se cumple un siglo desde que Ucrania pasó a integrarse en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (la URSS). Han sido cien años convulsos para un país que ha pasado por sucesivas ocupaciones, por hambrunas, genocidios tanto del lado soviético como del nazi, por un desastre nuclear, por la expectativa –generada en primera instancia por EEUU- de una adhesión a la OTAN que nunca se ha producido; por la esperanza, que tampoco se ha materializado, de su adhesión a la Unión Europea. Y a todo lo anterior se han sumado, a nivel interno, graves problemas de corrupción, escándalos financieros... que le han impedido desarrollarse plenamente a nivel social y económico.
Ucrania nunca ha sido un Estado, tal y como lo entendemos hoy. Europa Oriental se ha movido en un entorno más antiguo. Desde que Bizancio se viene abajo por la aparición de los turcos, el Ducado de Moscovia realiza una operación audaz para transformarse en un Imperio. El Duque se autoproclama Zar o César y la existencia de Rusia que, paulatinamente, va incrementando territorios alrededor, incluyendo Kiev, considerado icónico para la historia del mundo eslavo.
Florentino Portero, director del Instituto de Política Internacional de la Universidad Francisco de Vitoria, y Frédéric Mertens, profesor y coordinador del Grado de Relaciones Internacionales de la Universidad Europea de Valencia, analizan cómo estos episodios, a lo largo de los últimos cien años de Historia, han pesado sobre el devenir del país; y qué aspectos tienen en común con la crisis e invasión actual de Rusia.
La riqueza agrícola convertirá a Ucrania en pieza clave del plan diseñado por la URSS para explotar su riqueza agrícola. Unos recursos que atraerán también a los nazis hacia este territorio cuando se plantean la conquista soviética que arranca con la 'Operación Barbarroja'. El choque de estos dos trasatlánticos fue nefasto para los ucranianos. Tanto, que 14 millones de personas murieron en apenas 12 años, entre 1933 y 1945, en los que Hitler y Stalin coincidieron en el poder. Las bautizadas como “tierras de sangre” se extendieron desde la parte central de Polonia hasta la Rusia occidental atravesando Ucrania, Bielorrusia y los países Bálticos.
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