Desde la Segunda Guerra Mundial todos los gobiernos italianos se han mantenido en el poder poco más de un año de media. La enésima crisis política en Italia, con Mario Draghi al frente del Gobierno, no podía llegar en peor momento. La tercera economía europea por tamaño ha visto escalar su inflación hasta el 8% interanual en junio –a máximos desde 1986- sobre todo por el aumento de los precios energéticos. La crisis que atraviesa Europa, ante el más que previsible cierre del grifo del gas por parte de Rusia, afecta y mucho a las perspectivas de crecimiento del país y del resto de los socios europeos de cara al año que viene.
Así, Bruselas acaba de revisar su cálculo de crecimiento para Italia del 1,9 al 0,9% el año próximo (dos puntos porcentuales por debajo del 2,9% que prevé que la actividad avance este año). Italia mantiene su tasa de paro cinco puntos por debajo de la española, en el 8,1%. Los ciudadanos con menos recursos son más vulnerables a esta crisis porque en el país no existe un salario mínimo fijado por ley. No es de extrañar que el presidente de la República, Sergio Mattarella, se negase a aceptar la dimisión de Draghi.
Unos comicios anticipados podrían poner incluso en cuestión los fondos europeos –de los que Italia es la mayor beneficiaria junto a España- puesto que estos dependen en buena medida de los presupuestos que se negociarán este otoño. La prima de riesgo de nuestro vecino se ha elevado coincidiendo con esta crisis, si bien se mantiene aún en niveles relativamente moderados. Sobre todo, si se comparan con otros momentos críticos de la política italiana, como el periodo en el que La Liga, que compartía gobierno en coalición con el Movimiento 5 Estrellas en 2018, echó un pulso, que perdió, a la Unión Europea y al Banco Central Europeo.
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