Vládimir Putin pone a prueba al Grupo de Visegrado (la alianza formada por Hungría, Polonia, República Checa y Eslovaquia desde 1991) en el momento en que Budapest y Varsovia venían manteniendo un choque de trenes con la Unión Europea a cuenta de la inmigración y de la justicia europea. La postura de los dos socios díscolos en relación a Rusia es radicalmente opuesta, con un Viktor Orban al que todos miran con recelo por su proximidad a Moscú y un gobierno polaco que desde que estalló la guerra ha ido haciendo más patente, si cabe, su animadversión hacia el Kremlin.
Los cuatro países son miembros de la UE y de la OTAN y tanto Polonia como República Checa y Eslovaquia han sido muy contundentes en su rechazo a la invasión de Ucrania, en el apoyo al Gobierno de Volodímir Zelenski y en la acogida de refugiados. Hungría ha sido proactiva también en este último punto, pero se niega a que las armas que los socios van enviando a Ucrania pasen por su territorio, ha criticado con vehemencia las sanciones económicas y su condena a Rusia ha sido bastante tibia.
Esto último ha provocado la cancelación del encuentro que los cuatro socios tenían previsto haber celebrado esta misma semana. "Siempre he apoyado el V4 y lamento mucho que el petróleo ruso barato sea ahora más importante para los políticos húngaros que la sangre ucraniana", aseguraba a través de sus redes sociales la ministra de Defensa checa Jana Černochová.
Con Mira Milosevich, Investigadora Principal para Rusia y Eurasia del Real Instituto Elcano, Andrés de Castro, doctor en Seguridad Internacional y profesor Relaciones Internacionales de la UNED, analizamos las claves que unen a estos cuatro estados, sus puntos de fricción y la solidez de la alianza que les une ante una crisis de esta magnitud.
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