Protección empresarial exterior

Corrían los años setenta cuando recibí una llamada de Aron Broches, verdadero padre del centro de arbitraje en el Banco Mundial. Con ocasión de una visita a Madrid, el vicepresidente del Banco Mundial y jefe de su asesoría jurídica quería que le organizara una reunión en el Ministerio de Asuntos Exteriores al objeto de que España se incorporara al Convenio de Washington, creador del centro de arbitraje especializado en proteger las inversiones extranjeras. En aquel entonces era prácticamente desconocido entre los empresarios y asesores legales.

En cuestión de segundos la cara de nuestro interlocutor se transformó, se levantó y, enfadado, nos dijo que en el Ministerio de Exteriores no se podía permitir «tamaña felonía»: pedir que España renunciara a su soberanía en favor de un organismo arbitral internacional y de unos tribunales de arbitraje. Daba abruptamente por cancelada la entrevista y fuimos invitados a abandonar la sede ministerial.

Durante las décadas pasadas hemos contemplado la bonanza de la economía española y la fuerte expansión internacional de nuestras empresas. En ocasiones los empresarios fueron excesivamente ambiciosos y se olvidaron de las necesarias medidas de prudencia que toda expansión del negocio debe tener. La actual situación recuerda los problemadas del Imperio español a comienzos del siglo XIX, cuando nuestras colonias se encontraron ante un vacío de poder como consecuencia de los avatares en los reinados de Carlos IV y Fernando VII. La independencia y surgimiento de las nuevas repúblicas no fueron en un principio consecuencia de una animadversión hacia España, sino del vacío de poder en la metrópoli. Todo ello, por supuesto, azuzado por el deseo de ciertas potencias de romper con el monopolio comercial de España con sus colonias. Mientras Francia e Inglaterra luchaban en la península, al parecer ayudando a los españoles, sus verdaderas metas eran comerciales y a bastante distancia. El vacío de poder tuvo un verdadero efecto dominó en nuestros dominios iberoamericanos.

El análisis de las causas se abre paso. En muchos casos nuestras grandes empresas han jugado sin la necesaria experiencia y preparación de sus dirigentes en aguas peligrosas en la idea de que sólo hay buenos rendimientos cuando se navega con riesgo. ¿Cuántos consejos de administracion de las empresas inversoras tienen miembros con la visión internacional cuando toman decisiones para las que no están preparados? Se dice, no sin cierta razón, que las empresas españolas no saben defenderse. Cuando surgen los problemas no seleccionan a las personas mejor conocedoras del tema, sino que se ponen en manos de empresas de servicios con nombre reconocido, casi siempre anglosajón, para evitar problemas con sus accionistas. El responsable empresarial no busca tanto el éxito de su implantación y defensa en el extranjero cuanto cubrir sus espaldas frente a eventuales reproches personales o responsabilidades.


Árbitro Internacional

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