El ocaso de un imperio 

Abengoa cae por el abismo y arrastra la historia y la ambición de los Benjumea

La compañía cumple ahora 80 años desde su creación, en plena posguerra, abocada a un doloroso proceso de desintegración que deja en el camino la historia de un clan familiar que todo lo ganó y todo lo perdió.

El expresidente de Abengoa, Felipe de Benjumea
El expresidente de Abengoa, Felipe de Benjumea
MOEH ATITAR

Sentada ante el abismo de la quiebra después de haber sido una de las empresas más adelantadas a su tiempo de la economía española, la historia de Abengoa corre en paralelo a la de uno de los apellidos más notorios del tejido empresarial andaluz del último siglo, el de la familia Benjumea. La compañía está ante un doloroso concurso de acreedores cuando se cumplen 80 años desde que Javier Benjumea ‘padre’ la creara, allá en 1941, tres años antes de casarse y fundar una familia patriarcal de 13 hijos, en la que los dos varones, Javier ‘hijo’ (el quinto) y Felipe (el noveno), han sido los seguidores en la gestión, este último como presidente e impulsor durante 25 años, hasta que en agosto de 2015 estallaran todas las costuras del control familiar de un imperio empresarial que necesitaba pasar a un estadio superior de gestión y financiación internacional, y no supo.

A pesar de lo extenso de la familia Benjumea y el resto de los apellidos ilustres que fundaron Abengoa -Aya, Abaurre, Solís y Sundhein- y cuyas generaciones conformaban los cerca de 300 socios de Inversión Corporativa, la entidad que controlaba el 60% de una empresa que llegó a facturar 7.500 millones, el alma de la compañía lo han formado, en dos etapas muy diferenciadas, los dos Benjumea que la lideraron: Javier Benjumea ‘padre’ y el pequeño de sus hijos, Felipe Benjumea Llorente, escoltado y vigilado siempre por su hermano mayor Javier, que fue quien heredó el título nobiliario de la familia como Marques de Puebla de Cazalla, pero no el elegido para liderar los designios de la compañía.

En plena postguerra y a pesar de tener lazos con ministros de la Dictadura, hasta las familias acomodadas como la de Javier Benjumea necesitaban sacarse las castañas del fuego. Lejos de las veleidades políticas, el fundador de la empresa estudio ingeniería en ICAI y viajó a Bélgica para empaparse de nuevas ideas y convencerse de que la tecnología y la industria eran las palancas que movían el mundo. Se le considera un visionario, que empezó con un taller eléctrico y 180.000 pesetas de la época (poco más de mil euros) prestadas por amigos de la familia, aprovechó bien las relaciones de su entorno para crecer en pleno desarrollismo franquista. Nunca se conformó solo con eso. Aunque no sabía inglés y Sevilla fuera su feudo, siempre veía más allá de los demás. Se fue a EEUU cuando empezaba a hablarse de energía nuclear para convertirse en el representante español más autorizado de la época en ese mundo. Todos los desarrollos eléctricos de Almaraz, por ejemplo, llevaban el sello de la antigua Abengoa. Era la base de un imperio.

El día no tiene horas para el 'monje soldado'

Ese gen emprendedor lo heredó Felipe Benjumea, líder empresarial de la segunda generación familiar que accedió a la presidencia del imperio Abengoa en 1991, para culminar uno de los mejores ejercicios en los grandes fastos del 92 (Olimpiada y Expo de Sevilla) y afrontar un año más tarde la crisis que azotó a España y que marcó un punto negro en Abengoa: fue el primer año de su historia que tuvo pérdidas. Ese fue el revulsivo que necesitaba el nuevo presidente para emular a su padre y convertirse en el segundo visionario de la sociedad familiar y uno de los primeros empresarios en ver que la sostenibilidad podía ser un negocio en España. 

Con la actitud del “monje soldado” y el trabajo como única bandera, quienes conocen a Felipe Benjumea aseguran que la apuesta que hizo por salir de las contratas eléctricas de Telefónica como base del negocio, para pasar a diseñar, montar y gestionar proyectos integrales propios en energías renovables y agua, es la base de la Abengoa del siglo XXI, por más que esté al borde del derribo por falta de cimientos financieros. Es paradójico para una empresa que ha formado y repartido ingenieros en todas las industrias españolas del sector con el sello de los Benjumea (llegó a tener 900 en plantilla), esté ahora cayendo por un abismo, en plena explosión del negocio de las renovables, cuando por fin los heliostatos (placas solares) que ellos inventaron y los biolíquidos para combustibles 'eco' son el maná que hace apenas seis años les faltaba para llenar su fondo de maniobra.

En los 25 años que estuvo al frente de la empresa, Felipe Benjumea (con su hermano mayor Javier hasta 2007 de vicepresidente y 2016 de consejero) aplicó su modelo de vida y de trabajo a todos los niveles. “El día no tenía horas”, dicen desde su entorno. Exigente, controlador y pendiente tanto de lo que se publicaba en la prensa financiera mundial como de lo que se decía de su empresa o ‘los suyos’ en las afiladas web locales de Sevilla. Ese corsé le permitió formar los mejores equipos y vislumbrar grandes negocios en cualquier parte del mundo. Era la época de la ambición desmedida, a pesar incluso de la gran crisis financiera que sufría España, aunque alguno de los mayores proyectos en marcha, como la apuesta que hizo por el bioetanol y los biocombustibles, nunca se pudo aplicar en Europa con la misma claridad que en EEUU, Brasil u Holanda, y le costara miles de millones. 

El gigante renovable que se estaba creado en torno a la familia Abengoa y sus familias allegadas, cuyas generaciones se multiplicaban, cerró en 2014 su gran ejercicio y llegó a acumular activos por casi 28.000 millones de euros con actividad en 80 países y de 32.000 trabajadores. Pero la apuesta por lo sostenible en energía ya no era 'sostenible' en el área financiera. La acumulación de deuda llegó tan alto como la ambición de sus propietarios, que habían creado un gigante sin base de capital suficiente y debían soltar de forma irremediable parte de su control familiar para que otros fondos financiaran lo que debía venir. Pero eso era tabú en el clan de Inversión Corporativa. La sociedad controlaba el 30% del capital y el 51% de los derechos políticos del consejo, bajo el férreo mando de Felipe Benjumea, que llegó a acumular a nivel personal un 6% valorado en 240 millones de euros en su mejor momento. 

El principio del fin 

Todos los analistas internacionales que habían comprado bonos del coloso español de las renovables, que llegó a cotizar en el Nasdaq con un holding que entre vítores de éxito, tenían sus miras puestas en una deuda corporativa que podía arrastrar a la familia y a su dinero a un agujero muy profundo. Abrirse a la participación y ceder el control de la mayoría del capital era un paso necesario, pero el régimen marcial que Felipe Benjumea aplicó a la gestión de un imperio en el que nunca se ponía el sol, fiel a los valores del fundador y de su familia, lo impidió y marcó el principio del hundimiento. Los años antes de la debacle y ante las advertencias que llegaban de todos los sitios en plena crisis,  "llenó el consejo de notables y expolíticos en busca de más y más negocio, pero cerró la puerta de Palmas Altas (sede sevillana de la compañía) a quienes ponían en duda su base de capital y el corsé que suponía el modelo familiar, aunque quienes se lo dijeran fueran de su propia familia", comentan ahora desde el que fue su círculo cercano, con petición de anonimato.

El año 2015 fue el principio del fin de la empresa y la ampliación fallida de capital que se preparó in extremis por 650 millones de euros, ni se hizo ni era suficiente. Los Benjumea lo apostaron todo por su 'criatura' por encima incluso de las disensiones familiares que se daban entre accionistas en su sociedad patrimonial, pero la realidad de la banca y las deudas financieras rompieron su corsé, justo en el momento en el que el negocio visionario de la sostenibilidad cogía visos de ser una realidad más rentable que cuando Felipe Benjumea lo idealizó. Santander, Citibank y HSBC pusieron como condición la salida de Felipe Benjumea de la sociedad para capitalizar deuda e intentar sacar adelante un proyecto con 25.000 millones de deuda acumulada que ya eran superiores al valor de sus activos. Los 4.000 millones que llegó a valer en bolsa empezaban a ser un espejismo insalvable.

Derrotado en su propia casa, Felipe Benjumea tampoco ha parado y sigue creyendo en que la innovación y la tecnología son el motor del mundo. Con la pesada carga personal de lo ocurrido y en pleno litigio por su millonaria indemnización de 11,4 millones (que ganó), no llegó a estar en el paro y entró en H2B2 con un grupo de exdirectivos, una sociedad dedicada al hidrógeno con las miras puestas sobre todo en Estados Unidos. "Y ahí, seguirá controlándolo todo", aseguran desde su entorno.

El futuro de Abengoa está ahora en manos de los políticos y de los jueces que deben administrar el concurso de acreedores y extirpar las partes que no se sostengan por sus propios medios. Queda la duda de saber si el acuerdo de financiación al que se llegó en septiembre pasado y que se desmoronó 'in extremis' por los 20 millones que no puso la Junta de Andalucía habría servido para salvar la empresa y mantenerla como líder global, o solo habría sido la prolongación de una agonía que se arrastra desde finales de 2015 y que le podría salir muy caro al erario público. De una forma o de otra, todo pasará ya sin la familia Benjumea, que se lo jugó todo por mantener un imperio con pies de barro y fue arrastrada cuando se desmoronó.

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