La necesidad será menor que la actual

Cuerpo a tierra con la crisis: la burbuja energética está a punto de estallar

Mientras que las perspectivas de la demanda mundial aumentan paulatinamente, ni en Europa ni en España hay casi espacio para liberar la generación de energía.

energía solar
La burbuja energética a punto de estallar.
EFE

La palabra burbuja suele producir escalofríos en gran parte de los círculos de poder económico. El fenómeno se produce cuando los precios de un producto no se corresponden en modo alguno con su valor real. Llega un momento en que la situación es insostenible y la burbuja explota. Se deshincha como si de un globo se tratase, devolviendo las cosas a su volumen natural.

A lo largo de las últimas décadas, hemos asistido a burbujas económicas realmente sangrantes, trágicas incluso. Basta recordar los efectos de la crisis de 2008, protagonizadas por un incremento artificial del endeudamiento privado y las ‘subprime’, cuando los precios de los inmuebles -y las hipotecas que llevaban parejas- inundaron los mercados estadounidenses y españoles de productos tóxicos, tanto para los compradores finales como para las entidades financieras.

En realidad, la situación empeora cuando existe una distancia sideral entre la oferta y la demanda, cuando el producto o servicio requerido no encuentra hueco en el mercado y el precio debe caer irremisiblemente.

Esto es exactamente lo que está ocurriendo en el mercado energético. Las perspectivas de la demanda mundial aumentan paulatinamente, pero tanto en Europa como en España no hay casi espacio para liberar la generación de energía. Mientras que la oferta se incrementa anualmente con nuevos cupos para la generación renovable, la demanda se mantiene constante, incluso a la baja, debido a la influencia directa de la evolución económica. Gran parte de los expertos mundiales se preguntan si hay realmente hueco para toda la energía que se oferta.

La pandemia y los confinamientos han provocado que la demanda energética en la UE caiga un 10% con respecto al año pasado. Según la Agencia Internacional de la Energía, es más del doble de la disminución producida en 2008, el peor año de la última crisis económica.

Producir energía, especialmente en EEUU y España, se ha convertido en un negocio complicado. Otra cosa es la comercialización, donde el margen puede ser mayor y donde, a fin de cuentas, la demanda y la oferta casan en función del precio que finalmente paga el consumidor. A diferencia de otros negocios, el de la energía es un mercado en el que la estimación de la demanda puede suponer la diferencia entre el éxito o el fracaso, y con un hándicap mayor: en la mayoría de los casos no hay marcha atrás. No hay espacio para el error.

Así les ocurre a las plantas de generación convencional, las explotaciones petrolíferas o incluso a las centrales nucleares, en las que no es posible adecuar la oferta a la demanda de manera automática. No es un interruptor que se apaga o enciende a discreción. Si uno abre el grifo es muy difícil cerrarlo.

Una central nuclear no puede extinguirse de un día para otro si se requiere menos electricidad. Una explotación de 'shale gas' tampoco. Según Deloitte, de continuar la escasez de demanda, casi un 33% de los productores de 'shale gas' de Estados Unidos quebrarán, siempre que se mantenga un precio del crudo cercano a los 35 dólares el barril. Su cierre está motivado por la ‘obligación’ de producir energía una vez que la explotación ha entrado en funcionamiento.

Tanto en el caso del 'shale gas' como en la llamada energía convencional, el problema se acentúa cuando la instalación sigue produciendo automáticamente energía, baja la demanda y, por consiguiente, el precio sigue cayendo. Es un círculo endiablado que ya ha llevado a la bancarrota a miles de empresas americanas dedicadas al negocio del fracking.

En nuestro país ocurre algo parecido, pero lógicamente a mucha menor escala. Los ciclos combinados, las centrales hidroeléctricas, los parques eólicos, las plantas fotovoltaicas, las centrales nucleares e incluso las centrales térmicas, todas contribuyen a la inyección de energía en un sistema en el que precisamente, lo que sobra, es energía. Los 18.366 GWh consumidos del mes de mayo suponen una caída aproximada del 13% con respecto al año anterior. Un descalabro para el carbón y esto es solo el principio.

Evidentemente, los efectos del coronavirus y la repercusión sobre la actividad económica son evidentes, pero la relación entre el crecimiento del PIB y el aumento de la demanda energética es una ecuación que se mira con lupa en los grandes despachos de las empresas del IBEX.

Desde mediados de los 90 y hasta 2008, la demanda energética aumento en proporción idéntica al Producto Interior Bruto. Con la llegada de la crisis económica y el descenso del 10% de nuestro PIB, la demanda energética se comportó de manera proporcional, cayendo en un porcentaje también superior al 6%. Las perspectivas económicas, nada halagüeñas, anticipan que en España la necesidad de energía será menor incluso que la actual y eso tiene un efecto directo sobre la generación de energía.

El Gobierno es consciente de la situación. Los planes de la ministra Ribera de destinar parte del superávit eléctrico acumulado durante los últimos años a las empresas reguladas, son un claro ejemplo de la preocupación que pueden generar las pérdidas por la caída de la demanda. Su explicación no es otra que el rescate del sistema, una palabra que suele anteceder al reconocimiento de otra: la burbuja energética que sufre el país.

El cierre de plantas, principalmente las más contaminantes, es una obligación para el Ministerio, que ya ha recibido la solicitud de las empresas, las primeras las generadoras con carbón, para deshacerse de la producción energética sobrante en un país que necesita absorber el exceso de energía durante los próximos años… o décadas.

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