Caixa, las 25.000 pesetas de Alfonso XIII y su lealtad a Cataluña en la Guerra Civil

  • Fundada por Francisco Moragas y Luis Ferrer-Vidal, ambos de la Lliga Catalanista, tiene en su nacimiento la impronta de la burguesía catalana.
Sede de CaixaBank en la avenida Diagonal de Barcelona.
Sede de CaixaBank en la avenida Diagonal de Barcelona.

La abultada cifras de millones de euros, la multitud de empresas participadas y la ingente acción social que hoy englobamos bajo la marca laCaixa, pese a que son entidades diferentes las que realizan estas acciones –CaixaBank, Criteria o la Fundación-, tienen su origen en dos pequeñas iniciativas de ámbito local puestas en marcha en contextos de crisis, como los que hoy viven las empresas catalanas y que las han obligado a trasladar su sedes.

La Caja de Pensiones para la Vejez y de Ahorros tiene desde su nacimiento la impronta de la inquieta burguesía catalana. Aún le pesaban a Cataluña los incidentes de la dura huelga general de 1902, cuando Francisco Moragas Barret, abogado, se decidió a materializar la idea que llevaba años defendiendo en distintos foros: la necesidad de crear una gran caja que garantizarse el retiro pensionado de los trabajadores como única fórmula para garantizar la paz social. A sus afanes se le unió el ingeniero Luis Ferrer-Vidal, con quien compartía su identificación con la Lliga Catalanista, e instituciones de la vida civil catalana como la Sociedad Económica de Amigos del País, el Ateneo Barcelonés o la Cámara de Comercio de la capital catalana, aportando cada uno algo más de 62.000 pesetas, contando además con otras 25.000 como aportación del rey, Alfonso XIII que, como su sucesor Felipe VI llamando a la vuelta a la Constitución y a la ley, era consciente de la necesidad que tenía España de un tejido empresarial y financiero que la sustentara.

Y nació la nueva Caja, con un manifiesto debajo del brazo que se hizo público el 1 de marzo de ese mismo año. "¡Barceloneses! Sea la caridad rama de olivo que anuncie el final de la tempestad y el comienzo del periodo de paz y concordia, que por el bien de todos Dios rija este emporio de las artes y las industrias". Y su efectividad fue evidente, porque en la primera fase de suscripción, lograron reunir más de 87 mil pesetas, de las cuales, 25 mil fueron destinadas a la asistencia de los heridos y sus familias durante la huelga general. El resto conformó el inicio de la más importante caja de ahorros de la historia de España, que hoy ha trascendido las fronteras, teniendo que salir de donde un Govern y los antisistemas de la CUP quieren levantarlas de nuevo. 

Aunque contó con el apoyo generalizado de catalanistas, conservadores y monárquicos, la creación de Barret no logró la unanimidad. El líder del Partido Radical, Alejandro Lerroux, no vio con buenos ojos la recién fundada entidad. Así lo dejaba claro el periódico La Publicidad, órgano de expresión republicana de Lerroux: "El proyecto de una Caja de Pensiones para los obreros, no es extraño que haya muerto antes de nacido, y que la constitución de la Junta haya causado una deplorable impresión en los círculos obreros que si rechazan la suscribció de la por (sic) [suscripción del miedo], han de rechazar con mayor menosprecio un ensayo de institución simpática y necesaria, pero que no puede ser planteada por quienes han de encarnar en su seno los perjuicios, los exclusivismos y los egoísmos que representan"

La muerte de los fundadores y la consolidación

Toda creación nacida casi exclusivamente del impulso de sus promotores tiene en su carácter el riesgo de la desaparición de los fundadores. Las empresas débiles se hunden. Las fuertes resisten. Y laCaixa resistió cuando en 1935, Moragas fallecía en Barcelona, dejando una entidad con más de 700 empleados y unos recursos de más de cuatro millones de pesetas. Al año siguiente, moría también Ferrer-Vidal, apenas un mes antes de que estallara la Guerra Civil, y salía a escena una nueva generación de directivos que asentarían y harían crecer la entidad.

El principal de estos protagonistas fue Miguel Mateu y Pla, alcalde de Barcelona, embajador en París, presidente de la patronal Fomento del Trabajo Nacional, consejero nacional de Falange Española, procurador en Cortes y presidente de laCaixa desde 1940 hasta 1972.

La vida de Mateu es una vida casi de película. Tuvo que huir de la durísima represión republicana desatada en Cataluña durante la Guerra Civil, y en su huida fue detenido en los límites de Gerona, pese a lo cual logró alcanzar la zona nacional gracias a las buenas artes del cónsul de Francia. Puesto a salvo, trabó amistad con el general Franco, llegando a formar parte de su núcleo decisorio y a colaborar en misiones oficiales en Francia, Suiza e Italia. Tal es así, que entradas las tropas nacionales en Barcelona, el nuevo Gobierno le nombró alcalde de la ciudad, hasta en el año 1945 fue nombrado embajador en París.

Durante su etapa en la presidencia de laCaixa, impulsó la informatización de la entidad y la consolidó, con el apoyo del habilísimo Enrique Luño Peña, director general. Así, en 1940 la entidad contaba con 700.000 impositores, mientras que veinte años después estos se habían convertido en más de 2 millones y medio. Se pasó de algo más de 600 millones de pesetas a rebasar, en 1964, los 35 mil millones.

Este espectacular auge se debió, además de por los buenos oficios de los directivos, a una política de empresa trazada por Mateu y que incluía, paradójicamente, la independencia de la institución de los distintos grupos de poder económicos y políticos que campeaban por España. Una política efectiva, en buena medida, porque el propio Mateu era uno de los prohombres de las finanzas, con línea directa con El Pardo y con una tupida red de relaciones políticas, tanto en Madrid como en el extranjero.

La fusión con la Caja de Ahorros y la expansión

Tras más de veinte años en la presidencia de laCaixa, en 1972 Mateu fallecía en Barcelona y accedía al máximo cargo directivo de la entidad, el último gran hombre que quedaba por entonces de la Liga Regionalista, Narciso de Carreras, abogado y secretario personal que fue de Cambó. Y más conocido hoy por haber sido presidente del Barca. Y Luño Peña, director general con Mateu y protagonista también del gran auge de la entidad, fue sustituido por José Vilarasau, actual presidente de honor, que sería quien lideraría el nuevo período de florecimiento que vivió la caja.

Se debe a Vilarasau en gran medida, la transformación de laCaixa en el gigante financiero que es hoy. Su desembarco en laCaixa estuvo rodeado de estupefacción. Nadie en los círculos económicos y financieros de Madrid entendió como una de las cabezas más prometedoras del mundo empresarial español, cambiaba la capital y sus oportunidades, por la dirección general de la que entonces era una entidad pequeña y de ámbito provincial. Nadie lo entendió, hasta que pasaron diez años y gracias a su acción y liderazgo, las 300 oficinas se convirtieron en 4.000; los 3.000 empleados en 17.500 y presentaba unos beneficios de más de 110 mil millones de pesetas, además de haberse convertido en uno de los accionistas de referencia de algunas de las mayores empresas españolas.

Con la política, mantuvo sus más y sus menos. Asistió por momentos a Pujol, sobre todo con los fiascos de Javier de la Rosa y el boquete de Port Aventura, pero mantuvo siempre una posición firme frente al president, manteniendo la entidad lo más alejada posible de la política. Tal es así que en 2003, el Gobierno autonómico promovió una ley diseñada ex profeso para obligar a Vilarasau a jubilarse.

Fue durante la etapa de Vilarasau cuando laCaixa paso a ser plenamente lo que hoy conocemos como tal. Lo fue gracias a la fusión con la Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Barcelona, cuyos orígenes hay que encontrarlos aún más atrás en el tiempo que en el caso de la Caja.

Hay que poner los ojos en la entrada del general Prim en Barcelona y la derrota de los soldados del ejército de Espartero, para entender la explosión de grandes proyectos económicos destinados a remover los entonces anquilosados pilares de la economía catalana. A finales de 1844, nacía el Monte de Piedad de Barcelona, y lo hacía con abolengo nobiliario, pues hasta su entrada la década de los 70 del siglo pasado, era la caja de los marqueses. Su consejo de administración era una reunión de dinastías centenarias, como la de los marqueses de la Quadra, la de los marqueses de Alós o la de los barones de Maldá, entre otras tantas.

Y aunque su historia es menos intensa que la de laCaixa, que en pocos años alcanzó unas cotas de éxito sin precedentes, los años, quizá por la visión particular que los nobles tienen del tiempo, le fueron benéficos. Así, en 1970 más del 17% de los depósitos catalanes estaban en el Monte.

Su momento crítico fue cuando Enrique Fuentes Quintana, ministro de Economía con Adolfo Suárez, reformó la legislación sobre los consejos de administración y obligó a que los marqueses y los nobles abandonaran lo abandonaran. Una salida que se dio con la mayor tranquilidad, dando paso a un gobierno corporativo moderno y a tenor con los tiempos, que protagonizó una senda de adquisiciones y absorciones, que acabaría desembocando en la fusión con la Caixa.

La entidad resultante es la hoy conocida como Fundación Bancaria laCaixa, máxima accionista de CaixaBank, tercera entidad financiera española por volumen de activos (más de 340 mil millones) y con beneficios netos de más de mil millones, que ha tenido que cambiar su sede social. Lo que no pudo ni tan siquiera la Guerra Civil, lo ha conseguido el nacionalismo: que la gran entidad financiera catalana abandone Cataluña.

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