Las plantas de la discordia

El precio de la luz hace de las centrales de ciclo combinado el 'enemigo público'

Para los medios y la opinión pública son las causantes de la escalada de precios. Nadie las definió como heroínas hace un año, cuando tiraron la electricidad hasta mínimos históricos.

Central Eléctrica de Ciclo Combinado en el Puerto de Barcelona (Foto: Antón Osolev/ CC BY 2.07Wikipedia)
Cómo las centrales de ciclo combinado se convirtieron en un 'enemigo público'

En la primera década del flamante siglo XXI, la Unión Europea miraba pasmada a España. La economía española estaba creciendo a tasas sorprendentes y todos hablaban del “milagro español”. Los precios se reducían, el paro disminuía y el consumo se disparaba. Los españoles se lanzaban a comprar casas, televisores, electrodomésticos, neveras y equipos de música. Ese optimismo también se reflejaba en un indicador especial: el consumo de electricidad. “En 1970 el consumo medio por hogar en España era de 924 kilowatios/ hora al año. En el año 2005 se había quintuplicado, alcanzando los 4.670 kilowatios/ hora por hogar al año”, dice un informe de Red Eléctrica Española. Para darse una idea de lo que crecía este país, en 1975 las plantas eléctricas tenían una potencia instalada de 25.000 megawatios. En el año 2000 eran el doble: 50.000 megawatios.

Si seguía subiendo el consumo, llegaría un momento en que España no tendría suficiente energía, de modo que las grandes compañías eléctricas empezaron a construir plantas de gas, en concreto de ciclo combinado. El invento era realmente original. Estas plantas quemaban gas como quien enciende un mechero. Con la combustión resultante se movían unas grandes turbinas al igual que cualquier motor de explosión mueve un coche. Esas turbinas estaban conectadas a un generador, el cual producía electricidad. Y aquí venía lo bueno: parte de los gases de esa combustión en lugar de escapar al exterior, volvían a entrar y movían unas segundas turbinas de vapor, que al estar conectadas a otro generador eléctrico, producían más energía. Por eso se llamaban de ciclo combinado: porque empleaban dos veces el ciclo del gas. Además, había una gran ventaja: las plantas de ciclo combinado podían entrar en funcionamiento a toda máquina cuando se quisiera. No era lo mismo que las solares o la éolicas, que en días nublados o sin viento están paradas. O las hidráulicas, que están paralizadas cuando hay sequía.

Las plantas de gas eran un poco contaminantes, eso sí, porque parte de los gases escapaban al exterior, pero eran mucho menos contaminantes que las plantas de carbón. Así que las eléctricas construyeron en la primera década del siglo XXI muchas plantas de ciclo combinado por todo el país. Las había de todos los tamaños y algunas llegaron a costar 300 millones de euros. Se construían en 37 meses y podían levantarse junto a zonas industriales con unas instalaciones modulares y ligeras. Encima, se evitaban los largos tendidos eléctricos.

¿Y de dónde sacaban el gas? De Argelia. A través de unos tubos submarinos, el gas llegaba a España y luego iba bajo tierra hasta la planta. Nada de camiones contaminantes como el transporte de los derivados del petróleo.

De modo que problema resuelto. España tendría electricidad asegurada durante años. Sin embargo, como suele pasar, nadie previó una crisis. Y esa llegó en septiembre de 2008. Despidos en masa y cierres de empresa. Eso significaba que en este país se vendían menos televisores y neveras, y se consumía menos energía eléctrica. Entonces, las grandes empresas eléctricas se dieron cuenta de que en un plazo de pocos años (de 2000 a 2010) habían pasado de 0 megawatios a instalar más de 26.000 megawatios de plantas de gas, la cuarta parte de la potencia de este país. Pero sus enormes plantas no eran tan necesarias.

Los males, como suele dictar la ley de Murphy, se fueron acumulando. Desde 2005, la Unión Europea empezó a multar a las empresas contaminantes que lanzaran CO2 a la atmósfera y las plantas de gas lo hacían. Para verificar cuánto contaminaban, los gobiernos impusieron aparatos medidores de CO2 a los ciclos combinados y examinaron sus facturas para ver cuándo gas estaban quemando. Cada tonelada de CO2 se pagaría en dinero.

Encima, a partir de 2012, cuando se formaba el precio de la luz, quienes tenían prioridad para fabricar electricidad primero eran las energías limpias como la solar, la eólica y la hidráulica porque no contaminaban nada y había que proteger al planeta. Luego vendrían las nucleares. Y por último, si era necesario, entrarían en funcionamiento las de gas.

El precio del gas empezó a caer a finales de 2018. El año pasado fue la ruina para las plantas de ciclo combinado porque, debido al confinamiento y a la paralización empresarial, se consumió menos electricidad de modo que las plantas de gas estuvieron casi en coma. Además, sopló mucho viento, hubo muchos días de sol y llovió bastante de modo que las eólicas, solares e hidráulicas vivieron su edad de oro.

En el mercado eléctrico, el megawatio costó de media 40 euros, la cifra más baja en décadas. Este año sucedió todo lo contrario que en 2020. A medida que se terminaba el confinamiento, los toques de queda y las restricciones, los españoles comenzaron a consumir más electricidad en sus casas y en sus empresas. Lo que no esperaban era encontrarse con el coste de la electricidad más caro de su historia.

¿Cómo podía ser? Para entenderlo hay que dibujar cómo se forma el precio de la electricidad en España. Todos los días, entre las diez de la mañana y la una de la tarde, productores y compradores de electricidad ponen sobre la mesa sus expectativas. Los compradores, es decir, quienes luego nos venden esa electricidad, tratan de pagar lo menos posible. Y los productores -Endesa, Iberdrola, Naturgy...- tratan de venderla al precio más alto.

Tanto unos como otros calculan cuánta electricidad se va a consumir al día siguiente hora a hora. Lo hacen tomando en cuenta el comportamiento de millones de familias y empresas en los días anteriores, qué día de la semana es, si es verano o invierno, si hace frío o calor, si habrá nubes, las estadísticas históricas, la psicología del pueblo, la fiesta y toda una serie de parámetros ya muy estudiados. Red Eléctrica, que es la empresa propietaria de las torres y los tendidos eléctricos, suele clavar la demanda del día siguiente.

Una vez establecido cuánto se va a consumir, se planifica qué centrales de energía entrarán en funcionamiento cada hora del día siguiente. Algunas entran unas horas, y permanecen apagadas en otras. Por supuesto, a medida que avanza el día, los operadores saben que aumentará el consumo. Si en las horas punta de consumo de verano hay mucho sol, sopla mucho viento y hay mucha agua en los embalses, todas esas centrales junto a las nucleares, entrarán en funcionamiento.

Si hace falta más energía, entrarán las de ciclo combinado de gas. Se dejan para el final porque son las más contaminantes junto con las de carbón. Al ser las últimas que entran en funcionamiento, marcan el precio de esas horas. Es lo que se llama el mercado marginalista y es lo que no entienden los españoles porque va en contra del sentido común.

La gente piensa: si producir electricidad en una planta eólica es más barato que en una de gas, lo ideal sería pagar a cada una su coste real. ¿Por qué se va a pagar a las eólicas al precio del gas? Sería ridículo que en una carnicería el precio del pollo o del cerdo se fjara por el precio del solomillo, dicen algunos para explicar esa aparente contradicción. Parece sensato, desde luego. La diferencia es que en el mercado eléctrico no se venden tipos diferentes de megawatio sino el mismo megawatio. Por decirlo así, no hay solomillos ni salchichas. Solo un tipo de producto: el megawatio. Y eso es lo que pasa en todos los mercados.

“Todos los mercados son marginalistas”

“Todos los mercados son marginalistas”, dice Jorge Sanz, quien presidió la Comisión de Expertos para la Transición Energética, fue director general de Política Energética y Minas, y hoy trabaja en la consultora privada Nera Consulting. “La bolsa es un mercado marginalista porque el precio refleja la escasez o abundancia de las acciones en todo momento de la negociación”, añade Sanz. Es decir, no se toma la media del día ya que “todos los precios del día son marginalistas”.

Puesto que quien ha entrado en último lugar para producir electricidad en estos días han sido las centrales de ciclo combinado, ellas han marcado el precio. Para colmo de males, el gas se ha disparado en los mercados en los últimos meses porque muchos países están demandando más gas. Primero, por la recuperación económica. Pero también hay razones de salud. China tiene un serio problema de salud pública con sus centrales de carbón y las está sustituyendo.

Hace más de un año, el precio del gas en el MIB (Mercado Ibérico del Gas) llegó a 5 euros megawatio/hora. Cuando entraron en funcionamiento las centrales de ciclo combinado, tiraron todos los precios hacia abajo y la luz llegó a mínimos históricos. Pero nadie aplaudió a las plantas de gas.

En un año las cosas han cambiado mucho. Hoy, en el mercado del gas, el megawatio está por 45 euros, cinco veces más. Si a eso se añade lo que cuesta producir electricidad en una planta de ciclo combinado, y los pesados impuestos y cargas del estado (más del 50% del precio final), se explica que el megawatio ascendiera a 117, 14 euros el pasado viernes 20 de agosto, el más alto de la historia. Por eso los medios han convertido a las centrales de ciclo combinado en las perversas de la historia, el enemigo público número uno de los consumidores. Ninguno las convirtió en las heroínas hace un año, cuando tiraron los precios hacia mínimos históricos.

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