Pierde mucho valor

El Covid acorrala a Softbank, ahogada en una deuda gigante de 120.000 millones

  • Promete ventas de activos para recomprar acciones y amortizar parte del pasivo. Las arriesgadas apuestas del pasado, con WeWork o Uber, pasan factura.
El consejero delegado de Softbank, Masayoshi Son
El consejero delegado de Softbank, Masayoshi Son
EFE

Softbank está en el alambre. Como ha venido haciendo en las dos últimas décadas, el gigante tecnológico japonés juega al límite. Pero el duro golpe causado por la pandemia del coronavirus, con desplomes en las valoraciones bursátiles y una más que probable crisis económica mundial, ha vuelto a poner contra las cuerdas a la compañía fundada por Masayoshi Son. ¿La razón? Los más de 120.000 millones de euros de deuda, entre la propia compañía y sus filiales, que pesan como una losa en un balance en el que los activos han perdido parte de su valor. Los inversores, entre los que está el temido activista Elliot Management, exigen medidas.

En el mes de marzo la compañía tomó algunas decisiones. Ha abandonado parte de las inversiones que tenía comprometidas con startups a través de su megafondo Vision Fund (de 100.000 millones). Ha retirado la oferta  de 3.000 millones de dólares de recompra de títulos a accionistas de la multinacional de espacios de coworking WeWork, incluida en su rescate firmado el pasado mes de octubre. También ha dejado caer a la compañía de satélites OneWeb -de la que es su máximo accionista y en la que ha invertido casi 2.000 millones de euros- que se vio obligada a declararse en bancarrota ante la dificultad para seguir adelante. Ahora busca calmar los ánimos de los accionistas y plantea un plan de recompra de acciones y de pago de la deuda con la venta de 40.000 millones en activos, después de descartar sacar de la bolsa al conglomerado ante el duro castigo de las últimas semanas. El tiempo se le acaba y Son debe anticiparse.

Un imperio de deuda

Pero, ¿de dónde viene todo esto? Básicamente, de una gestión muy agresiva por parte de Son y su equipo. La compañía ha construido durante las últimas dos décadas su imperio en base a una gigantesca montaña de deuda, con grandes adquisiciones como la operadora estadounidense de telecos Sprint (20.000 millones y el fabricante de chips ARM (32.000 millones). La agencia Reuters hacía a finales del año pasado una fotografía completa de la compleja estructura del pasivo del gigante. La deuda neta que contabilizaba superaba los 41.000 millones de euros. No es la única. Otras de sus filiales dedicadas a las telecomunicaciones habían pedido financiación por valor de más de 83.000 millones de euros. Esta última está en forma de llamada 'deuda sin recurso' es decir que legalmente Softbank podría lavarse las manos ante sus acreedores (aunque es difícil imaginar que lo hiciera).

Todo esto sin contar con los 100.000 millones de dólares de inversiones en startups y tecnológicas de su 'megafondo' llamado Vision Fund. Un vehículo en el que ha invertido en compañías como Uber o WeWork y que se ha visto golpeado por la caída de ambas. La primera, en bolsa. Y la segunda, tras un durísimo ajuste de valoración a finales del año pasado. Este fondo ha sido aportado por varios inversores saudíes (y gigantes de Silicon Valley como Apple o Qualcomm), además del propio Softbank. Pero algo menos de la mitad ha sido comprometido por los accionistas con títulos preferentes que reciben un cupón anual del 7%, que debe ser abonado antes incluso de pagar a sus propios accionistas. A esto hay que sumar otros 3.800 millones de euros que pidió prestados, con la garantía de algunas de sus inversiones, en parte para pagar esos cupones. Es decir, más dependencia hacia la valoración de su cartera de startups.

Los problemas

Los problemas arrancaron en 2019. El fiasco de la salida a bolsa de Uber, en la que invirtió casi 11.000 millones de dólares, pesó como una losa. Llegó a invertir varios miles de millones a una valoración de más de 70.000. Hoy vale apenas 44.000. No es el único quebradero de cabeza. La debacle de WeWork, acuciada por el parón en seco que ha supuesto la expansión del coronavirus y el confinamiento masivo en los principales países en los que opera, también lo es. A esto se suman los problemas en algunas otras startups a las que pidió agresividad en su gestión y a las que, posteriormente, les obligó a sacar la tijera con miles de despidos.

Ese fue el primer golpe. Pero el definitivo vino con la expansión de la pandemia del COVID-19. No sólo por la sacudida en los mercados financieros, sino por el frenazo que supone en la actividad para muchas de sus filiales e invertidas. Aunque todo apuntaba a ello, en la cúpula del gigante no creían que fuera tan fuerte. En la revista Forbes confirman que a principios de marzo Masayoshi Son reunió a los primeros espadas de los principales fondos de inversión del mundo -incluido Larry Fink, de Blackrock- para calmarlos con unas previsiones que se convirtieron en papel mojado tan sólo 20 días después de esa reunión. Es lo que ha precipitado las decisiones de los últimos días, con la espada de Damocles de la deuda.

En esa reunión con los 'gerifaltes' de Wall Street, el elefante en la habitación no estaba ahí realmente. Se trataba de la crisis sanitaria global tendrá efectos en las finanzas y la economía. Las previsiones más pesimistas hablan de una dura recesión que afectará de manera severa al consumo. Y eso es lo que temen sus inversores. El valor de sus activos son, básicamente, el sostén para mantener en pie el conglomerado y toda su deuda. Sin embargo, en su cartera hay decenas de miles de millones de euros invertidos en compañías del transporte (como Didi, antiguo rival chino de Uber, o Grab) o los viajes (como la cadena de hoteles Oyo), especialmente señalados como las potenciales víctimas de esta crisis.

Las dudas sobre los efectos de ese abultada deuda en este momento tan complicado han pesado sobre los hombros de Son. Hay que tener en cuenta que, según Reuters, durante los próximos tres años la compañía tiene que devolver más de 14.000 millones de dólares. Las agencias de calificación tampoco ayudan al gigante. Moody´s degradó aún más la pasada semana el rating de sus bonos. Lo rebajó dos escalones más hundiéndolo más en la calificación de 'basura'. En su informe citó la "política financiera agresiva" y advirtió sobre lo complicado que tendrá vender a buenos precios sus activos para ese repago de los préstamos.

Dos semanas de infarto

Con todo, las dos últimas semanas han sido de infarto en el cuartel general de los nipones. El diario económico Financial Times publicaba este lunes una cronología de estos catorce días, que arrancaba el viernes 13 de marzo. Ahí, Son anunció un tímido programa de recompra de 4.200 millones de euros. En los siguientes cinco días las acciones se desplomaron y perdieron más de un tercio. El CEO se encontraba en una posición muy delicada, también en lo personal: para invertir su propio dinero en el megafondo Vision Fund había puesto el 40% de sus títulos en Softbank como garantía para obtener préstamos de 19 bancos. Por tanto, si los títulos caían más le podrían obligar a aumentar esas garantías.

¿La consecuencia? Son decidió poner sobre la mesa como medida algo a lo que se resistió una y otra vez: la venta de 41.000 millones de dólares en activos para reducir la deuda y recomprar acciones a los inversores (en una cantidad muy superior al primer plan que presentó unos días antes). Entre esos activos sigue teniendo joyas como el 26% en Alibaba (valorado en más de 130.000 millones) o el gigante fabricante de chips ARM. Pero tiene el enorme reto de no malvenderlos en medio de una gran volatilidad. La cuenta atrás ha empezado para el gigante.

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