Más allá de Koplowitz y Abelló... Las otras colecciones (anónimas) de empresarios

  • Abelló y Koplowitz son una excepción. Lo normal es que no se sepa nada de las grandes colecciones de arte privadas o apenas se conozcan  datos
La exposición Colección Abelló
La exposición Colección Abelló

El tópico es real, hasta cierto punto: el coleccionista de arte es persona de abultada cuenta corriente. Pero no sólo. Y aunque, ciertamente lo es, en la mayoría de los casos no tiene ese elemento peyorativo que el “lugar común” le supone y que dibuja esa caricatura de hombre rico comprando arte sólo para regocijarse en su propia riqueza. Ni siquiera el gran coleccionista lo es por inversión a futuro de la que espera obtener pingües rendimientos, sino por una pasión que además conlleva una obligación casi de por vida y que lejos de ofrecerle réditos, le ofrece una copiosa fuente de gastos y responsabilidades.

En España, el coleccionismo particular de arte es, en su mayoría, de difícil rastreo y dibujar, por tanto, un perfil del gran coleccionista es complejo. Los grandes no dicen que lo son; aunque poco a poco va instalándose la tendencia de hacer pública tal condición, sigue siendo minoritaria a día de hoy. Frente a lo que sucede en EEUU, que el coleccionista es visto como un agente cultural de prestigio, en nuestro país es foco de sospechas y suspicacias. No sucede con las colecciones corporativas, que las empresas y sus fundaciones se afanan por mostrar y hacer públicas.

Aun así, entre el empresariado español hay grandes colecciones artísticas que año tras año se incluyen entre las más importantes del mundo. POr ejemplo, las de Juan Abelló y Alicia Koplowitz. De hecho, el primero posee una de las más importantes colecciones privadas de arte del mundo. Este farmacéutico reformulado en empresario y financiero, ha ido construyendo su particular pinacoteca a lo largo de cuarenta años en los que se le ha conocido más por su actividad empresarial, si bien su faceta de coleccionista es indisoluble de la otra.

Desde que a comienzos de los 80 lograra aquella operación millonaria de venta de Antibióticos S.A por 58.000 millones de pesetas, Abelló ha ido edificando su colección de arte. Pasó por Banesto, creó Torreal, figuró y figura en numerosos Consejos de Adminsitración y ha logrado reunir más de 500 obras de arte de primer nivel. Todo comenzó con el óleo Las peñas de Urquiola de Darío de Regoyos, y desde aquella primera compra, ha ido engrosando la nómina de artistas que eligen entre el propio Abelló y su mujer, sin consultores de por medio, como suele ser habitual en estos casos. El criterio con el que el matrimonio va adquiriendo obras es un criterio asentado en dos pilares: el propio gusto y que sean obras con las que puedan convivir, ya que la colección está habitualmente colgada en las distintas casas y despachos que la familia posee.

A diferencia de otras grandes colecciones, la de Abelló sí ha podido verse, o al menos una parte significativa, en distintas exposiciones. En 2014, una muestra importante se ubicó en el CentroCentro de Madrid hasta el 2015; luego una selección de 100 obras viajaron hasta Dallas, al Museo Meadows. Gracias a esta presencia pública de las obras sabemos que la pinacoteca de Abelló abarca desde el siglo XV hasta el arte contemporáneo, tanto español como internacional. Las joyas de la corona son una obra de Juan de Flandes -El Bautismo de Cristo-; un greco -San Francisco recibiendo los Estigmas-; la obra de Ribera El sentido del olfato, y el murillo Muchacho Sonriente.

Junto con estas, destacan también cuatro obras de Goya que el financiero compró a los herederos del también coleccionista José Luis Várez Fisa, entre ellas La cucaña, Asalto a ladrones e Incendio de noche. La nómina de españoles la completan artistas de la talla de Mariano Fortuny, Manuel Miralles, Salvador Dalí, Picasso y Sánchez Cotán, del que posee uno de los pocos bodegones que pueden encontrarse. En cuanto a artistas internacionales, la colección Abelló va surtida de grandes nombres: Tiépolo, Van Gogh, Renoir, Toulusse-Lautrec, Kandinsky, Schiele o Gauguin, entre otros.

Una de las mejores colecciones del mundo cuyo valor hoy por hoy es incalculable. Porque además, poco hay que desagrade más a Abelló que hablar de la valoración económica de su pinacoteca.

Solo para sus ojos

Otro de los nombres que lidera cualquier lista de colecciones privadas es el de Alicia Koplowitz, que ha dejado ver una selección de sus obras en el Museo de Bellas Artes de Bilbao. La antigua copropietaria del gigante de la construcción Fomento de Construcciones y Contratas (FCC), una vez salió de la empresa familiar, fundó Omega Capital, un fondo de inversión que hoy está entre los 'family office' mejor valorados del mundo, y a través del cual gestiona su particular colección de arte. Y mientras que sí existen estimaciones acerca de su fortuna particular (más de 2.000 millones, según Forbes), no existe valoración ninguna sobre la colección. Una colección que, por otro lado, ha permanecido invisible hasta este año en el que 90 de sus obras han sido expuestas en Bilbao. Hasta entonces, esos cuadros no habían conocido otros ojos que no fueran los de la propia Koplowitz y los de quienes acudían a sus casas y despachos.

Si la conocemos, la colección, es de nuevo porque ha sido expuesta. Por ello sabemos cuál es su brillante composición y que entre otros nombres, destacan los de Juan Pantoja de la Cruz, Zurbarán, Goya, Tiepolo o Canaletto, además de esculturas de la antigua Grecia. Especialmente bien representandos están los artistas de finales del XIX y comienzos del XX como Van Gogh, del que posee su mítica obra Jarrón con claveles; Paul Gaugin y su obra Bañistas a orillas del río, o Modigliani y el retrato de gran formato La pelirroja con colgante. También del siglo XX están Juan Gris, Antonio López, Jorge Oteiza, Chillida, Barceló o Tàpies, entre otros. A diferencia de otras colecciones, la de Koplowitz no se limita al arte pictórico, sino que también incluye escultura, mobiliario y otros objetos significativos. Así, junto con el Hércules y Ónfala de Goya convive la escultura, Araña III de Louise Bourgeois.

Y aunque no haya hoy por hoy una valoración de la colección, sí hay, gracias a la exposición en Bilbao y a su catálogo, unas palabras de la propia Koplowitz sobre lo que para ella significa coleccionar: “Un camino iniciático que empezó cuando tenía 17 años, un camino que ha sido, también, un escudo protector de los distintos avatares de la vida y que me ha enseñado a explorar vías desconocidas de mi interior, vías que fui descubriendo a través de cuadros, esculturas, muebles, objetos y cualquier cosa que fijaba mi atención. Por ello la colección tiene que ver mucho con mi biografía”.

Coleccionistas (casi) anónimos

Abelló y Koplowitz son una excepción. Lo normal es que no se sepa nada de las grandes colecciones de arte privadas o apenas se conozcan dos o tres datos. Tal era el caso de la colección del empresario Lluìs Bassat, hasta el año 2010 en el que empezó a mostrarse en el Museo de Arte Contemporáneo de Mataró, que él mismo Bassat levantó junto con el Ayuntamiento, a través de la Fundación que lleva su nombre. Más de dos mil obras originales que el empresario ha ido acumulando a lo largo de 40 años y que conforman uno de los mejores, sino el mejor fondo representativo del arte catalán de finales del siglo XX.

Pero si hay una colección importante que es poco conocida es la de Jordi Clos, propietario de la cadena de hoteles Derby. Importante porque es la mayor colección privada de arte egipcio de Europa y, al igual que Bassat, se expone en el Museo Egipcio de Barcelona, del propio Clos, y que hasta ahora está conformada por más de 1.200 piezas que abarcan miles de años de una de las culturas más importantes de la historia de la Humanidad. De una riquísima variedad, la colección aglutina casi una infinidad de objetos; desde estatuas de nobles y funcionarios de casi cuatro mil años de antigüedad, hasta piezas de joyería, pasando por sarcófagos, momias, objetos votivos y de culto.

Casi anónimos también, los miembros de la familia March y que sin embargo, gobiernan uno de los agentes culturales más importantes de España: la Fundación Juan March, toda una referencia y que alberga, y pone a disposición del público, la colección familiar de arte. La Fundación, que se define como una institución familiar y patrimonial, custodia más de 1.500 obras de arte, entre esculturas, pinturas, grabados y dibujos que pueden visitarse, no en su totalidad, en el Museo de Arte Abstracto Español de Cuenca y en el Museo Fundación Juan March de Palma de Mallorca.

Sin embargo, había parte de la colección de esta familia de tradición financiera -son propietarios de Banca March y de la Corporación Alba- que permanecía inédita. Era la de Manuel March, y salió a subasta en 2009, generándole más casi seis millones de euros. De los 639 objetos que salieron a subasta en la casa londinense Christie's, se vendieron 567 entre cuadros y otros objetos. Fue entonces cuando se conoció esta colección, que entre sus obras señeras contaba con el paisaje Tarragona de Joaquín Mir, que se vendió por más de 300.000 euros o con una vista de Mallorca, obra de John Singer Sargent, que superó los 100.000. Un reloj vienés de mesa del siglo XVIII superó también los 100.000 euros y alcanzó los 200.000 un grupo escultórico formado por un león atacando a un toro y otro, atacando a un caballo, ambos del siglo XVIII. Todos los fondos, que provenían de una finca familiar, fueron reunidos por Bartolomé Mach y Juan March padre.

Es igualmente poco conocida la colección de arte que el expresidente de Metrovacesa, el fallecido Joaquín Rivero, logró atesorar a lo largo de su vida y que hoy por hoy se encuentra en manos de la heredera de Rivero, su hija Helena. Una colección compuesta por mas de 300 obras que, en parte, puede apreciarse en las jerezanas Bodegas Tradición. Es una de las colecciones privadas más importantes de España, con obras de Zurbarán, Velázquez, Madrazoo Hiepes, entre otros. Aunque las dos joyas son dos reatratos, los que Goya pintó de Luisa de Parma y de Carlos IV.

El magnate del ladrillo, que además de empresario era un gran aficionado a la restauración de obras de arte, comenzó su colección a comienzos de los 80, y ha ido levantándose de manera coherente, gracias a Helena Rivero, que era quien informaba y animaba a su padre a adquirir. Y aunque era el patriarca quien tenía la última palabra, la colección es en buena medida 'hija' de Helena, que en más de una ocasión ha reconocido que la pinacoteca familiar la comenzó el padre como inversión económica, lo que le llevó a estudiar bien cada adquisición. Poco a poco, acabó por fascinarle la pintura. Y quizá por esa mezcla de frialdad económica y acalorado apasionamiento, la colección de los Rivero es la mejor de Andalucía y de las mejores de España.

Pero en estos párrafos no están todos los que son. Porque si de algo sufre el coleccionismo de arte en España es de anonimato, en muchos casos justificado por lo suspicaz de los comentarios que se suscitan y la falta de reconocimiento general que la figura del coleccionista -que casi siempre es también mecenas- cosecha en España.

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