Muere el mayor estafador de la historia

De Rosalía Mera a Juan Abelló: ¿Qué fue de las víctimas españolas de Madoff?

Los tentáculos de la red creada por el mayor defraudador de la historia, fallecido esta semana en la cárcel, llegaron a nuestro país. Con su quiebra se esfumaron 3.100 millones de euros de la élite española.

Bernie Madoff
Bernard Madoff
EFE

Esta semana falleció en la cárcel Bernard Madoff, creador de un sistema piramidal de inversiones (Ponzi) que reventó en el año 2008. Madoff operaba desde la oficina del edificio Lipstick (barra de labios) en Nueva York, donde acudían grandes fortunas para depositar sus ahorros a su cuidado. Los hijos de Madoff tardaron mucho tiempo en descubrir que su padre era en realidad un gran estafador. Llamaron a la policía y cuando los agentes entraron en la oficina de Madoff, éste solo pudo decir: "Todo es un fraude. Es culpa mía". Era diciembre de 2008.

Durante años, Bernard Madoff había creado una inteligente red de amistades que iban comunicándose unos a otros la jugosa rentabilidad que obtenían invirtiendo en su firma: 10%. Pero todo era mentira: los recién llegados a su sociedad de inversiones pagaban con sus aportaciones la rentabilidad de los más antiguos. Cuando algunos empezaron a solicitar a Madoff que les devolviera su dinero (había estallado la crisis de 2008), el estafador dijo sencillamente que no podía. Se lo había gastado en un montón de bienes, desde chalets hasta relojes, pasando por lujosas oficinas en Londres. Se perdieron 50.000 millones de dólares entre la caída del precio de los valores y lo que se 'fundió' Madoff.

Madoff había embaucado a la comunidad judía de Estados Unidos, a actores como Kevin Bacon o John Malkovich, a propietarios de equipos de béisbol, a premios Nobel de la Paz como Elie Wiesel, a universidades y hasta a Steven Spielberg. Se crearon asociaciones de afectados que poco a poco fueron recuperando parte de la inversión. El Fondo de Víctimas de Madoff ha reembolsado el dinero a casi 37.000 víctimas, y la mayoría ha recuperado el 80% de sus pérdidas, según informaba la CNBC con declaraciones del expresidente de la SEC, Richard C. Breeden.

Los tentáculos de este gran defraudador llegaron a España. Poco después de estallar el escándalo empezaron a salir a la luz nombres españoles. Fondos del grupo Santander, entre ellos Optimal Arbitrage, estaban pillados por la quiebra de Madoff. El financiero neoyorquino colocó más fondos en España gracias a M&B Capital Advisers, una boutique de inversión de Guillermo Morenés, marido de Ana Botín. Por último, Madoff entró en España de la mano del colombiano Andrés Piedrahita y el fondo Fairfield. Se esfumaron en total unos 3.100 millones de euros invertidos por la élite española.

Los abogados de Cremades & Calvo Sotelo lograron agrupar a miles de inversores defraudados, y a su vez, se unieron a despachos de abogados en todo el mundo en la Global Alliance of Law Firms, para ejercer presión sobre los bancos que había canalizado estas operaciones. Al final, el Santander ofreció a sus clientes y víctimas canjear las inversiones por acciones preferentes del banco. Los incautos inversores recuperaron más de 1.300 millones de euros.

En la lista aparecía también el BBVA, pues creó un fondo de 300 millones para invertir en productos de Madoff y acabó teniendo que hacer frente a esas pérdidas. Caixa mantuvo inversiones en los fondos de Madoff pero los abandonó antes de que se produjera el desastre.

La estafa golpeó a caras conocidas del poder económico y financiero español. Rosalía Mera, exmujer de Amancio Ortega, fue victima a través de su grupo Rosp. También quedaron afectados Manuel Jove, Alicia Koplowitz, el valenciano José Lladró, el financiero Juan Abelló, y las familias Serratosa Caturla, Fernández Somoza, y Hernández Barrera. Muchos eran de las jet set madrileña, que había caído en las redes gracias a las excelentes relaciones públicas de Guillermo Morenés y Andrés Piedrahita.

La clave de Madoff para embaucar a tanta gente eran los intermediarios y comercializadores: se quedaban con el 100% de las comisiones y una quinta parte de las ganancias. Con esos 'ganchos', dichos intermediarios traían colas de clientes. Gracias a ello, y al reparto del 10% de rentabilidad, Madoff lograba que los intermediarios nunca le faltasen.

¿Por qué es tan fácil caer en un esquema Ponzi?

Los expertos se preguntan cómo es posible que los seres humanos caigamos tan fácilmente en estos esquemas piramidales que prometen dinero fácil e inmediato. Las llamadas "finanzas del comportamiento" explican que las personas no siempre son racionales al tomar decisiones, ya que se dejan llevar por sesgos cognitivos y factores emocionales. En el caso del esquema Ponzi, los culpables son cuatro sesgos: el exceso de confianza, disponibilidad, el sentido de manada y la tolerancia al riesgo.

Tras un estudio realizado con 115 personas que habían sido víctimas de sistemas piramidales, la investigadora Nugraha Maya Sari, del Programa de estudios de gestión de Universidad Pendidikan de Indonesia, dejó sus conclusiones en el ensayo "Análisis de preferencias de riesgo y sesgos cognitivos de inversores del esquema Ponzi". El principal factor es el exceso de confianza. Según Maya Sari, el exceso de confianza consiste en creer que se tiene más habilidades y conocimientos que los demás. "Los inversores demasiado confiados tienden a percibirse a sí mismos como más competentes y, por lo tanto, están más dispuestos a actuar en contra de sus creencias, lo que lleva a una mayor inversión", afirma la autora del estudio.

El sesgo de disponibilidad consiste en que los inversores se dejan llevar por la información disponible en ese momento. "Los inversores dependen en gran medida de información fácilmente disponible”, dice el estudio, y no se esfuerzan en buscar más información.

El sesgo de la manada es también una forma de sesgo cognitivo cuando los inversores basan su decisión no en un análisis fundamental de los activos en riesgo, sino "observando las acciones de otros inversores en las mismas circunstancias". Los demás lo hacen, entonces yo lo hago.

Por ultimo, está el sesgo de tolerancia al riesgo. "El inversor con una mayor tolerancia al riesgo invertirá más en una inversión de alto riesgo", señala Nugraha Maya Sari. El miedoso, en cambio, solo se arriesgará en operaciones de poco riesgo.

En otro artículo difundido en 'Global Business Review' (una publicación científica), Benjamin Amoah afirma que para que se den esas estafas tienen que existir varios factores: la afinidad y la confianza con el estafador, el desconocimiento de las inversiones que se realizan, la falta de conciencia del fracaso de la inversión, desconocer qué es un esquema Ponzi y el nivel educativo del inversor.

De Enron al "Lobo de Wall Street"

Estas estafas se repiten periódicamente. En Estados Unidos, antes de Madoff existieron escándalos de gran copete. En el año 2001 el más sonado fue el de la compañía energética Enron, que afirmaba tener unos ingresos de más de 100.000 millones de dólares. Comenzó con gas natural y gasoductos, y se expandió rápidamente por todo el mundo, desde América Central hasta la India. La empresa entró en el mercado de futuros y derivados, un territorio más propio de especialistas y de especuladores. La acción de Enron, elegida un año tras otro como la empresa más innovadora del mundo, superó los 90 dólares.

Al frente de la compañía estaba Ken Lay, un agresivo hombre de negocios. A pesar de algunas sospechas, al final toda duda se disipaba porque las cuentas de Enron eran auditadas por Arthur Andersen, la firma de auditoría más seria del mundo. Pero en 2001 se descubrió que Enron pagaba sobornos cuantiosos para entrar en los mercados internacionales. También se destapó que los beneficios de las compañía estaban hinchados: todo era fruto de la imaginación contable en la cual Enron superponía los beneficios de las filiales.

La acción de la compañía cayó en picado y al final se declaró en bancarrota, arruinando a miles de pequeños inversores. Ken Lay fue a la cárcel. La imagen de la firma auditora Arthur Andersen quedó tan maltrecha que la compañía desapareció.

Otro caso de película fue el del financiero Jordan Belfort, en cuya vida se inspiró la película 'El lobo de Wall Street'. Empezó vendiendo carne y mariscos a domicilio en Nueva York. Tras trabajar para varias firmas de corredores de bolsa, a principios de los noventa fundó la suya propia: Stratton Oakmont. Participaba en la colocación de acciones de todo tipo de empresas, la mayoría de dudosa trayectoria, como una compañía de calzado que era todo un fraude. Belfort era muy conocido en Wall Street por su afición a las drogas. Tras ser investigado por varios reguladores fue acusado de manipular el mercado, fraude y lavado de dinero.

Estuvo 22 meses en prisión e hizo perder 200 millones de dólares a inversores que creyeron ciegamente en sus mentiras. Belfort leyó en la cárcel el libro de Tom Wolfe titulado 'La hoguera de las vanidades'. Aprendió ese estilo de contar la vida de financieros desmedidos y al salir de prisión publicó 'El lobo de Wall Street'. El libro no solo dio para la película de Martin Scorsese: años antes sirvió para guionizar la película 'Boiler Room' ('Sala de calderas', que es como se llama a la sala de operaciones de las firmas de intermediación financiera).

Uno de los grandes seductores de las finanzas fue Michael Milken. Este financiero trabajaba para la firma Drexel Burham Lambert entre los años 70 y 80 del siglo pasado. Milken convenció a su firma (y a miles de inversores) de las ventajas de invertir en los bonos basura. Eran emisiones de empresas de baja calidad que estaban calificadas como arriesgadas y poco fiables. Milken creó un mercado secundario para los bonos basura, de manera que las empresas emisoras se podían financiar fácilmente. Llegó a ganar 500 millones de dólares en un mercado donde Drexel era la reina. Pero la crisis financiera de 1987 (como la de 2008), hundió todo ese mercado y poco después Drexel se acogió a la bancarrota. Miles de inversores perdieron su dinero y Milken fue a la cárcel durante una década. Al salir, se dedicó a impartir clases de ética en las universidades.

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