Tras las amenazas de Trump

Washington no paga a traidores: ¿Y si Brufau sale con lo puesto de Venezuela?

El presidente de repsol, Antonio Brufau, criticó la excesiva ambición medioambiental del Gobierno.
El presidente de repsol, Antonio Brufau, criticó la excesiva ambición medioambiental del Gobierno.
EFE

Diez millones de barriles de petróleo, 36 millones de barriles equivalentes en producción de gas y 3.821 km2 de superficie total de explotación anual. Estas son las cifras que se está jugando Repsol, la mayor petrolera española en los Estados Unidos. La culpa la tiene un grano que le ha salido en una china en el zapato, y que se llama Venezuela.

La aventura americana de Antonio Brufau comenzó en 2016, cuando animados por la producción de hidrocarburos no convencionales en EEUU, Repsol comenzó su particular conquista del Oeste americano. Un episodio que ha fructificado con su presencia en 'Marcellus Shale', uno de los campos de extracción de gas más importantes del mundo, la exploración de Buckskin, en las aguas profundas del Golfo de México o en Alaska, en el que ha sido el mayor descubrimiento de hidrocarburos convencionales realizado en suelo estadounidense de los últimos 30 años.

Además de su flamante 'Repsol Houston Office' a orillas del lago Woodlands, la actividad de Repsol abarca un importante complejo logístico y comercial en la planta de regasificación de Canaport en Canadá, con la que abastecen a los clientes de la zona del noroeste del país, tras la compra por 10.400 millones de Talisman Energy. Este fue el hito que encaminó la, hasta hoy, exitosa y lucrativa actuación del "pequeño gran gigante" español en Norteamérica.

Todo un emporio que hoy está en peligro por la actividad que despliega en una pequeña -pero irreductible- aldea venezolana. Como en toda inversión, la regulación y la geopolítica son claves a la hora de arriesgar miles de millones en un país. Combinar ambos elementos es todo un arte, especialmente cuando se juega en la liga de los mayores. Repsol asumió que, para poder operar en el 'hall of fame' del Capitolio, tendría que ser muy cuidadosa con pisar el dedo del pie de la Casablanca, un lugar en el que no es posible nadar y guardar la ropa a la vez.

En el horizonte de grandeza repsoliano se ha cruzado Venezuela. Hace apenas un año, en abril de 2019, Elliot Abrams, el enviado de Estados Unidos para Venezuela, advirtió que los negocios de Repsol en la República Bolivariana podrían llevar a la Casablanca a "tomar decisiones" contra la empresa española. Primer aviso, y es que la diplomacia americana no se anda con chiquitas. Abrams se lo expuso meridianamente a los, por entonces, secretario general de Asuntos Internacionales de Pedro Sánchez, José Manuel Albares, y al secretario de Estado para Iberoamérica, Juan Pablo de la Iglesia.

Repsol tomó nota de esta advertencia y desde entonces, además de mucho dinero invertido en la gestión de Asuntos Públicos en Washington, ha ido reduciendo paulatinamente su exposición patrimonial en Venezuela, pasando de 1.480 millones de euros en 2017 a apenas 239 en 2019. Un gesto con el que la empresa trataba de mantener su actividad en Venezuela al mínimo. Su negocio en el país caribeño, básicamente, consiste en la dación en pago de crudo como compensación a las multimillonarias deudas que acumulan desde 1993 en participaciones en empresas mixtas como Petroquiriquire o Petrocarabobo o la misma PDVSA.

Un negocio, el de crudo por deuda, "irregularmente seguro", como se reconoce en el sector, pero satisfacía discretamente la presión estadounidense sobre su eterna rival en la zona. Es también una actividad discreta en tiempos de bonanza, pero que se vuelve mediáticamente peligrosa cuando afecta al todopoderoso y cuestionado Gobierno de EEUU.

Washington no paga a traidores: Repsol tiembla por su negocio en Estados Unidos. / Repsol
Washington no paga a traidores: Repsol tiembla por su negocio en Estados Unidos. / Repsol

Y fue así hasta que la crisis del oro negro entró en nuestras vidas y tiró por los suelos el valor de este mineral hasta el punto de hacer más costosa su mera tenencia y almacenamiento que su comercialización. En un contexto de golpes de Estado fallidos, debacle del precio del petróleo, coronavirus y cuestionamiento de la política exterior americana, lo que Estados Unidos no iba a dejar pasar por alto es la acusación a la petrolera española de "continuar exportando" 35.000 de barriles de petróleo de Venezuela el pasado mes de abril.

Mauricio Claver - Carone, el director para las Américas del Consejo de Seguridad Nacional de los Estados Unidos aprovechó su oportunidad ante NTN24, uno de los mayores medios de comunicación latinos, para dejar bien claro que a Repsol le puede ocurrir lo mismo que a Rosneft, la petrolera rusa sancionada por Washington hace apenas dos meses. A ojos del imperio, su actividad contraria al derecho estadounidense fue la misma, aunque de mucho menor tamaño. Solo el hecho del anuncio de la imposición de sanciones hizo perder a los rusos más de 3.500 millones de dólares en su cotización bursátil en unos minutos agónicos a mediados de febrero pasado.

Las "consecuencias catastróficas" para Repsol no pasan tanto por el cataclismo bursátil como por la posibilidad de tener que salir de Venezuela con lo puesto. Aun con la justificación del cobro por deuda, la adquisición de crudo venezolano es un anatema para los americanos que, como las grandes potencias de la historia, no pagan a traidores. El deterioro contable en Norteamérica alcanza los 3.572 millones de euros, debido al "escenario de precios de petróleo y gas más bajos", como explicaban en la petrolera el pasado 20 de febrero. Una cifra que puede quedarse corta en caso de que los Estados Unidos fijen su cólera en la ambigua posición de Repsol en Venezuela.

El auténtico ‘tsunami’ para los hispanos afectaría a las multimillonarias inversiones de la compañía en Estados Unidos en forma expropiación de activos, participación en empresas de bandera norteamericana, derechos de explotación de yacimientos y cualesquiera otras formas de presencia en el país del sueño americano, que puede convertirse en una auténtica pesadilla para la cúpula de la petrolera española.

A diferencia de otros países, en Estados Unidos la alineación de los políticos con la política exterior de su país es total. Las presiones sobre las mullidas moquetas de los congresistas de Washington tienen su extensión en las de los senadores de Pensilvania o Alaska, algo que puede haber sido olvidado en una petrolera que busca ser verde, pero parece olvidar que el negro siempre ha sido su color. Pocas opciones le quedan a Repsol, más que tratar de explicar lo mejor posible lo inexplicable y quizá asumir que la experiencia venezolana le ha supuesto más quebraderos de cabeza que beneficios.

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