300 años de mentiras: la construcción histórica de la nacionalidad catalana

  • La historia en la que se basan los líderes independentistas viene de cerca de tres siglos de falacias.
Segundo aniversario del 1-O
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EFE

Con la sentencia del Tribunal Supremo, el Procés y sus instigadores han llegado a una particular estación 'Termini'. Pero aunque los jueces han despejado cualquier atisbo de dudas sobre lo que suponía intentar subvertir el orden constitucional del estado, lo cierto es que el daño que ha creado el independentismo catalán durante casi una década no es tan sencillo de reparar. Antes de utilizar las instituciones democráticas para sus propios e ilegales fines independentistas, la Generalitat comenzó una campaña de manipulación, victimismo y falsedades promocionadas con dinero del contribuyente con el objeto de construir un relato a su medida, falso y pernicioso porque lo trasladaron a las esferas publicas, a los congresos, a las aulas. Costará mucho trabajo convencer a esas generaciones educadas en el Procés de que lo les enseñaron era en sencillamente una mentira.

El desafío soberanista empezó con un manual clásico de conflicto: una reinvención del relato histórico que les otorgaba el derecho de constituirse en nación, porque siempre lo fueron, aunque subyugada por el imperio español. Para ello contaban con un hecho diferencial que era la lengua propia, necesario quizás, pero no suficiente, porque ésta estuvo aceptada en el conjunto del país.

Si los primeros ideólogos del hecho diferencial catalán a mediados del siglo XIX partieron de la lengua y de las leyendas de la Edad Media, propio de romanticismo nacionalista de la época, los nuevos aprendices del XXI escogieron sus propios hitos para desvirtuar, manipular y machacar como un rodillo a cualquiera que se opusiera a su verdad histórica el fantástico relato de la nación catalana que fue una monarquía en tiempos de Berenguer IV, subyugada por Castilla y Aragón y que después lucharon por mantener su independencia contra un rey invasor Felipe IV.

El acontecimiento sirvió además para forjar su fiesta heroica y "nacional", la Diada del 11 de septiembre -una derrota, por cierto- la misma en la que supuestamente fueron sometidos a pesar de su libertad e independencia al imperio español. En definitiva, una tradición de constante lucha con los invasores castellanos que habría tenido su preludio durante la revuelta de ‘Els Segadors’ en 1640-1652, aplastad por el Conde Duque de Olivares.

Cuando el resto de España quiso reaccionar ante semejante cascada de presentismo histórico y de manipulación descarada de lo que realmente aconteció y que nunca fue ni remotamente cercano a como ellos quisieron hacer creer, la Generalitat había puesto en marcha una maquinaria que llegó incluso a las editoriales, los congresos académicos, las universidades y las escuelas deformando la historia a mayor gloria de una idea que no llevaba sino a la insurrección, como ocurrió después. Fueron muchos años en los que hubo que derribar las construcciones de sus mentiras.

Aunque sí es cierto que el Condado del Barcelona fue soberano durante una época en la Edad Media, tal y como apunta el prestigioso medievalista catalán Martí de Riquer, nunca fue un reino, y por supuesto las leyendas sobre el origen del escudo de armas precursor de la senyera tampoco existió: Wifredo el Velloso no puso la mano ensagrentada sobre su escudo dorado para dibujar con ellas las barras que forman lo que es ahora la Senyera. El medievalista lo achacaba a la manía del siglo XIX de buscar un origen místico en los escudos de armas y la historia. Al margen de símbolos el condado nunca fue un reino como han intentado trasladar durante muchos años: carecía de relevancia puesto que los reino de entonces nunca se podrían equiparar a la idea de nación.

En cualquier caso, el esperpento llego a la invención del Reino Catalano-Aragonés. Nunca existió. Petronila hija del rey Aragón es cierto que se casó con Ramón Berenguer IV, uniendo así el reino de su padre con el condado de su marido pero Berenguer, por disposiciones matrimoniales nunca fue el rey aunque paradójicamente ejerciera como tal. Se trataba de una unión matrimonial y dinástica, pero nunca política, como asevera José Luis Corral Lafuente, autor de Historia contada de Aragón (2010): "El Condado de Barcelona era un estado soberano en el siglo X, con usos y leyes propias, pero nunca un reino". 

Pese a ello, la ilusión del reino catalán aún sigue vigente en la web de la Generalitat. La dinastía que sí es catalano aragonesa -aunque fuera muy breve- no debería haber confundido a nadie con el reino, pero ya en 2014 la Generalitat lo afirmaba en todas su páginas institucionales. Es el verdadero origen de todas las demandas de una identidad propia y diferenciada de la del resto de los reino de la península para forjar su propia fantasía.

El nacionalismo catalán que fundaron entre otros los Bofarull, partieron de este hecho que les otorgaba según sus tesis la misma preeminencia que el reino de Castilla. Así cuando se pusieron las primeras piedras del nacionalismo catalán, Antonio Bofarull, publicó un libro seminal ‘La confederación Catalano aragonesa’ (1872) que con su propio título anunciaba las intenciones y no dejaba dudas sobre su manipulación. Desde el Archivo de la Corona de Aragón, su máximo responsable Próspero Bofarull, tío de Antonio, puso su granito de arena falseando los libros de registro de la repoblación de Valencia ‘El Llibre del’s Repartiments’ con una edición facsimil que sencillamente otorgaba a los catalanes un papel preminente en la conquista y ocupación, que en realidad no tuvieron. Para entonces al calor de los ‘Juegos Florares’, el propio Archivo de la Corona de Aragón, muchos intelectuales, historiadores, escritores y eruditos dieron vida a la Renaixença, origen del hecho diferencial catalán que acabó por distorsionar con el tiempo los hechos.

Lo grave fue cuando en 2014, aprovechan el trigésimo centenario de la Diada esto es, de la victoria final de Felipe IV, inaugurando la dinastía de los borbones en España, el entonces presidente de la Generalitat, Artur Mas, puso toda la carne en el asador y con el dinero de los contribuyentes catalanes diseñó un plan de actividades, actos, congresos, publicaciones y demás, destinados a construir el nuevo relato ignorando cualquier atisbo de rigor. Fueron años en los que el resto de académicos, catedráticos, historiadores y escritores tuvieron que hacer frente a una flagrante deformación de los hechos.

En 1714 los catalanes no lucharon por su independencia

En la prensa también lo hicimos. Con la Diada, por ejemplo, la supuesta gesta nacional encabezada por un Casanova inmortalizado en el cuadro de la defensa de Barcelona que parecía el símbolo de un pueblo luchando contra el invasor. Ni en 1714 los catalanes lucharon por su independencia ni Casanova fue un mártir. La élite burguesa de entonces, sencillamente había apostad por una sucesión a la corona de España encarnada en el Archiduque Carlos.

Ni resto de soberanía popular, sentimientos de una patria o independencia. Casanova, un jurista, siguió ejerciendo después de que cayera Barcelona. Lo mismo había ocurrido con la revuelo de ‘El Segadors’, que efectivamente había sido contra la monarquía hispánica pero por una cuestión comercial y económica, los cabecillas no sólo no se habían levantado en el nombre de una nación o un reino Catalán sino que ofrecieron su vasallaje al rey de Francia -Borbón por cierto—.

De haber sido una lucha por la independencia habría sido un tanto delirante en boca de los historiadores. Las evidencias y los enormes agujeros en sus argumentaciones a la hora de revisar el pasado con interés del presente son ningún rigor ni intento por acercarse a la verdad no se detuvieron sin embargo. Sobre 1714 hubo que explicar incluso que aunque se produjo la invasión -pero no la de un pueblo que buscaba la independencia- lo cierto es que los Decretos de Nueva Planta y la nueva política del estado de Felipe IV no tuvo como objeto subyugar a Cataluña.

Se hizo en todas las regiones y respondía a la forma de gobierno de la dinastía francesa. Lo más increíble es, sin embargo, que por mucho que hayan enarbolado los independentistas la derrota de 1714 como gesta nacional, en realidad Felipe IV les benefició, especialmente con el comercio con las colonias de América y que significó un despegue económico para Cataluña duradero y fructuoso. 

Luis Vicens Vives anotó que en conjunto, el reinado de Felipe IV significó un espaldarazo para la región, aunque explica que “El renacimiento económico de Cataluña data de 1680 y está más ligado al cacao de Venezuela y al azúcar antillano que a la tinta de las reales cédulas madrileñas”. En cualquier caso, Cataluña estaba totalmente identificada en el resto del reino, no desde luego como una población subyugada. La prosperidad durante el siglo XVIII fue de hecho el motor del despegue de Cataluña, lo que le permitió a su burguesía, paradójicamente revisar el pasado y dar forma al nacionalismo moderno.

El desafío independentista se prolongó durante dos años interminables más hasta la insurrección de 2016, por la que han sido condenados ahora los políticos y activistas catalanes. En ese periodo hubo que soportar más manipulaciones, algunas ridículas hasta el paroxismo, como que El Quijote se escribió en Cataluña o que Cristóbal Colón era catalán. Es en realidad una buena muestra de lo que conlleva ignorar sistemáticamente la verdad y alentar el discurso ideológico por delante de la ciencia histórica. No han sido los único que han caído en la tentación. Otro nacionalista, Sabino Arana, se erigió en profeta para envenenar la historia del País Vasco: sus fantasías acabaron por ser el germen de un conflicto que se llevó muchos muertos por delante. Al menos el desafío independentista y la insurrección no se han cobrado todavía ninguna víctima, ni siquiera la verdad o la historia. Al final de la escapada los acontecimientos son tozudos y resisten mejor que las mentiras.

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