Rajoy, como Franco, no es fácil de echar

  • No es que este sea el mejor de los escenarios para el PP, pero sí es el menos malo, dadas las circunstancias.

    Estrategas del silencio y de dar pocas pistas, o ninguna, el político gallego se perpetúa en el poder con una destreza pasmosa.

Las voces críticas del PP exigen cambios a Mariano Rajoy.
Las voces críticas del PP exigen cambios a Mariano Rajoy.
GETTY
José Luis Roig / @joseluisroig

Al final Mariano Rajoy se ha salido con la suya: Habrá nuevas elecciones. Este era su plan B, después de comprobar que el PSOE no iba a apoyar su investidura bajo ningún concepto.

Lo tenía claro desde hace meses. Al menos desde el 18 de febrero, día en que le confesó a David Cameron, delante de unas cámaras nada disimuladas y en un descanso de la reunión del Consejo Europeo, que “lo más probable es que haya elecciones el 26 de junio”. Bingo. Rajoy no se equivocó. Su intuición o astucia política ha funcionado como el olfato de un viejo sabueso.

Rajoy tenía claro que si triunfaba el pacto del PSOE con la extrema izquierda de Podemos y sus variantes, más los nacionalistas, él debería hacer las maletas e irse a su casa. No podía ser líder de la Oposición tras haber sido presidente, y menos con un Gobierno en el poder tan extraño y sorprendente. Pero sus cálculos y su táctica de dejar pasar el toro para que “embista” a otros ha funcionado.

No es que este sea el mejor de los escenarios para el PP, pero sí es el menos malo, dadas las circunstancias. Si juegan bien sus cartas electorales podrán cosechar una nueva victoria en las urnas, incluso algo más holgada, y con algún apoyo –que deben trabajarse a conciencia y con paciencia- quizá puedan revalidar el poder.

Todos los analistas sinceros admiten que Rajoy es el líder que menos desgastado sale de esta mini legislatura frustrada. Que su negativa a intentar la investidura, por mucho que diga lo contrario Pedro Sánchez, fue un acierto y no un error. Los otros líderes, incluidos Albert Rivera, están más tocados y erosionados después de semanas de marear la perdiz para terminar en nada.

La frustración se paga cara en política. No significa que el actual presidente en funciones lo tenga hecho, pero su crédito electoral de cara al 26-J no ha disminuido, incluso si hace una buena campaña puede aumentar.

Y con ello se confirma la teoría, que no está escrita pero es auténtica como la vida misma, de que los gallegos en general son duros de pelar y muy sibilinos y hábiles a la hora de negociar y alcanzar sus objetivos. Pero si hablamos de los políticos gallegos, la cosa adquiere tintes especiales ya que su estilo y sus maniobras aún son más sorprendentes. Estrategas del silencio y de dar pocas pistas, o ninguna, el político gallego se perpetúa en el poder con una destreza pasmosa, no exenta de esfuerzo y grandes sacrificios.

Y a las pruebas me remito. Les doy tres ejemplos. Francisco Franco Bahamonde, cuarenta años apoltronado en la jefatura del Estado, sin que nadie le tosiera, al menos en su cara. Era tan hábil que siempre recomendaba a los ministros que iban a contarle sus problemas que hicieran lo mismo que él: “Haga como yo, no se meta en política”.

Otro claro ejemplo, los hermanos Castro, Fidel y Raúl, hijos de un gallego de Láncara (Lugo), gallegos de pura cepa. Eso se lleva en los genes y no se pierde ni con la distancia. Ahí siguen los Castro, más de 50 años rigiendo la dictadura cubana con mano férrea y despiadada. Y por último, con tres basta, el no menos peculiar Manuel Fraga, 60 años dedicados a la política, con la dictadura, con la democracia, y con lo que le hubieran echado. Murió en 2012, justo un año después de dejar la política.

Puede sonar a leyenda urbana la teoría del estadista gallego longevo que no se va ni con agua hirviendo, pero cuidado con Rajoy que lleva en política más años que ningún otro político español, y los que le quedan aún, si las urnas no se lo impiden. Pasa como con las meigas, nadie las ve, pero haberlas haylas. Lo mismo con Rajoy. Nadie se lo espera, pero ahí sigue, con su estilo peculiar, agallegado, sin estridencias ni aspavientos ni mucho glamour, pero conquistando batallas, y dispuesto a ganar la definitiva (o no) del 26 de junio. Luego no digan que no se lo advertí.

Mostrar comentarios