Refugiados sirios piensan en abandonar Alemania por miedo y desilusión

Uno recibió un botellazo en un tren. A otro lo despertaron en plena noche tres hombres armados con palos de madera. A otra refugiada, un desconocido le arrancó el velo en la calle.

Un año después de haber huido de su país, devastado por la guerra, para llegar a una Alemania que imaginaban hospitalaria, algunos refugiados sirios han sido víctimas de tanto rechazo que están pensando en volverse a ir.

"Es horrible aquí", explica Fares Kassas. "El hombre me tiró la botella justo cuando las puertas [del tren] se cerraban. No pude hacer nada", se lamenta este sirio que obtuvo asilo en Alemania pero que ahora quiere ir con sus padres a Turquía.

"Estoy tan nervioso que ahora tengo problemas en el estómago", asegura por su parte Mohammad Alkhodari. Desde que vio pararse un coche delante de él con un grupo de hombres dispuestos a pelearse, este higienista dental se niega a salir de su casa después de las seis de la tarde.

Estos dos sirios llegaron a Sajonia, un estado regional de la antigua RDA comunista donde el número de actos violentos cometidos por militantes de extrema derecha se triplicó el año pasado, de 235 en 2014 a 784. El 3 de octubre, la canciller Angela Merkel fue abucheada por su política de acogida a los migrantes durante las celebraciones de la fiesta nacional.

"Las regiones del este no son buenas para los refugiados. Es difícil encontrar alojamiento, no hay trabajo ni contacto con los habitantes", considera Alkhodari, que busca desesperadamente mudarse al oeste de Alemania.

"Tendrían que desaparecer todos", declara un hombre de unos 50 años, preguntado sobre lo que piensa de los refugiados en Sajonia.

El "racismo y la extrema derecha latentes" siempre han estado presentes en la sociedad alemana, afirma Enrico Schwarz, que dirige una asociación de ayuda a los refugiados, "pero se han hecho más visibles".

La llegada de cerca de 890.000 migrantes el año pasado dividió al país y la aprensión contra los refugiados fue especialmente importante en las regiones de la antigua parte oriental, con un desempleo elevado y una despoblación considerable.

Para Erdmute Gustke, pastora en Heidenau, un pintoresco pueblo sajón donde se registraron violentas manifestaciones contra los migrantes en 2015, la llegada de los refugiados representa para los habitantes un nuevo cambio en su vida.

"Es como si dijeran: 'Dejandos en paz, acabamos de sobreponernos después de la reunificación y ahora nos toca otra cosa nueva'", explica.

Además, en el este, "algunos no han entendido cómo funciona realmente la democracia", añade la religiosa.

Marc Lalonde, un voluntario que ayuda a los refugiados, considera que internet tiene parte de culpa.

"Antes de la explosión de las redes sociales, la gente era probablemente racista pero se lo guardaban para ellos. Ahora, solo necesitan un ordenador para conectarse a Facebook y ver que no están solos", explica.

Lalonde va cada semana a Clausnitz para ayudar. Nadie conocería este pequeño pueblo si no fuera porque en febrero un autobús que transportaba refugiados fue atacado por una muchedumbre enfurecida.

"Gritaban cosas como 'os vamos a matar'. Estaban borrachos. Tuvimos tanto miedo", recuerda Sadia Azizi, una solicitante de asilo afgana.

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