Del 11-S a la pandemia

Almeida, el inesperado 'efecto Giuliani' que el coronavirus brinda a la política

  • El alcalde de Madrid recibe aplausos y elogios de la opinión pública y de sus rivales y él contesta con más medidas que se adelantan a las nacionales.
El alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida, frente a la puerta del Ayuntamiento
El alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida, frente a la puerta del Ayuntamiento
EP

Alcalde de Nueva York. Alcalde de América. Alcalde del Mundo. La escalada de elogios para Rudy Giuliani se paró ahí por razones obvias. Pero lo hizo ya bajo la bendición de la revista ‘Time’, que eligió como ‘persona del año’ al dirigente neoyorquino al cierre de aquel 2001 cuyo 11 de septiembre cambiaría el rumbo de la humanidad. De hecho, fue así como tituló el artículo que razonaba la elección: 'Alcalde del Mundo'.

Una tragedia imposible de digerir y un político que tomó las riendas de una situación dramática eligiendo ser alcalde antes que político. Así de sencillo y así de complicado. Eso que dicen todos los gobernantes que hacen, gobernar para todos, y nadie se cree. Eso que solo una situación extrema puede convertir en oportunidad de demostrar. Eso que requiere, desde hace dos largas semanas, Madrid por culpa del coronavirus: gestión por encima de política. Unidad frente a la crítica. Reclamaciones y no quejas.

Ya habrá tiempo de pedir responsabilidades, dice el alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida. No toca crispar ni confrontar por mucho que le insistan los medios en las entrevistas sobre el Gobierno de Pedro Sánchez. Si le hablan del 8M, él contesta que también Vox congregó a miles de personas en Vistaalegre. Si le insisten en la falta de medios, él se limita a pedirlos, sin elucubrar por qué no terminan de llegar. Y cuando no llegan para las funerarias a tiempo, convierte un espacio municipal en improvisada morgue. 

Abogado del estado de 44 años y con una larga experiencia en distintos cargos públicos de gestión pura, Martínez-Almeida es religioso y con un sentido del humor muy personal que le hace escribir una carta en 'Marca', publicada este pasado domingo como misiva a la población en plena crisis, señalándose como un gafe total en su atletismo irredento. Por su culpa, viene a decir, Sergio Ramos marcó en el minuto 93 en Lisboa en la final entre Real Madrid y Atlético de Madrid. Unos segundos antes le había dicho a su madre que eso estaba ganado. Y de ganar al virus se trata ahora, termina su mensaje.

Porque es lo que importa en estos momentos. Atrás queda un político a quien hasta hace tres semanas las redes despreciaban con un mote soez y consideraban que había llegado a la Alcaldía de doble rebote: después de sustituir a Esperanza Aguirre en 2017 en la portavocía del Ayuntamiento del PP cuando la expresidenta de Madrid dejó la política, y luego confirmar su buena sintonía con Pablo Casado para que le mantuviera como candidato del PP. Aquella jugada se entendió como apuesta de bajo nivel y una prueba de la poca fe que había en Génova en ganar a Manuela Carmena. Pero el candidato improbable sumó lo suficiente con Ciudadanos, con quien gobierna; y con Vox, que le dejó gobernar.

Ganó, y ahora, cuando de ganar se sigue tratando, ha mutado como el inesperado Giuliani de la crisis pandémica en España. Los que le insultaban en Twitter o Facebook lo ponen de ejemplo frente a compañeros de partidos en otras administraciones que van a cualquier confrontación. Incluso rivales políticos esgrimen intervenciones suyas en el Palacio de Correos o a la puerta de Ifema como reproche a compañeros del PP que se centran más en la crítica.

No es casualidad o moda pasajera. También tiene una inteligencia más allá de lo que su imagen antes de la crisis hacía pensar a muchos, apuntan desde fuentes populares. Sea una cosa u otra, en situaciones extremas lo primero es la actitud. La suya ha sido dar la cara desde el primer segundo de la crisis y, sobre todo, actuar. Tomar decisiones pase lo que pase y sin pensar en cálculos políticos.

Todo ello le ha llevado a ir por delante de los acontecimientos. Antes del estado de alarma decretado el 14 de marzo, Madrid ya había implementado muchas de las restricciones y ayudas que se iban a extender a toda España. En la medida de sus competencias (los que ponen reparos dicen que ayuda no tener que decidir en algo tan delicado como la sanidad, que es cosa de la Comunidad), el Ayuntamiento madrileño cerró pabellones, bibliotecas o centros de mayores el martes 10 de marzo y ya pedía a la población que saliera lo menos posible. También ese mismo día, reclamaba al Gobierno que le permitiera saltarse la regla de gasto y destinar el superávit a gasto y más gasto.

Luego, a mediados de la semana pasada, puso los datos de Tesorería encima de la mesa. Madrid tuvo en 2019 un superávit de 549 millones de euros en 2019 y calcula que podría destinar unos 420 millones a medidas económicas y sociales para luchar contra el coronavirus. La ley de Estabilidad no lo permite y el Gobierno ha abierto la mano a los ayuntamientos en unos 300 millones para toda España para este gasto social. Con ese reparto, insiste Almeida, Madrid solo puede usar 20 de los 420 millones que está dispuesto a gastar.

Pero también Madrid fue el primero en cerrar terrazas de la hostelería, cancelar el Rastro y toda posible aglomeración, aprobar bonificaciones por 63 millones para empresas con tal de mantener el empleo (orientadas a la hostelería y a las pequeñas, sobre todo), declarar el nivel de alerta naranja del plan de emergencia municipal (que en su caso da más capacidad de maniobra a ambulancias y Policía propia)… Ahora, Madrid está en emergencia total, por supuesto.

Hay más, porque Madrid ha seguido adelantándose a los acontecimientos que se han plasmado poco después en la política nacional (o que incluso todavía se debaten): ha ampliado la campaña de invierno de atención a los sin techo, ha habilitado hoteles para ellos, ha suspendido el pago del alquiler en las viviendas municipales (unas 6.000 personas viven en ellas) y cancela cualquier desahucio posible hasta verano. También facilita el pago de impuestos municipales durante esta primavera, desde el IBI a la hostelería al de los vehículos para todos, y en los viveros municipales las empresas y autónomos que las usan tampoco pagan el alquiler.

Este mismo martes ha tomado dos decisiones que le sitúan, una vez más, en la vanguardia de la respuesta a la crisis. La primera, al imponer la necesidad de que los trabajadores que salgan de casa lleven consigo un justificante de la empresa. La segunda, la puesta en marcha de un menú ‘saludable’ para los niños de cero a tres años de las escuelas municipales, lo que le separa de la polémica de las comidas de la Comunidad de Madrid de Telepizza. Y, a todo esto, ha pedido al Gobierno que paralice las obras para que los albañiles y demás personal dedicado a este sector no salgan tampoco a la calle. Todas y cada una de estas decisiones eran un clamor en las redes desde hace días.

Por lo que es normal que al final la opinión pública se haya situado de su parte. Ha escuchado o leído lo que la población le pedía y lo ha convertido en decisiones municipales o en solicitudes a la administración competente (la mayoría de los casos). Una tras otra e incluso antes de que España supiera realmente la gravedad de lo que se venía encima. Pese a todo, y como confesó en una entrevista en 'ABC' este fin de semana, solo le obsesiona una cosa: "Me preocupa que no estemos siendo eficaces". 

Cuenta Rudy Giuliani que lo primero que hizo, camino de la Zona Cero aquel 11 de septiembre de 2001, fue pararse a mirar a los ciudadanos y sentir su dignidad más allá del miedo y la estupefacción. No pensó en que ese mismo día arrancaban las primarias municipales que seguramente le iban a echar de la carrera para seguir al frente de la ciudad. Con fama de buen gestor, la gente se había cansado de tener a "un buen alcalde, pero a un mal tipo". Justo lo que cambió la tragedia: pensó en la ciudad y, rodeado de bomberos, policías, ciudadanos y cascotes, proclamó que “mañana, Nueva York seguirá aquí. Y vamos a reconstruirla y vamos a ser más fuertes que nunca”.

"Madrid unida es imbatible. Nuestros valores y el orgullo de ciudad nos harán salir adelante". Es lo que dice el alcalde madrileño, quien por una vez ha colgado en el balcón del Palacio de Correos en Cibeles una bandera que nadie va a criticar: es la bandera nacional, pero con un “Gracias” donde la primera ‘a’ se ha estilizado en forma de corazón. Debajo, el mensaje en forma de hashtag #yomequedoencasa. A un lado, un lazo azul (también de agradecimiento a Madrid) que también es su imagen principal de redes sociales. 

Como imagen secundaria, no deja de ser otra demostración de su sentido del humor, mantiene una imagen montado en su Yamaha circulando por la ciudad de la que es alcalde. En campaña, precisamente, invocó la ira de los críticos por sus vídeos en moto, en los que criticaba los atascos pese a las restricciones de movimiento en el centro madrileño. Su intención de fulminar Madrid Central pese a la contaminación galopante de la capital no se entendía demasiado bien para muchos. De aquellas imágenes nació el alias por el que fue más conocido en las redes que por su puesto al frente del Ayuntamiento más poderoso del país. Ahora le conocen en toda España por su gestión. Y hasta le aplauden.  

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