Una segunda ola devastadora

Un muerto de cada mil habitantes: el 'milagro' asturiano acaba en noviembre

La región ha sumado en el último mes 551 muertes, más de la mitad del total desde el inicio de la pandemia y que contrastan con los meses de primavera y verano cuando el Principado llegó a estar libre de Covid-19.

Varios vehículos se realizan pruebas rápidas en el ""auto-covid"" instalado en el Hospital Universitario Central de Asturias (HUCA).
Varios vehículos se realizan pruebas rápidas en el ""auto-covid"" instalado en el Hospital Universitario Central de Asturias (HUCA).
EFE

Uno de cada mil asturianos ha fallecido por el coronavirus desde el comienzo de la pandemia tras un trágico mes de noviembre en el que se han registrado 551 muertes, más de la mitad del total, unos datos que han hecho olvidar el "milagro" asturiano de los meses de primavera y verano en los que el Principado llegó a ser la única región libre de Covid-19.

Al millar largo de víctimas que acumula una comunidad de poco más de un millón de habitantes se llegó después de haber contenido una primera ola en la que, según el estudio de seroprevalencia realizado por el Ministerio de Sanidad, solo el 1,9% de los asturianos había tenido contacto con el virus, muy por debajo del 5,2 por ciento registrado a nivel nacional.

Esa escasa presencia del virus y el estricto confinamiento derivado del primer estado de alarma reforzó a un sólido sistema sanitario, que se lleva anualmente la principal partida del presupuesto autonómico del territorio más envejecido de España, para lograr un objetivo inalcanzable para el resto del país: 25 días consecutivos sin registrar nuevos casos.

Esos datos convirtieron al Principado en un destino apetecible para el turismo en un verano condicionado por la pandemia en el que, sin alcanzar las cifras de años anteriores en ningún lugar de España, Asturias llegó a liderar las cifras de ocupación hotelera. Y esa afluencia numerosa de visitantes no estuvo tampoco exenta de polémica. El presidente asturiano, Adrián Barbón, exigió a quienes se desplazasen a Asturias, en concreto a los madrileños, que cumplieran las normas en vigor en el Principado donde la mascarilla, al contrario que en otras comunidades autónomas, ya era obligatoria.

Barbón se vio acusado de "madrileñofobia", un término siempre rechazado por el jefe del Ejecutivo regional pero que sirvió para ahondar en la polémica ya abierta con su homóloga de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, al pedir el Principado que todas las comunidades cumpliesen con las fases de desescalada previstas por el Gobierno.

Aunque los epidemiólogos que trabajan para el Principado sitúan en el 6 de julio -cuando se detectó el primer caso tras 25 días- la fecha de inicio de la segunda ola, sus efectos más dramáticos no se dejaron sentir hasta dos meses después cuando la llegada del otoño empezó a hacer saltar las alarmas ante una expansión descontrolada del virus. 

Las cifras de contagios comenzaron a subir exponencialmente en octubre siguiendo un patrón más similar a los países del norte de Europa que al del resto de comunidades españolas. Las alarmas saltaron y el 14 de octubre el Gobierno regional retomó las restricciones, limitadas a eliminar el consumo en la barra de los bares y a realizar nuevas recomendaciones a las población.  "No sirvieron", admite el director general de Salud Pública, Rafael Cofiño, sobre unas medidas adoptadas con una tasa de incidencia por cien mil habitantes en los catorce días previos de 186 casos y que Barbón justificó porque no estaba dispuesto a esperar a tomar decisiones a que llegase a 250 un indicador que acabó alcanzando los 649 en los peores días de noviembre.

Un nuevo confinamiento rechazado por Sanidad

El riesgo real de colapso en la red hospitalaria -que llegó a tener ingresados por Covid a uno de cada mil asturianos- obligó a habilitar de nuevo el hospital de campaña puesto en marcha en la primera ola en el recinto ferial de Gijón y que cerró sin que fuera necesario su uso y a decretar el 23 de octubre el cierre perimetral de las tres principales ciudades de la región.

Tres días después el cierre se extendió a toda la comunidad autónoma y el Principado pidió al Gobierno que aplicase en Asturias un confinamiento domiciliario como el de marzo amparándose en el nuevo estado de alarma, una petición que fue rechazada y generó la principal discrepancia a lo largo de la pandemia entre dos ejecutivos del mismo signo político y con notable cercanía.

Esa negativa llevó a un nuevo endurecimiento de las restricciones. Desde el 4 noviembre la hostelería permanece cerrada y el pequeño comercio no pudo volver a trabajar hasta tres semanas después. Medidas muy duras para unos sectores económicos ya castigados y cuyo efecto tardó en notarse en la evolución de la pandemia.

Aunque la segunda quincena de noviembre empezó a reflejar un descenso de los contagios, su efecto en hospitalizaciones y fallecimientos aún se prolonga y el Gobierno regional sigue insistiendo en que una desescalada "brusca" supondría un riesgo de cara a una tercera ola y en que mantendrá en Navidad medidas más restrictivas que las planteadas para todo el país.

A la acumulación de datos negativos en medio de unas duras restricciones no fue ajena una oposición política que ya había tomado con recelo las cifras del "milagro" asturiano de la primera ola y que aprovechó la segunda para criticar con dureza una gestión "populista", "fracasada" e "improvisada" tras dedicar los primeros meses de la pandemia "a pasearse por platós de televisión". Y tampoco la presidenta madrileña quiso perder esa ocasión y aprovechó la mejoría progresiva de los datos en su comunidad durante la segunda ola para trasladar a Barbón todo su "ánimo y apoyo" a los asturianos para afrontar los peores momentos de la crisis sanitaria.

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