Beit Kahil, el agreste valle donde el Ejército israelí centra su búsqueda

  • Veterano luchador contra la Intifada palestina, la guerra en el Líbano y de las últimas dos operaciones contra Gaza, el mayor israelí Amir Friedman, coordinador de operaciones en la División Judea, en Cisjordania, asegura que su actual misión es quizá la más difícil ya que las pistas, aunque existen, son aún escasas.

Javier Martín

Hebrón (Cisjordania), 30 jun.- Veterano luchador contra la Intifada palestina, la guerra en el Líbano y de las últimas dos operaciones contra Gaza, el mayor israelí Amir Friedman, coordinador de operaciones en la División Judea, en Cisjordania, asegura que su actual misión es quizá la más difícil ya que las pistas, aunque existen, son aún escasas.

Hace más de dos semanas que no regresa a su casa, vecina a la colonia judía de Bet El, y dice no importarle tampoco dormir apenas tres horas diarias: lo esencial es hallar a los tres estudiantes israelíes desaparecidos el pasado 12 junio y a sus secuestradores, explica a Efe.

"Nuestro objetivo es descartar los lugares en los que no están. Casas, cuevas naturales, cultivos o túneles, hay miles de sitios aquí para esconderlos", afirma al volante de un jeep militar blindado.

Ha pasado el mediodía, pero el sol aún cae a plomo sobre la aldea de Beit Kahil, al norte de Hebrón, un valle de espléndidas terrazas naturales, salteado de higueras, olivos y parras, donde las tropas israelíes centran su batida desde hace días.

Creen que es el lugar porque, además de lo abrupto del terreno y otros indicios que no revela, unidades de combate hallaron en una vivienda, días atrás, un gran arsenal que Friedman muestra en su teléfono móvil.

"Mantenemos la hipótesis de que siguen vivos, pero en realidad no lo sabemos. Solo sabemos que el tiempo corre en contra. Mira ahí, a la derecha, hay decenas de túneles como ese", señala con el dedo mientras desciende con destreza por los caminos de tierra que bordean el lugar.

Este lecho de río seco esconde bajo su frondosa vegetación los restos de la antigua vía romana que unía Jerusalén con las ciudades costeras.

Hoy, es una intrincada zona de cultivo, plagada de frutales, en la que de cuando en cuando, destacan pintadas en árabe de apoyo al movimiento islamista Hamás, al que Israel responsabiliza del secuestro de los estudiantes.

Desde entonces, tres brigadas de infantería, unidades especiales, buzos, agentes secretos e incluso perros y bomberos especializados en la rastreo humano participan en un infructuoso operativo en el que ya han muerto seis palestinos y unos 500 han sido detenidos.

"Empezamos a las seis de la mañana, al amanecer. Tras recibir la información de inteligencia, los soldados patean el terreno, registran las cuevas y se marcan con spray para descartar lugares", explica Friedman.

Alto, con la mirada aguda pese a la falta de sueño, y el fusil siempre a mano, argumenta que la mejor estrategia es ceder la iniciativa a los servicios secretos, pero mantener al tiempo una visible presencia militar "para que los secuestradores y quienes les ayudan se sientan acosados".

"No creemos que sea una acción aislada. Es sofisticada. Estaba planeado y hay un grupo, una infraestructura detrás", reitera, consciente de los riesgos que una prolongada presencia militar conlleva.

La semana pasada, Israel reveló la identidad de sus principales sospechosos: dos miembros de Hamás, antiguos presos en cárceles israelíes, que faltan de su hogar desde la misma noche que los estudiantes.

El grupo islamista ha aplaudido la desaparición, pero se ha desvinculado al afirmar que carece de información al respecto.

"No vamos a parar hasta que demos con ellos, aunque sabemos que la duración, el cansancio y el inicio del Ramadán (mes de ayuno musulmán) introducen nuevas variables", comenta.

A este respecto, Friedman asegura que la población palestina era más indulgente en los primeros días de rastreo, pero que con el paso del tiempo, la dureza de los registros y las detenciones comienzan a sentir una mayor hostilidad.

Una animosidad que algunos mandos temen se pueda agravar si todos los permisos especiales de movimiento que Israel suele dar para el mes sagrado quedan finalmente suspendidos por el dispositivo.

El pesimismo ante la falta de resultados, que obliga a un trabajo extra de motivación y control de quienes pisan el terreno, y el cansancio acumulado -pese a las rotaciones continuas para refrescar las tropas- son otro factor de preocupación.

Un pesimismo azuzado por la memoria de secuestros previos, que en la mayoría de los casos concluyeron de manera trágica y necesitaron de largas investigaciones posteriores.

Más allá del caso del soldado Guilad Salit -liberado en un acuerdo con Hamás tras cinco años de secuestro- el resto terminó en funeral, una ceremonia que todos los gobiernos israelíes saben dañina.

En el caso de Nachshon Wachsman, muy presente estos días, sus captores, también miembros de Hamás, lo mataron al sentirse acorralados y en medio de una fracasada operación de rescate.

Un paralelismo que Friedman ni siquiera quiere contemplar y que descarta mientras observa un dibujo con la palabra papá garabateada y decenas de corazones, enviado por su hija, que dice, le guía y le recuerda la obligación de no abandonar.

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