Bergdahl, el último prisionero de guerra de EE.UU., un misterio por resolver

  • Bowe Bergdahl era un inquieto chico de pueblo con ganas de conocer mundo y que, como muchos jóvenes estadounidenses, se alistó a la guerra de Afganistán, donde fue capturado en extrañas circunstancias y pasó cinco años en manos de los talibanes.

Jairo Mejía

Washington, 7 jun.- Bowe Bergdahl era un inquieto chico de pueblo con ganas de conocer mundo y que, como muchos jóvenes estadounidenses, se alistó a la guerra de Afganistán, donde fue capturado en extrañas circunstancias y pasó cinco años en manos de los talibanes.

El misterio rodea a Bergdhal desde la noche del 30 de junio de 2009 en la que abandonó su puesto militar avanzado en la remota provincia oriental de Paktika para acabar en manos del enemigo talibán y convertirse, hasta la semana pasada, en el último prisionero de guerra estadounidense.

Bergdahl tenía 23 años cuando aterrizó en el momento más violento de la guerra de Afganistán en una precaria posición avanzada en la caliente zona fronteriza con Pakistán, un refugio montañoso para las milicias talibanes.

Atrincherado la mayor parte del tiempo en lo alto de una colina polvorienta con vistas a una aldea de adobe, Bergdahl y sus compañeros recién salidos de la adolescencia vigilaban una zona bajo constantes ataques insurgentes y con caminos plagados de explosivos improvisados.

Según sus padres, Jani y Bob, Bergdahl era un ávido lector, aficionado a las artes marciales, un chico sensible que probó con el ballet y cuya prioridad era conocer el mundo y ayudar a los débiles, lo que llevó a solicitar el ingreso en la legión extranjera francesa antes de ponerse al servicio del Ejército de EE.UU.

Con algo más de un año de instrucción militar en Georgia, Alaska y California a sus espaldas, este "espíritu libre", como le definen sus conocidos, pasó del rural pueblo de Hailey (Idaho) a una de las zonas más remotas y peligrosas de Afganistán.

En su pelotón, la moral era baja, la tensión altísima y las relaciones con los aliados del Ejército afgano y los aldeanos atrapados entre los dos bandos de desconfianza mutua.

Mientras tanto, el idealismo de Bergdahl, a quien le gustaba más tomar te con los soldados afganos o estudiar mapas de Afganistán que ojear la revista "Playboy", se desvanecía ante la crueldad de la guerra, como le hizo saber a su padre, Bob, en correos electrónicos antes de desaparecer.

Nadie sabe a ciencia cierta cómo sucedió, pero una noche de verano, el joven Bergdhal, soldado raso y experto con la metralleta, abandonó su chaleco antibalas, sus armas, tomó una brújula, una botella de agua y abandonó la trinchera.

Una investigación interna y clasificada del Pentágono determinó de manera preliminar que con toda seguridad Bergdahl había abandonado su puesto de manera voluntaria, aunque en ningún momento se menciona que su intención fuera desertar, de lo que ahora se le acusa.

Nada más anunciarse la liberación de Bergdahl el 31 de mayo, compañeros de su pelotón concedieron entrevistas y escribieron artículos para acusarlo directamente y sin muchos rodeos de deserción y para pedir que se le someta a un consejo de guerra, porque algunos colegas murieron bajo el fuego enemigo durante su búsqueda.

La deserción, contemplada por el Código Militar como el abandono de la llamada del deber sin la intención de volver, puede acarrear la pena de muerte en período de guerra.

Según algunos de sus compañeros, Bergdahl no era conflictivo, pero en al menos una ocasión había abandonado su puesto para caminar fuera del perímetro de seguridad de su posición. Incluso llegó a comentar alguna vez un descabellado plan de cruzar de Afganistán a la India caminando.

Según fuentes de inteligencia citadas por el Daily Beast, en sus cinco años bajo custodia talibán, Bergdahl intentó escapar de sus captores en dos ocasiones, pero los habitantes de la zona lo devolvieron a los muyahidines.

Bergdahl, que consiguió su libertad gracias a un acuerdo secreto de la Casa Blanca con los insurgentes a cambio de liberar a cinco altos mandos talibanes encarcelados en la prisión estadounidense de Guantánamo, se mantiene ajeno a la polémica en un hospital militar.

Tras cinco años de continuos traslados de escondite en escondite y en profundo aislamiento, posiblemente en zonas remotas del oeste de Pakistán bajo el control de la Red Haqqani, Bergdahl se enfrenta a un complejo y lento proceso de "descompresión".

El joven idealista que llegó a Afganistán volverá a Estados Unidos hablando pastún, posiblemente con graves secuelas psicológicas y con muchas preguntas a las que responder.

Mostrar comentarios