
(Jerusalén, Israel). La pequeña tienda de comestibles de Mohsen Ahmed, en el pueblo de Ghajar, está situada en una pequeña calle sin aceras. Su gran escaparate está vacío, y su vivienda, encima del negocio, son el reflejo de una situación que mantiene ocupados a los diplomáticos de la ONU, libaneses, israelíes y de otros países desde hace años. Y es que una línea de división internacional pasa justo a través de la tienda de Ahmed.
Por eso, las cajas de Coca Cola, los juguetes y el mostrador están en el Líbano, pero los zumos, las galletas y el aceite de maíz están en una zona que Israel ocupó a Siria en 1967 y que finalmente fue anexionada. En el primer piso, la habitación principal de la vivienda está en Israel, pero si Ahmed se levanta por la noche para ver si sus hijos están durmiendo bien en sus habitaciones, entonces entra en territorio libanés.
Una estrecha carretera flanqueada por campos minados conduce al aislado pueblo de Ghajar, que se considera zona militar. Los soldados vigilan el acceso al pueblo de Ahmed, y un perro policía revisa todos los coches que salen. Los visitantes necesitan un permiso especial para acceder al pueblo de Ghajar, donde actualmente viven unas 2.200 personas.
El pueblo se fundó hace varios siglos por los musulmanes alauitas, una rama minoritaria en Siria y a la que pertenece el actual presidente del país, Bashar al-Assad. Los habitantes de Ghajar son ciudadanos sirios y algunos de sus hijos estudian en Siria. Según el secretario del Ayuntamiento, Hussein Khatib, hubo un tiempo en el que también solían vender sus tomates, berenjenas y judías en el mercado de la capital siria, Damasco.Cuando el ejército de Israel llegó a Ghajar durante la guerra de 1967, la mitad de los habitantes del pueblo se escaparon al vecino Líbano, cuyas autoridades los devolvieron en autobuses y camiones directamente a Damasco. "No querían que nos quedáramos en su tierra ni siquiera un día", dice Khatib.
Quienes se quedaron en Ghajar aceptaron la ciudadanía israelí. "Somos un pueblo pequeño, lejos del resto del mundo", explica Khatib. "Nos dimos cuenta de que para poder vivir con dignidad, proteger nuestros hogares, nuestra zona, nuestras tierras, deberíamos de aceptar los documentos de identidad de Israel".
Los israelíes, que ocuparon el sur del Líbano en 1978, no impidieron a los habitantes de Ghajar construir nuevas casas al otro lado de la invisible línea de demarcación de fronteras. Tampoco los vecinos prestaron mucha atención al tema de las fronteras. Según ellos, sus tierras ocupan unas 1.265 hectáreas repartidas a ambos lados de la línea divisoria. También sostienen que algunas de las casas más viejas fueron construidas al norte del pueblo con permisos sirios, lo que viene a indicar que Siria tampoco consideraba esa zona como parte del Líbano.
Pero la realidad cayó con toda su crudeza en el año 2000, cuando Israel finalmente accedió a acatar una resolución del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas que pedía su retirada del Líbano. La resolución pedía a la ONU que estableciese la línea hasta la que debería retroceder. Pero eso planteó un problema, puesto que Siria y el Líbano no habían logrado resolver sus disputas fronterizas. En consecuencia, fueron los peritos quienes acordaron el mapa que marca la zona donde opera la Fuerza de las Naciones Unidas de Observación de la Separación con base en el Golán.
La línea fronteriza, para la que se tuvieron en cuenta mapas libaneses, sirios, israelíes, franceses y de Estados Unidos, atraviesa -pues- el pueblo de Ghajar. En lugar de dividir el pueblo, se llegó a un pacto entre caballeros para que el Ejército israelí se retirase del lado libanés y que nadie pasara a ocupar esa zona que abandonaba.Sin embargo, unos militantes de Hezbolá colocaron una tienda de campaña allí y sus militantes al final acabaron entrando en Ghajar con intención de pasar hacia el sur. Pero sufrieron una emboscada, y desde entonces Israel vuelve a patrullar el norte del pueblo.
Ahora una alta verja separa a Ghajar del resto del Líbano, y Hezbolá ya no está allí. La Fuerza Interina de Naciones Unidas en Líbano (UNIFIL, por sus siglas en inglés) ha instalado potentes focos de luz y una torre de vigilancia, que está bajo el control de cascos azules españoles.Las líneas telefónicas en el norte de Ghajar no funcionan, porque los técnicos de Israel no van allí a arreglarlas. Los habitantes, por lo tanto, tienen que usar teléfonos móviles. El seguro de sus coches tampoco es válido en esa zona, y cuando una persona muere allí, hay que llevar su cadáver hasta uno de los controles de acceso para que un soldado israelí firme el certificado de defunción y se autorice el entierro. "No nos dejan siquiera morir en paz", se queja Najib el-Khattib.
Israel se encuentra de nuevo presionada para completar su retirada, un movimiento que podría servir para reforzar a los moderados en Beirut y debilitar a Hezbolá, que continúa rearmándose para continuar la lucha. Representantes de EE UU, Francia e Italia han planteado este tema al Gobierno de Israel, y el Daily Star de Beirut publicó recientemente que el coordinador especial de la ONU para Líbano, Michael Williams, había dicho que su organización está dispuesta a "redoblar" los esfuerzos para lograr que los israelíes se retiren.
Algunos funcionarios de Israel han dicho, a condición de preservar su anonimato, que la ONU ha sugerido que UNIFIL se haga cargo del norte de Ghajar y asuma la responsabilidad de la seguridad en esa zona, dejando al Ejército de Israel a cargo del sector sur, y permitiendo a los habitantes moverse libremente de una parte a otra.Un alto cargo del Gobierno israelí subraya, sin embargo, que los habitantes de Ghajar "son ante todo ciudadanos de Israel", y por lo tanto las autoridades de su país están buscando una solución que garantice su seguridad y "que su estilo de vida siga siendo el mismo", pero de momento no se ha alcanzado ningún acuerdo.
La población teme que Ghajar termine siendo dividida. El-Khattib destaca que la escuela, la mezquita y el cementerio del pueblo están en el lado sur. "No podemos llegar a una situación en la que tengamos a UNIFIL en medio del pueblo, con controles de seguridad... no lo vamos a permitir. Es como cortar un cuerpo en dos". Según este líder local, los habitantes están dispuestos a aceptar la transferencia de todo el pueblo con sus tierras al Líbano, para que después sea reintegrado a Siria.
Pero un portavoz israelí asegura que esa opción no se contempla dentro de la agenda.Ahmed, el tendero, que habla un hebreo fluido, asegura que él quiere mantener los lazos con Israel. "Yo soy árabe, y el Líbano es un país árabe", afirma, pero explica que devolver la zona a los libaneses sería como "devolverme a la niñez y obligarme a crecer de nuevo... yo no conozco las reglas. Se aprovecharán del hecho de que no estoy familiarizado con las cosas. Eso me preocupa mucho". En su tienda, repleta de productos hechos en Israel, añade: "Lo mejor para mí es quedarme en el país en el que nací, en el país en el que crecí, el que conozco y entiendo. Imagínese usted siendo un refugiado en su propio hogar, en su propia tierra".
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