Nuevo paisaje en las calles catalanas

Cataluña, enmascarada: "No la llevo por la multa; la llevo por responsabilidad"

Entran en vigor las medidas para frenar los contagios anunciadas por la Generalitat y que prevén sanciones de hasta 100 euros por no llevar mascarilla en la vía pública. 

Cataluña enmascarada
Cataluña enmascarada: "No la llevo por la multa; la llevo por responsabilidad".
Samuel Martínez

Es pronto para sacar conclusiones, pero a pocas horas de que la Generalitat de Cataluña haya hecho efectiva la medida más contundente del estado en cuanto al uso de mascarilla, el paisaje ha cambiado. Sentados en la mesa de una terraza de la Rambla Nova de la ciudad de Tarragona, cuatro hombres —ya bien entrados en años— discuten la decisión del Govern. Pronto una de las voces se eleva por encima del resto: "Yo no llevo mascarilla por las multas que me puedan endosar; yo me la pongo por responsabilidad". El resto de contertulios aprueban la máxima, aunque uno de ellos completa las palabras del primero: "Pero por mucho que se endurezcan las medidas, todavía hay mucha gente que va sin mascarilla... ¿Y sabes quiénes son? Los jóvenes". Sin embargo, tal y como afirmaron en rueda de prensa las autoridades catalanas, a partir de hoy jueves 9 de julio todo aquel que no use la prenda en la vía pública se enfrentará a multas de hasta 100 euros

En lo que debaten los señores, se acerca otro compañero de fatigas; este con la mascarilla a medio poner. "Mira, mira... Pregúntale a este por qué no lleva la mascarilla bien puesta". El hombre coge una silla de otra mesa y se sienta. Se queja de la falta de concisión en los medios de comunicación y por parte de los políticos: "Dos meses atrás decían que no era necesario ponerse la mascarilla y ahora parece que si no la llevas, te vas al cementerio". El resto ríe, pero ejerce presión para que ceda y no los ponga en peligro: "Los científicos dicen que es lo que hay que hacer y punto". El más díscolo de los cinco acaba por colocársela correctamente. A pesar de que, como mucha otra gente, está harto de cambios, vaivenes y 'nuevas normalidades', no tiene intención alguna de fastidiar a sus amigos ni a sus vecinos, por eso las voces más responsables acaban por imponerse y la conversación continúa detrás de las telas, que solo desaparecen cuando hay que darle el sorbo al café. 

Desde hoy, todos los transeúntes que se desplacen o paseen por la vía pública en cualquiera de las cuatro provincias catalanas tendrá que hacerlo con boca y nariz cubiertas por la mascarilla. También tendrán que portarla en la playa o el bosque y el no cumplimiento de la norma acarreará multas de hasta 100 euros, tal y como expusieron en rueda de prensa las responsables de los departamentos de Salud, Presidencia y Agricultura del Gobierno catalán, Alba Vergés, Meritxell Budó y Teresa Jordà. Quedan exentas de su uso las personas con problemas respiratorios, así como las que practiquen algún deporte al aire libre, aunque Budó incidió en la importancia de que incluso en los lugares en los que se cumple el metro y medio de seguridad, el bosque o la playa; la medida es siempre obligatoria. En el último de esos escenarios, uno podrá bañarse o estar en la toalla sin la mascarilla, pero tendrá que ponérsela para pasear por la orilla o ir al chiringuito

Mientras que los señores siguen debatiendo en una de las muchas terrazas de la principal vía tarraconense, una turista malagueña conversa con un camarero en otro punto de la ciudad imperial. La escena tiene lugar en la plaza de La Font, donde se encuentra el Ayuntamiento de la urbe y que allá por el siglo III a.C acogió el circo de la romana Tarraco. Alrededor del bar donde descansa la turista, y también en las calles colindantes, la gran mayoría de gente parece haberse enterado de las noticias y sale de casa con mascarilla. Haciendo buenas las palabras del grupo de señores de la Rambla, los pocos que se desplazan con la boca y la nariz destapadas son más bien jóvenes. La turista, con su mascarilla reglamentaria, pide un café desde la mesa de una terraza, se baja la tela y espera al camarero. 

Cuando el camarero le sirve el café, le avisa de las nuevas normas: "Mientras no tenga usted la bebida o la comida en la mesa, tiene que llevar la mascarilla puesta". En todos los bares y cafeterías que rodean la plaza se repite el mismo diálogo. Será necesario un pequeño proceso de adaptación para acostumbrarse al nuevo uso de la mascarilla: esta vez en cualquier situación; con gente cerca o sin gente ella; en la playa o en el bosque, da lo mismo. En una terraza, solo una cervecita o un café te libra de la tela. Ya lo dijeron Vergès, Jordà y Budó en la rueda de prensa: "No será exigible en las actividades cuya propia naturaleza resulte incompatible con su uso". Para todo lo demás, hay que llevarla y la policía podrá reprender y multar a quien vaya a cara descubierta.

El contraste entre la noche de ayer, cuando las terrazas estaban a rebosar (y con pocas mascarillas) para ver cómo F.C Barcelona condenaba al Espanyol a la segunda división, y la mañana de hoy es contundente. Las calles presentan un aspecto cercano al habitual en la ciudad, a excepción de la poca cantidad de turistas, pero las caras sin mascarilla son poco frecuentes y en muchas ocasiones víctimas de miradas de reprobación por parte de los que sí van enmascarados. Cataluña da un paso más en la protección de sus habitantes contra la COVID-19 y otras CCAA como Baleares ya han anunciado que seguirán sus pasos. En las calles de Tarragona, la medida se ha acogido con hastío y cansancio... pero se ha acogido, que es lo que importa. Solo el futuro demostrará hasta qué punto era necesario y si Cataluña se descubre como la pionera de una medida que acaba implantándose en más territorios.

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