"Deberían haberse pegado un tiro aquella noche"

  • Puerto Hurraco lleva veinte años intentando olvidar su pasado. En este pueblo extremeño sólo quieren acabar con un sambenito que ya arrastran durante mucho tiempo. El crimen de los hermanos Izquierdo ha regresado a sus vidas después del suicidio de Antonio en la cárcel de Badajoz. 
Puerto Hurraco
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Antonio Cabanillas sale de su casa de la calle Carrera de Puerto Hurraco en su silla de ruedas y, sin mirar a los lados, cruza el callejón estrecho y oscuro por el que Emilio y Antonio Izquierdo salieron hace 20 años para asesinar a nueve personas. Un poco más abajo, la chapa de color verde de una cochera aún conserva las marcas de las postas.

Cansados de preguntas repetidas sobre aquella noche de agosto de 1990, los vecinos de este pueblo extremeño permanecen detrás de las cortinas con la esperanza de que el tiempo agote a otro huésped incómodo. "Sé que venís por el suicidio de Antonio en la cárcel, pero nadie dirá nada", aventura Manuel. El menor de los hermanos se ahorcó en su celda de la prisión de Badajoz el pasado 25 de abril, día en el que habría finalizado su condena si no se le hubiera aplicado la doctrina Parot.

"No sé por qué esperaron a morirse entre rejas, debieron haberse pegado un tiro aquel día en el monte". Felicitas Benítez, madre de Antonio Cabanillas y herida durante el tiroteo, se para un instante antes de ir con sus amigas a rezar el rosario a la parroquia y se confiesa. "Aquella noche mi marido escuchó los disparos y salió a hacerles frente, por eso le dispararon", asegura. "Él reconoció la voz de Emilio Izquierdo, gracias a él sabemos que fueron ellos", remata.

Dos familias enfrentadas

Sus dos primeras víctimas fueron las dos hijas de Antonio Cabanillas, Encarna y Antonia, que recibieron los disparos de dos escopetas de caza. En venganza por un antiguo problema de lindes y el fallecimiento de su madre, Isabel Izquierdo, en un incendio en la vivienda familiar de la calle Carrera número 9, los asesinos salieron esa noche de Monterrubio de la Serena, una localidad vecina, con la idea de saldar cuentas pendientes.

La vivienda de los Izquierdo también conserva la huellas del incendio que la arrasó. Las marcas de hollín permanecen en las ventanas y caen por la fachada de color ocre, presidida por varias pintadas de grafiti. Las dos ventanas del piso de abajo y una de las puertas están tapiadas con chapa de metal, a la espera de que el ayuntamiento pueda dar algún destino al solar, si nadie reclama su propiedad.   

"Si es algo nuevo, es mentira"

A las once de la mañana, algunas vecinas salen de sus casas con el mantón y sus zapatillas de andar por casa, pendientes de si el desconocido se arrima con un micrófono para preguntarles por el crimen de hace 20 años o el sambenito del "pueblo maldito". Prefieren moverse rápido, decir buenos días con la boca pequeña y mirar para el frente. Sus caras, sus gestos, sus miradas envían un mensaje de indiferencia.

"Si alguien cuenta algo nuevo, seguramente será mentira", insiste Manuel, un jubilado que reside en la parte alta de la calle Carrera, mientras cierra la puerta de su cochera. "Nadie tiene ganas de volver a decir lo mismo", remata con sus ojos por encima de las gafas. Al minuto, apoyado algo más tranquilo en el acero pintado de verde, la sombra de su mujer aparece para rescatarle: "Manolo, pasa y desayuna ya, no hables más".

Los hermanos Izquierdo "parecen las víctimas"

Los vecinos de Puerto Hurraco no sólo evitan hablar porque han conseguido "dejarlo estar, no merece la pena darle más vueltas", como dice Bernardo mientras juega una partida al tute en el bar de Sabino. También lo hacen porque tienen la sensación de que la publicidad de la tragedia "parece que convierte a los hermanos Izquierdo en las víctimas", afirma Fulgencio. "Nadie viene a interesarse por los heridos, sólo a preguntar por los asesinatos", remata.

Antonio Cabanillas, uno de ellos, es idéntico al retrato de su padre, Manuel, que preside el salón de casa. En su silla de ruedas, junto a la mesa, disfruta de una cena después de otro día tranquilo en Puerto Hurraco. Mira y recela, mientras su hermano cuenta lejos del alcance de sus oídos que "sólo cobra una pensión de 350 euros de la Junta de Extremadura". "No quiere que hablemos de nada de esto, lo tiene superado", afirma Jesús. Antonio no quiere perder su tranquilidad, como Felicitas.

Dos décadas después, los vecinos de Puerto Hurraco siguen intentando borrar un estigma que ya arrastran durante mucho tiempo. En este pueblo enclavado en la comarca de La Serena, al final de una vieja carretera rodeada de olivos, sólo esperan vivir en calma y que el resto olvide una tragedia que situó su pequeña localidad en la historia negra de España.

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