El mayor hito nacional de España

Dos de mayo, el pueblo sale a las calles: del levantamiento de 1808 a la pandemia

  • La 'revuelta' actual, salir en contra de la autoridad, flota entre algunos sectores mientras caceroladas y aplausos se entremezclan en los balcones.
El 3 de Mayo en Madrid. / Francisco de Goya
El 3 de Mayo en Madrid. / Francisco de Goya

El día 4 de mayo de 1808 un enérgico y colérico Joachim Murat, mariscal de Napoleón Bonaparte se dirigía así a los españoles en el 'Diario de Madrid', tras los sucesos acaecidos dos días antes, cuando los ciudadanos de la capital se alzaron en armas contra los franceses. "Soldados: la población de Madrid se ha sublevado y ha llegado hasta el asesinato. Sé que los buenos españoles han gemido de estos desordenes [Sic] estoy muy lejos de mezclarlos con aquellos miserables que no desean más que el crimen y el pillaje. Pero la sangre francesa ha sido derramada; clama por la venganza: en su consecuencia mando lo siguiente: Todos los que han sido presos en el alboroto y con las armas en las mano serán arcabuceados…". La traducción era más que mejorable, pero para muestra un botón: el 'Diario de Madrid' estaba redactado a dos columnas, una ya en francés y la otra en castellano.

Entre otras disposiciones destacaban, además,  las siguientes: "Toda reunión de de más de ocho personas será considerada como una junta sediciosa y deshecha por la fusilería. Todo lugar en donde sea asesinado un francés, será quemado. Los autores vendedores de libelos impresos o manuscritos, provocando a la sedición, serán considerados como unos agentes de la Inglaterra y arcabuceados". El texto, con fecha 2 de mayo de 1808 y firmado por Joachim Murat por mandato del Jefe del Estado Mayor francés, el general Auguste Belliard, indicaba a las claras lo que iba a ocurrir. Después llegaron los fusilamientos que plasmó magistralmente Francisco de Goya. Y más de doscientos años después, llega la celebración más atípica que se recuerde del levantamiento del 2 de mayo en la capital de Madrid, que es también la fecha elegida para sus fiestas.

El levantamiento actual, salir a las calles en contra de la autoridad, parece flotar en el aire entre algunos sectores mientras las caceroladas y los aplausos desde los balcones se entremezclan en las últimas horas de la tarde. Las primeras en contra principalmente de la gestión del Gobierno de la crisis de la Covid-19 y las segundas a favor del pueblo, de los sanitarios que se juegan la vida. Entre tanto, después del lapsus de las fuerzas del orden, que invitaban a no acometer críticas contra la gestión del Gobierno, corregidas inmediatamente después, existe la sensación de que en este 2 de mayo muchos habrían querido tomar las plazas, salir a la calle a recuperar su libertad. La propia presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, sin llegar al patético Motín de Aranjuez que precedió a la crisis del levantamiento del Dos de Mayo, acusa de haber sido engañada por el Gobierno "de la izquierda". No se tomarán hoy las calles de Madrid para celebrar sus fiestas, o al menos se hará tímidamente siguiendo las intrincadas fases que responden por otra parte a un complejo escenario insólito hasta ahora.

El mayor hito nacional de España no es, por mucho que algunos se empeñen, ni la Batalla de Covadonga, ni la de Navas de Tolosa. El verdadero germen de la nación española reside en un bando de los alcaldes de Móstoles que respondieron indignados a la ocupación francesa y a la dura represión de la revuelta que los mamelucos intentaron atajar en la Puerta del Sol, y que los capitanes Daoiz y Velarde defendieron hasta la muerte en el cuartel de artilleros de Monteléon, exactamente ubicado en lo que es ahora la explanada de la Plaza del Dos de Mayo, en el durante mucho tiempo mal llamado barrio de Malasaña.

En lo que fue el barrio de Maravillas, existía precisamente una calle, Manuela Malasaña, en honor a otra heroína de ese levantamiento contra los franceses, que acabó por darle nombre. No deja de ser irónico que el verdadero origen de la nación española se forjara contra la ocupación del extranjero: un tirano, Napoleón Bonaparte, cuya gestión gubernamental era, comparada con la dinastía de los Borbones que reinaba entonces en España bajo la insufrible égida del valido Godoy, un auténtico dechado de modernidad y progresía.

La Defensa del parque de artillería de Monteleón durante el Levantamiento del 2 de mayo en Madrid. Joaquín Sorolla
La Defensa del parque de artillería de Monteleón durante el Levantamiento del 2 de mayo en Madrid. Joaquín Sorolla

Los acontecimientos y los mitos tienden por costumbre a deformarse. Por entonces ni José Bonaparte, el hermano de Napoléon destinado a ser coronado rey, había llegado a España -situaría su corte en Vitoria- ni la totalidad de España estaba bajo el yugo francés. De hecho, el rey Carlos IV había abdicado en su hijo Fernando VII y éste capitulado en Bayona delante del mismo Napoleón entregándole la corona y con ella abriéndole de para en par las puertas del reino definitivamente. El patetismo de la casa real superó al de Godoy y sin embargo, fue precisamente el traslado desde el Palacio Real del infante Francisco de Paula, por parte de Murat, el general de avanzadilla de Napoleón, lo que acabó de encrespar los ánimos de la población de Madrid. La defensa de una Casa Real que estaba literalmente condenando a la ruina y al ridículo al país. Es cierto que el infante era inocente de los tejemanejes de su familia.

Concluido el levantamiento, las heroicas muestras de orgullo y valentía del pueblo de Madrid, que lucharon con lo que pudieron contra las tropas de Murat y que tan bien plasmó Goya, así como la heroicidad de Daoiz y Velarde en el cuartel de Monteleón, junto al resto de sus hombres, que aguantaron a cañonazos primero y sable en mano después hasta la extenuación, o el coraje de mujeres como Manuela Malasaña, el levantamiento, finalmente, fue sofocado. Sin embargo, lo cierto es que la insurrección madrileña despertó al país. Tras la Batalla de Bailén del 19 de julio de ese mismo año que dirigió el general Castaños, los franceses tuvieron que recular y abandonar temporalmente Madrid. Lo que no es tan conocido es que durante esas semanas, y hasta que los franceses recuperaron la capital, Madrid cayó en la anarquía, el caos y el pillaje.

Al fin y la cabo, la presencia de los esbirros de Napoleón representaban una autoridad, extranjera pero una autoridad, y la muchedumbre que se echó a las calles de Madrid en busca de venganza y sed de sangre contra el invasor era una masa espontánea de gente que había llegado al límite de lo tolerable. Napoleón apenas tardo unos meses en restablecer el orden pero para entonces ya habían aparecido las Juntas, el instrumento que en ausencia de una Casa Real inexistente, secuestrada con su propio beneplácito en Bayona, se encargaría de articular la verdadera defensa de un pueblo que comenzaba a ser una nación y del que emanaría la primera idea de soberanía popular con las cortes de Cádiz de 1812.

La inestimable ayuda de las tropas inglesas del general Arthur Wellesley, Duque de Wellington, que por supuesto arrasaron con pillaje y barbarie casi cada ciudad española que arrebataban al francés, y que libraban su propia guerra contra Napoleón -ellos las denominan "The Peninsular Wars"- acabaron definitivamente en España con la invasión Napoleónica. En cuanto al espíritu de la soberanía nacional de las Cortes de Cadiz, fue el propio felón de Fernando VII, quien tras el bienio liberal, abolió la Constitución para imponer de nuevo la monarquía absolutista propia del Antiguo Régimen. Fusiló a los liberales como a José María de Torrijos. Otro memorable y trágico cuadro más doloroso aún que el del genial Goya: ‘Fusilamiento de Torrijos y sus compañeros en Málaga’ de Antonio Gisbert.

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