Egipto se abre camino por su caótica transición entre disturbios y militares

  • Los recurrentes estallidos de violencia y la controvertida gestión de la Junta Militar han empañado el caótico proceso de transición en Egipto, que se abrió tras la revolución del 2011 y que ahora pasará a una nueva etapa con la elección de un presidente civil.

Susana Samhan

El Cairo, 17 may.- Los recurrentes estallidos de violencia y la controvertida gestión de la Junta Militar han empañado el caótico proceso de transición en Egipto, que se abrió tras la revolución del 2011 y que ahora pasará a una nueva etapa con la elección de un presidente civil.

Los egipcios dicen que salieron a las calles para derrocar al régimen de Hosni Mubarak y recuperar la dignidad. Sin embargo, más de un año después de su renuncia, el cambio apenas lo han notado en sus vidas diarias y siguen expectantes, a la vez que resignados, un devenir político que les ha dado muchas sorpresas.

En tan solo quince meses, Egipto ha tenido tres Gobiernos transitorios, un referéndum constitucional, unas elecciones legislativas, un juicio a Mubarak, ha creado y disuelto una Asamblea Constituyente y ha visto cómo los antes ilegalizados Hermanos Musulmanes han emergido como gran fuerza política en el Parlamento.

Todo ello ha estado salpimentado con situaciones rayanas en lo grotesco, como el hecho de que hoy por hoy Egipto no tenga una nueva Constitución por las divisiones políticas, con lo que es más que es probable que el futuro presidente no conozca sus prerrogativas.

O como la comparecencia de Mubarak, en pijama y postrado en una camilla, ante el tribunal que lo juzga y que deberá dictar sentencia a principios de junio.

O como los comicios legislativos, celebrados entre noviembre de 2011 y febrero de este año, que se desarrollaron en un proceso faraónico en el que, tan solo para la votación a la cámara baja, fueron necesarias tres rondas de dos vueltas de dos días de duración cada una.

Pese a los avances, durante todo este tiempo el país ha parecido estar siempre al borde del abismo, a lo que ha contribuido la discutida actuación de la Junta Militar que gobierna el país desde la renuncia de Mubarak y los frecuentes episodios de violencia.

Raro ha sido el mes que no ha sido testigo de enfrentamientos entre manifestantes, "baltaguiya" (agitadores violentos) y las fuerzas del orden e incluso entre hinchadas de fútbol, que han causado centenares de muertos y han fomentado un ambiente de continua inestabilidad en el país.

Frente a los disturbios, el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas, máxima autoridad del país, ha rehuido asumir responsabilidades y ha optado por acusar a "terceras partes" que conspiraban contra el Estado.

Este tipo de reacción, unido al hecho de que los generales de la Junta Militar fueran compañeros de armas de Mubarak y al aumento exponencial de los juicios castrenses a civiles, han hecho que muchos egipcios consideren a los militares como "los malos de la película".

Tampoco ayudaron a mejorar su imagen las dudas que existen sobre el papel que desempeñarán cuando haya un presidente, pese a que la Junta ha reiterado por activa y por pasiva que tras los comicios volverán a los cuarteles y cederán el poder a un jefe de Estado civil antes del 30 de junio.

A falta de un presidente, en la actualidad la máxima autoridad civil elegida es el jefe del Parlamento, el islamista Mohamed Saad Katatni, de los Hermanos Musulmanes, aunque la capacidad de trabajo de esta institución ha resultado mermada por las trifulcas con el Ejecutivo interino y las diferencias entre islamistas y liberales.

Bajo estas disputas subyace el modelo de Estado que cada partido quiere para el futuro Egipto, un país conservador donde hace año y medio era imposible prever que el omnipresente Partido Nacional Democrático de Mubarak desaparecería y que los islamistas se harían con la mayoría en un Parlamento elegido democráticamente.

Cada vez quedan más lejos los tiempos en que una manifestación podía considerarse exitosa con la asistencia de unos centenares de personas, porque ahora son decenas de miles los que responden a las convocatorias de mayor seguimiento.

Y es que si la transición egipcia se ha caracterizado por algo ha sido por las protestas pacíficas, que casi todos los viernes han tenido como epicentro la simbólica plaza Tahrir de El Cairo.

Tahrir y sus inmediaciones son el epicentro y el símbolo de la revolución, pero también podrían ser una metáfora de la situación presente del país: cercada por los muros erigidos en torno a los edificios gubernamentales próximos, en ella conviven las pancartas reivindicativas con la parálisis causada por el caos circulatorio.

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