El retorno de Putin, con mano dura y para largo

  • Tras un paréntesis de cuatro años, durante el cual mantuvo el control de Rusia desde la jefatura del Gobierno, Vladímir Putin volvió este año a la presidencia rusa, esta vez con mano dura y posibilidad de quedarse hasta 2024.

Miguel Bas

Moscú, 21 dic.- Tras un paréntesis de cuatro años, durante el cual mantuvo el control de Rusia desde la jefatura del Gobierno, Vladímir Putin volvió este año a la presidencia rusa, esta vez con mano dura y posibilidad de quedarse hasta 2024.

Bajo la presidencia su predecesor, el actual primer ministro Dmitri Medvédev, el mandato presidencial fue prolongado de cuatro años a seis, lo cual, sumada la posibilidad constitucional de un segundo mandato seguido, permitiría a Putin cumplir los 72 años en el Kremlin.

La decisión del "tándem" Putin-Medvédev, anunciada en vísperas de las elecciones, de que solo el verdadero hombre fuerte de Rusia se presentaría a las elecciones presidenciales provocó crispaciones en el entorno del entonces presidente.

A la vez, se disiparon las últimas y vagas esperanzas de apertura que se relacionaban con el entorno presuntamente liberal de Medvédev.

Pese a que para entonces pocos eran los que aún creían en la posibilidad de que Medvédev se presentara como rival de su patrón político y aún menos los que albergaban esperanzas en su vocación reformista, el anuncio oficial de la promoción de Putin a la presidencia coincidió con el inicio de la mayor oleada de protestas populares del último bienio.

Aunque oficialmente el desencadenante fueron las elecciones legislativas, amañadas según la oposición, para muchos opositores fue precisamente la perspectiva del retorno de Putin la que los sacó a las calles.

Bajo la demanda de "Por unas elecciones justas" centenares de miles de personas se manifestaron en las principales ciudades de Rusia y continuaron sus protestas durante y después de los comicios presidenciales.

El temor a la presión de las calles fue quizás el móvil de las decisiones que tomó el Kremlin a partir del retorno de Putin y que sirvieron a sus detractores para denunciar una ofensiva contra la ya de por sí enclenque democracia rusa.

La última gran manifestación opositora, celebrada el pasado 6 de mayo en Moscú, terminó con detenciones masivas de líderes y activistas de las protestas, procesos judiciales y hasta secuestros al mejor estilo de la guerra fría.

Leonid Razvozzhaev, miembro del Comité Coordinador de la oposición, asesor de diputado y activista del Frente de Izquierdas, fue secuestrado en la capital ucraniana, Kiev, y trasladado a Moscú, cuyas autoridades le acusan de "preparar desórdenes masivos".

Junto con él, son acusados otros dirigentes de las concentraciones opositoras.

Otro líder de las protestas, el diputado Guennadi Gudkov, fue acusado de compaginar sus funciones legislativas con actividades empresariales y privado de su mandato por simple votación en la cámara, donde el oficialista "Rusia Unida" tiene holgada mayoría.

Poco después, un grupo de cinco chicas, que ocultaban sus rostros bajo pasamontañas de colores, intentaron con poco éxito protagonizar una protesta en el principal templo de Rusia, la Catedral de Cristo Salvador.

Las integrantes del escandaloso grupo Pussy Riot pretendían interpretar en el altar del templo una "misa punk" para pedirle a la Virgen que "eche a Putin".

No pudieron cantar una sola palabra, ni siquiera desenfundar la guitarra.

No obstante, las dos de las tres identificadas, detenidas y procesadas fueron condenadas a dos años de prisión, provocando toda una campaña mundial de solidaridad y el reconocimiento de las "Pussy Riot" como presas políticas por Amnistía Internacional.

Poco después, el Parlamento ruso aprobó una polémica ley que pretende comprometer a la ONG opositoras y cortarles las fuentes de financiación exterior.

A partir de ahora, las organizaciones que reciban ayuda financiera desde otros países deberán declararse "agentes extranjeros", calificativo que en Rusia equivale a espías o saboteadores.

La democracia debe saber defenderse, sostiene Putin, quien más de una vez dejó claro que en Rusia no ocurrirá nada similar a los cambios de poder bajo presión de revueltas populares que en su tiempo ocurrieron en Georgia, Ucrania y más recientemente en el mundo árabe.

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