En el 50 aniversario de mayo del 68: ¿Son las manifestaciones un arma política?

  • España vive agitación en las calles; jubilados, 8M, protestas por la sentencia de La Manada, a favor y en contra de la independencia...
Manifestación de jubilados a las puertas del Congreso.
Manifestación de jubilados a las puertas del Congreso.

Justo cuando se cumplen 50 años del mayo del 68 francés, las manifestaciones en España se han convertido en un arma política de primer nivel. Los jubilados han logrado una subida de pensiones gracias a sus protestas (el miedo a perder a su votante más fiel y lograr el apoyo del PNV a los Presupuestos ha obligado a Rajoy a dejar en agua de borrajas su reforma al respecto), los taxistas han logrado el apoyo del Gobierno, la sentencia de La Manada ha inundado las calles bajo el manto de la indignación. El 8M, millones de personas salieron a la calle en defensa de los derechos de la mujer alentados por el #MeToo, el independentismo ha tenido su batalla en la calle... y aunque ya casi olvidado, el 15M amenazó con provocar un terremoto político. ¿Qué está ocurriendo?

El sociólogo Salvador Cardús, recuerda que hace 50 años faltaba un factor determinante: las redes e internet. Antes, el mundo universitario y los sindicatos eran los únicos que lograban sacar a la gente a la calle. "La realidad es que estas manifestaciones solo tienen éxito si persiguen un objetivo concreto, su improvisación suele ser su debilidad. Solo hay que ver el 15M... al final ganó el PP  y su impulso fue domesticado por un partido que no ha cumplido las expectativas".

Sergio Andrés Cabello, profesor de sociología, ha realizado desde la Universidad de la Rioja varios estudios al respecto. Considera que estas manifestaciones son "protestas ante la deslegitimación y la desconfianza institucional que sienten hoy los ciudadanos. No es algo solo local, es global (baste recordar las primaveras árabes o la marcha de los refugiados hacia Alemania)". La globalización y la crisis han descolocado a todos y han hecho daño, el no nos representan es una forma de canalizar el descontento social. 

Cardús cree que estamos ante respuestas emocionales que no pretenden, como en el 68, cambiar el sistema. "El poder judicial no va a cambiar por la sentencia de la Manada, pero es un modo de reflejar la frustración o la sensación de injusticia. Pero a diferencia del 68, ahora no hay intelectuales detrás de las protestas ni una idea de revolución, estamos ante una consecuencia de la incapacidad de dar respuesta a las preocupaciones de la gente".

Cierto que en ocasiones la respuesta a la calle puede ser más autoritarismo, pero eso no lo ven los expertos en una democracia como la española. En otros países, como en Hungría, el malestar se instrumentaliza a través de referéndum (algunos partidos en España son muy partícipes de ellos). "No es la mejor idea porque estos solo deben usarse para cambios significativos, lo que sí es bueno es fomentar la sociedad civil, la participación en los ámbitos locales", señala Cardús.  "No se puede gobernar a golpe de referéndum", confirma Cabello.

Gero Von Randow, editor y corresponsal en Francia del diario Die Ziet ha captado las sensaciones que se ven hoy en el mundo, esta ola de malestar en el libro 'Revoluciones, cuando el pueblo se levanta' (ediciones Turnes Noema) donde analiza las revoluciones de antaño y las actuales. Lenin y Castro, por ejemplo, usaron y traicionaron al pueblo y sus circunstancias. En China, la libertad nunca fue una meta (elemento vital de las revoluciones).

El libro pone en evidencia que a veces las semillas de las revoluciones llevan su tiempo y no siempre logran sus objetivos, si los tienen. Las contrarreformas son implacables. La primavera árabe de Túnez se gestó desde los 90 en las regiones mineras de la zona occidental del país, pero estalló el 17 de diciembre de 2010 cuando un joven comerciante desesperado se quemó a lo bonzo. ¿Ha triunfado? Solo a medias, derribó a Ben Ali y siguió la ola de las revoluciones de colores en Georgia (2003), Ucrania (2004) y el Kirguistán (2005), pero se ha quedado lejos de su deseo: el nivel de libertad, modernización y democracia... europeos.  

Porque toda revolución tiene sus metas: Russia go home, fue la de la rebelión húngara de 1956, La fantasía al poder era la de Mayo del 68 francés, Nosotros somos el pueblo, la de la RDA en 1989. Las de hoy tienen otro grito: queremos inmiscuirnos en política. Así ocurrió en la plaza Tahir de El Cairo, en el Maidan de Kiev, en el barrio Admiralty de Hong Kong, en Gezi en Estambul, en la Liberty Place de Manhattan, en la Puerta del Sol de Madrid y en la plaza de Syntagma de Atenas. 

En 'Anatomía de la revolución', Crane Brinton, resume las condiciones de una revolución: déficit del Estado, muchos impuestos, desorganización de la administración, y problemas sociales. ¿Por qué se protestaba en la Primavera Árabe? Por el paro y la falta de futuro. "Las revoluciones no se pueden producir por desesperación, sino por esperanzas frustradas". Y dos advertencias: cuidado con los que prometen la salvación y con los que se apropian de la identidad nacional. Solo logran desgracias. Y un consejo de la historia: el que usa la violencia no la deja y no suele triunfar: solo lo ha hecho en el 26% de los casos entre 1900 y 2006. Las revoluciones de hoy no llevan armas en la mano sino móviles y solo tienen un sentido: mantienen despierta la fe en lo posible. En España, las salidas a la calle mandan un mensaje. No, no estamos contentos.

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