En el barrio madrileño de Lavapiés, El Khazzani trapicheaba con hachís

  • "Jugaba con nosotros al fútbol, vendía hachís de vez en cuando": en la terraza del bar Gibraltar, en Madrid, dos albañiles marroquíes reconocían este lunes la fotografía de Ayoub El Khazzani, neutralizado en un tren en Francia armado con una kalashnikov.

A la hora del té con menta, en este bar marroquí del barrio de Lavapiés, recuerdan a Ayoub como "un chico tranquilito" que con de 19 años, en 2009, era "conocido sólo por trapicheo" de droga, un pequeño tráfico para ganarse la vida.

"Vendía hachís de vez en cuando, como muchos, para comer, pagar el alquiler, pero no era un traficante", considera Mohamed, un albañil de 34 años con pelo muy corto y una camiseta azul. "Era un chico bueno, normal, jugaba al fútbol aquí mismo con nosotros, es extraño que haya hecho esto", agrega.

Apoyado sobre la vitrina del bar, Hicham, otro marroquí que tampoco quiere dar su apellido, coincide: él también recuerda los partidos de fútbol que jugaba con Ayoub, el tráfico al que se dedicaba "a veces"... "Iba a la mezquita muy poco", asegura este hombre de 34 años y largo cabello engominado.

El Khazzani, nativo de Tetuán, en el norte de Marruecos, vivía entonces con su padre, de profesión chatarrero, en un edificio de tres plantas en la calle Cabestreros.

En 2009 había sido detenido cerca de aquí por haber vendido siete gramos de hachís a un muchacho de 17 años. Fue juzgado en 2012 y condenado a seis meses de prisión y una multa de 35 euros. El 21 de julio de 2014, un juzgado de Madrid emitió una orden de detención en su contra para que cumpliese dicha pena: "se ordenó su detención para cumplir condena pero ya se había fugado", explica una fuente judicial.

Con la crisis económica en España, el trabajo comenzó a escasear cada vez más en el barrio. "De 50 chavales, solo 10 trabajan fijo", asegura Allal Taouriarat, de 58 años, vendedor de objetos de segunda mano. Así, explica, muchos jóvenes marroquíes, como Ayoub, "han ido a Bélgica o a Francia a buscar trabajo".

El Khazzari vivió siete años en España, de 2007 a 2014, primero en Madrid, después en Algeciras, en el sur, adonde se mudó con su padre antes de partir hacia Francia.

En esa ciudad, en el extremo sur del país, bañada por las aguas del estrecho de Gibraltar, que separa España de Africa, reside una importante población marroquí, llegada aquí de otras regiones de España u otros países de la UE "por la proximidad con su país y sobretodo su familia, a la vez que se mantiene su estatus europeo", explica el sociólogo José Angel Ponce Lara, que trabaja en la integración de inmigrantes.

"Hace unos años", Mohamed volvió a ver a Ayoub en Madrid y notó que su aspecto había cambiando. "Venía de Algeciras a presentar un juicio aquí, llevaba una pequeña barba, pero yo no pensaba que era radical", afirma.

Según una fuente cercana a la investigación en Francia, el joven habría realizado "discursos duros legitimidando la yihad en las mezquitas de Algeciras".

Para Taouriarat, en todo caso, no fue en Lavapiés donde pudo acercarse al islamismo radical.

Descrito ahora por las guías turísticas como "uno de los barrios más a la moda" de la capital, Lavapiés sigue profundamente marcado por las detenciones de marroquíes que siguieron a los atentados del 11 de marzo de 2004, que dejaron 191 muertos en Madrid, atribuidos a un grupo islamista marroquí vinculado a Al Qaida.

"Antes era una zona caliente, abandonada por las autoridades, pero desde hace diez años, como la zona es multicultural y atrae a muchos turistas europeos, estamos muy controlados por la policia", asegura Taouriarat. "He pasado por todas las mezquitas del barrio, hay cinco, y no he escuchado ningún discurso hacia el terrorismo", añade.

"A los que hay que detener", afirma Said, un peluquero marroquí de 39 años en la terraza del Gibraltar, "son a los que hacen un lavado cerebral a nuestros jóvenes por el nombre de Dios y se los llevan como militares gratuitos".

lbx/acc/pmr/eg

Mostrar comentarios