Sale a la venta 'La Telaraña'

"Si Moncloa hubiera tenido campaña de comunicación, el procés sería más débil"

Juan Pablo Cardenal
Juan Pablo Cardenal

En septiembre de 2017, el periodista Juan Pablo Cardenal (Barcelona, 1968) empezó a leer varios artículos del 'The New York Times' sobre el conflicto en Cataluña y, como dice él mismo, "me subía por las paredes". Hasta entonces, 'The New York Times' le parecía un periódico modélico que le describía con imparcialidad los sucesos del mundo. Pero lo que el periódico norteamericano contaba de Cataluña le dejó perplejo. Cardenal se propuso entonces escribir un libro sobre cómo la prensa extranjera, instituciones como la ONU, universidades, políticos y la opinión pública mundial se dejaron manipular por la maquinaria de propaganda y comunicación independentista. Hizo más de 200 entrevistas y ha elaborado un mapa completo de esa red de personas que tejieron lo que él denuncia como 'La telaraña', que acaba de salir a la venta (Editorial Ariel).

¿En qué se basa para decir que 'The New York Times' estaba sesgado?

Analicé 92 artículos de su corresponsal en España sobre el procés. Son artículos repletos de sutilezas que guían al lector en una determinada dirección.

¿Sutilezas?

Es peor lo que "no" dices, que lo que dices. Las omisiones.

¿Por ejemplo?

Decía el periódico que el referéndum de 2017 fue declarado ilegal por el gobierno español con la ayuda de los tribunales, con lo cual estás dando a entender que en España no había separación de poderes.

¿Y las omisiones?

Si omites lo que pasó el 6 y 7 de septiembre; [el parlamento catalán aprueba las normas de desconexión y declarar la independencia, ambas ilegales] y si omites que el independentismo es una minoría en Cataluña, no me extraña que los lectores del 'The New York Time's sientan una simpatía a la causa independentista y que piensen que España es un país troglodita. El mensaje constitucionalista estaba ausente. Eso era lo peor. Y cuando no lo omitía, en vez de llevarlo al párrafo dos, el corresponsal lo llevaba al final en una línea. 

También dice usted que 'The New York Times' hacía muchas referencias a Franco.

Sí. Un tío que murió en 1975.

¿Por qué los medios económicos eran más imparciales, como 'The Economist', 'The Wall Street Journal' o 'Financial Times'?

No sé si tiene que ver con que los económicos son menos viscerales. Están más acostumbrados a los hechos y a no especular porque ellos tienen mucho impacto sobre los mercados. Hicieron una buena cobertura, e incluso criticaron al Gobierno de España.

¿Cuál fue su percepción general sobre los medios internacionales?

La cobertura fue frívola. Hubo muchos casos de periodistas paracaidistas que llegaron a España y que no entendían nada. Y sus coberturas estaban influidas por el sensacionalismo. Los independentistas se los habían trabajado. Les pagaban viajes, dice en el libro. Y les daban acceso a todo y contexto.

Ahora se dice "relato".

Está muy bien que te den acceso a las fuentes e información, pero tu obligación como periodista es explicar la opinión "del otro lado", y eso es lo que no hicieron. Y como no tenían el conocimiento adecuado, lo suplían con los estereotipos sobre España

La España franquista, ¿no?

Encajaba en su cliché. No hablaron de lo que pasó el 6 y 7 de septiembre de 2017, cuando los soberanistas abolieron la legalidad española con un voto que representa el 47% de la población de Cataluña. Tampoco dieron voz a Arrimadas o a Rivera, que eran figuras claras del constitucionalismo. Pero nunca se olvidaban de mencionar a Franco. Fallaron en su obligación fundamental de formar con rigor y objetividad.

Usted cuenta que los periodistas extranjeros se tragaron la falsa cifra de los 800 heridos ofrecida por los independentistas, cuando al final fueron tres.

Era inaudito que aceptaran una cifra sin verificarla. Y cuando se demostró que era un camelo, nadie lo rectificó excepto Peter Preston en 'The Guardian'. Con honrosas excepciones, creo que lo que ha pasado en Cataluña a nivel periodístico, demuestra por qué la profesión está como está.

En su libro describe la eficaz maquinaria de propaganda separatista. Y del lado del Estado, mucha torpeza.

Hay tres elementos que explican lo que pasó. Primero, la estrategia de comunicación. Todo el gobierno [catalán], y sus satélites, y sus Diplocats [oficinas de representación exterior], todos estaban alineados en una misma dirección y subvencionados. La gente que lo capitaneaba sabía idiomas, estaba preparada, y era ideológicamente afín a la causa. Era la prioridad del la Generalitat desde 2012.

¿Y el segundo elemento?

En el Estado español no solo no había una estrategia sino que las personas que debían implementarla no reunían el perfil adecuado. Cometieron errores estratégicos garrafales como pensar que las decisiones de los gobiernos extranjeros dependían exclusivamente de lo que el Estado español pudieran decirles; no pensaron que también esos gobiernos podían estar influidos por la presión de la opinión pública en sus países.

¿Se refiere a la prensa extranjera influida por los independentistas?

Si un gobierno tiene que decidir sobre España, tiene dos fuentes: lo que España le está diciendo, y la presión que siente de la opinión pública. No se puede sustraer al sentir de la opinión pública. Los independentistas catalanes entendieron muy bien que había que trabajarse ese flanco de la opinión pública. El gobierno de España le dio cero interés.

De hecho, se lo confirmó la que fue secretaria de Estado de Comunicación de Rajoy, Carmen Martínez de Castro.

Ella me dijo que la opinión pública era cambiable. De modo que tenemos unas personas alineadas con recursos haciendo de todo eso una prioridad [los independentistas]. Y tenemos a que los que tenían que neutralizarlos [el Estado], completamente ausentes, con una mezcla de desidia e incompetencia.

¿Y el tercer elemento que explica lo que pasó?

La ignorancia de las audiencias internacionales. Como los extranjeros no se enteran de nada de este tema, y solo reciben la opinión de los nacionalistas, se quedan con eso. El error y el fallo de cálculo del Gobierno español de Rajoy fue doblemente importante, porque, al no dar esa batalla, estaban dejando el campo libre para que unos tipos llenaran de mentiras a una audiencia que tenía cero conocimiento del asunto.

En 2018, el Gobierno de Rajoy fue sustituido por el de los socialistas de Pedro Sánchez. ¿Cómo valora su actuación?

Aunque parezca increíble, el hecho que España tuviera un gobierno de izquierdas calmó los ánimos en Europa.

¿No los asociaban con Franco?

Lo decían en todas las crónicas. El PP era los hijos del franquismo. Y los independentistas alimentaban esa línea

Madrid no se entera de lo que pasa en Cataluña, dice usted.

Las elites madrileñas no han respirado nunca Cataluña. Y no la entienden. De mis conversaciones con Josep Borrell [ministro de Exteriores socialista] veo es una persona que ha respirado Cataluña. Me quedó clarísimo que para él [el procés] era el tema prioritario.

Sorprende en el libro el escaso papel de algunas embajadas en los momentos más crudos.

En Reino Unido había una persona que pasaba de todo; no hacía nada. Unos se arriesgaron. Otros, lo justo. No había una directriz que les pusiera firmes. No había una política de país, que sí había en Cataluña. Funcionaron muy anárquicamente y eso restó eficacia a una estrategia que tampoco se había decidido.

¿Cómo funciona nuestro servicio Exterior?

Es muy complejo. Ocurría que Moncloa tenía unas directrices, y el Ministerio de Exteriores, otra. Soraya Sáenz de Santamaría (vicepresidenta) y José Manuel García-Margallo (ministro de Exteriores) estaban enfrentados. Además, la figura del consejero de información de las embajadas, que es una persona que está técnicamente en Exteriores, tiene como su jefe a la Secretaría de Comunicación (Moncloa). Cuando viene una crisis, eso estalla por los aires.

¿Cómo reaccionaron los embajadores ante el desafío soberanista en aquellos días?

Era una decisión personal: ¿me voy a arriesgar o no? Son personas complicadas. Hubo unos que preferían no salir en la foto. Entre la autonomía que tienen, y las disfunciones, al final la respuesta fue muy coyuntural.

Póngame un ejemplo.

El 1 de octubre, cuando las redes sociales estaban ardiendo, los responsables de las redes sociales de las embajadas no habían recibido ninguna directriz. Ocho días después recibieron un telegrama para abroncar a los que habían hecho cosas, y les avisaron que entonces habría una estrategia de redes sociales

Para los periodistas, redes como Twitter son básicas.

Al final en esos días, todo dependió de que alguien en una embajada, si le preocupaba el futuro de España, decía: "¡A tomar por culo: hago lo que tengo que hacer, me digan lo que me digan!". Otros no hacían nada porque no les habían dicho nada.

En su libro da la impresión de que la ONU es muy influenciable.

Es un sitio perfecto para defender causas perdidas. Y si conoces los mecanismos –y los independentistas se preocuparon de conocerlos–, los puedes usar a tu favor. Si analizas los informes de los grupos de trabajo, o lo que dijeron los distintos relatores, te das cuenta de que eso en el fondo son opiniones personales, pero al ir con el membrete de la ONU, se vendió aquí como que era una legitimación de lo que hacían.

¿Por qué no aparecieron a tiempo los videos de la violencia de los independentistas contra la policía?

No lo sabían ni en el gobierno. Me dijeron [en el Gobierno de Rajoy] que se habían descargado de las cámaras, y se habían volcado en discos duros que fueron al juez. Luego esos videos llegaron a la Secretaría de Comunicación. Tardaron tres días en sacar unas imágenes que ya no servían para nada. Es un enigma por resolver.

El Estado reaccionó muy tarde. ¿No parece inexplicable?

El procés del 1 de octubre se anunció en junio. Nadie puede decir que fuera una cosa sobrevenida. Cuando llegó el 1 de octubre no tenían nada preparado. Soraya Sáenz de Santamaría [vicepresidenta] salió en una rueda de prensa cuando los soberanistas ya habían dado tres, y cuando las imágenes tan contundentes de la actuación policial llevaban horas dando vueltas por el mundo. Como me dijo un corresponsal: “Cuando sales a las dos de la tarde ya has perdido”

Los soberanistas aprovecharon las imágenes de la violencia policial.

Solo hubo violencia policial en 17 de 2.600 colegios electorales. Pero en el gobierno decidieron no hacer nada.

En las televisiones extranjeras solo se veía a policías que querían sacar de centros a gente pacífica que deseaba votar.

Era más fácil colar el relato independentista: democracia, votar, la voz del pueblo… frente al relato de un Estado que quiere mantener el status quo. Los separatistas fueron muy profesionales. Lo hicieron muy bien. Tocaron la fibra sensible. El 1 de octubre fue una trampa, una puesta en escena. Y nuestra desgracia es que, los que podían haberlo neutralizado, fueron absolutamente inoperantes. Martínez Castro me dijo que no querían internacionalizarlo. Y yo le dije: "Si el criterio era no internacionalizar, ¿qué os impidió hacer pedagogía en Cataluña?".

¿Habría ayudado mucho?

Si el gobierno hubiera tenido una campaña de comunicación, saltando al cuello de cada mentira, estoy convencido de que menos catalanes se habrían sumado al procés.

Los independentistas no han ganado. Pero tampoco han perdido, ¿no le parece?

Yo creo que han ganado ellos.

Pero no han logrado la independencia.

No estoy seguro de que su objetivo fuera ganar la independencia inmediatamente. Han creado un plan para tirar abajo el sistema constitucional español, y no lo han conseguido. Pero salen reforzados. No han perdido nada de apoyo. Nada ha cambiado. Todo su engranaje, lo que fue el programa 2000 de Pujol y ahora 'La Telaraña' incluidas las embajadas catalanas, todo eso sigue intacto. Todo lo que estaba consolidado sigue consolidado. En la escuela sigue pasando lo mismo. Los medios de comunicación del régimen siguen más comprometidos que nunca. Hay una serie de cabecillas que estarán poco más de dos años en la cárcel y saldrán como héroes. Creo que han ganado los soberanistas: ha sido una intentona que no les ha salido bien, pero les ha salido gratis. El tiempo corre a su favor demográficamente.

¿A qué se refiere?

Todo el tema del idioma catalán, que para mí es una herramienta de dominación ideológica y de exclusión social, eso no se va a mover ni un milímetro, y simplemente hay que esperar a que se creen las condiciones, como se crearon en 2012 para que vuelva a haber una especie de tormenta perfecta.

¿Qué le parece que el gobierno socialista negocie con los que están en la cárcel?

No es una negociación. Una negociación es que ellos dejen de insultarnos; cuando ellos acepten que la mitad de la emisión de TV3 sea en castellano, cuando dejen de imponer el catalán en las escuelas, sean o no catalanes. Esas cosas tan importantes no están en la mesa ni lo van a estar. Lo que está encima de la mesa es: "¿Qué me das para que yo no continúe con el golpe de Estado?". Eso es un chantaje. Si lo miramos en el corto plazo no han ganado, pero no han retrocedido nada en todo esto. Si hacemos la analogía con un avión, has perdido altura, pero no te has estrellado y sigues tu rumbo y vuelves a coger altura.

"Falta liderazgo y arrojo político"

¿Qué vaticina para los próximos años?

Soy pesimista, sobre todo porque no me fio de los políticos. Cuando estaba en Shanghai, vino a verme un amigo catalán que vivía en Madrid: y empezamos a hablar del tema catalán. Y él me decía: "Esto es imparable. Y lo que vaticino es que va a llegar un momento en que va a ser tan insostenible que un pacto PP-PSOE será inevitable, pero va a ser demasiado tarde", me dijo. Y me he acordado muchas veces de esta conversación. Hemos llegado a esa situación insostenible pero el PP y el PSOE no han pactado. Ni el centro derecha ha sido capaz de ponerse de acuerdo. Entonces, no tengo ninguna razón para ser optimista con respecto a que cualquier gobierno del siglo que sea vaya solucionar el problema. Falta liderazgo y arrojo político.

¿Y cómo cree que lo percibe el resto de los españoles?

A muchos españoles les da igual España. No en el sentido patriotero. No son capaces de ver que el sistema actual es garantía de nuestras libertades.

En los libros de texto tampoco se cultiva mucho la idea de España.

Eso explica que no tengamos un relato nacional. Y como me dijo Antonio Caño [ex director de 'El País'], "si no tienes un relato nacional no tienes nada que defender". Un hispanista francés, Benoît Pellistrandi ('El laberinto catalán'), me decía que en Francia tienen un dique de contención que es la educación nacional. Pero en muchos sitios de Cataluña, no sienten afecto por España. Es un país ajeno. La propaganda se encarga de hacerles ver que en España somos muy malos y que llevamos siglos queriendo humillar a Cataluña.

No cuentan la verdad de España. ¿Es eso?

España es un país democrático, tolerante y realmente admirable. ¿Cómo vas a convencerles de que se separen? Montando un relato de la España negra. Diciendo que se quieren ir porque en España son unos trogloditas y unos fascistas. Es lo que transmiten en los libros de texto y en los medios de comunicación.

¿No le parece que el español medio siente que no existe el Estado en Cataluña?

La prueba es que en setiembre de 2017 cuando traen a los policías, los tienen que meter en ferrys porque en Cataluña no hay cuarteles.

¿Y la lucha de los constitucionalistas?

Es un milagro que la mitad de los catalanes sean constitucionalistas. En mi entorno hay más cabreo con la actuación del Estado que con la de los independentistas. Para nosotros, los independentistas han sido unos fanáticos. Pero pensamos que el gobierno de nuestro país no nos defiende. Y encima va a negociar con unos tíos que han montado un golpe de estado. Al 53% de los constitucionalistas no nos consultan casi nada. Es milagroso que no haya una abstención masiva.

¿Por eso da tanto valor a la manifestación constitucionalista de 2017?

Fue de lo más increíble. Fue la Sociedad Civil, y no los partidos.

En el epílogo de su libro usted es pesimista.

Soy pesimista porque empiezas a mirar todos los que podían haber hecho algo y no hicieron nada: partidos y gobiernos, el Tribunal Constitucional, la Iglesia, los empresarios, los periodistas, los sindicatos… No se salva nadie. Y veo una sensación en el resto de España de ver cada vez más Cataluña como algo ajeno. No sé si se dará una independencia de iure o de facto, pero lo que es seguro es que no vamos a recuperar nada, y que seguirá la discriminación a los castellano parlantes. No vamos a recuperar nada. Nuestro mejor escenario es estar como estamos: pisoteados.

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