"Es una vergüenza que las puertas a la esperanza estén llenas de cuchillos"

    • Bertin, Mamadou y Sayer, tres historias que descubren el drama de la inmigración.
    • "Esto es una bomba de relojería. Explotará", advierte Bertín.
El senegalés Mamadou Dia ha publicado su historia en el libro "3052. Persiguiendo un sueño”
El senegalés Mamadou Dia ha publicado su historia en el libro "3052. Persiguiendo un sueño”

Bertín Youmssi: "Crucé el Estrecho a nado en la espalda de otra persona"

Camerunés de 38 años. Llegó a España hace nueve años.
Bertin atiende la llamada con la premura de atender sus clases. Su último curso de Derecho en la UNED, donde se incorporó después de conseguir el acceso a la Universidad con notas brillantes. Lleva nueve años en España, a donde llegó después de una travesía de más de dos años por casi un infierno.Sus razones para escapar de Camerún están claras. Sólo hay una que lo resume todo: "la falta de oportunidades", dice. Por eso, un día salió de casa sin despedirse. Desde Camerún, a Nigeria y sólo un objetivo en mente: llegar a Marruecos, y desde ahí saltar a Europa. En el país marroquí trabajó un año, lo suficiente para ahorrar los mil euros que le costaba su primer paso al sueño europeo. Por delante, le quedaba aún todo un Estrecho.Un trozo de mar que decidió cruzar a nado, con la única ayuda de otra persona. Casi una especie de hombres pez que, vestidos de neopreno, cargan en su espalda a los inmigrantes que quieren pisar suelo español. Con otro compañero, se echó al mar sin dudar. Un viaje cuerpo a cuerpo con la dureza del agua, hasta que tropezaron con tierra. La de Ceuta. Y también con la Policía. Lo mejor que les pudo pasar, dice, porque les salvaron de una muerte segura.Después llegarían tres meses en un centro de acogida ceutí, un juicio contra sus porteadores, y un autobús con destino a Navarra. Pero allí no encontró las oportunidades que buscaba, y tomó otro con destino a Madrid. Entre otras cosas, porque en Madrid el albergue le permitía una estancia de seis meses. En la capital empezó a buscar un futuro que, como tenía claro desde el principio, pasaba por la educación. Así que se puso a estudiar Derecho, una de sus grandes vocaciones. La otra son las matemáticas. "No tenía estudios ni sabía a dónde iba. Era una de las oportunidades que esperaba encontrar aquí" La gran oportunidad, porque el dinero, dice, es secundario. "Hay que formarse, y eso solo lo tengo aquí. El dinero no lo es todo"Bertín se muestra reacio a hablar de lo que vendrá ahora, cuando termine con sus clases: "Cuando llegué, creí que regresaría a Camerún en cinco años, y ya llevo nueve", dice, "no conozco mi futuro".[Te interesa leer: Asociaciones de Africanos en España exigen una investigación por la muerte de los inmigrantes en Ceuta]En este tiempo, ha regresado a su país para reencontrarse con sus amigos y su familia. Con el dinero que le envía, 50 euros al mes, su madre se ha comprado un móvil con el que habla con Europa. Sus hermanos pueden comer. Todo un privilegio. "Me dicen que quieren venir a Europa, pero yo no sé darles una respuesta. Aquí es malo, pero allí es peor. Y esa es la diferencia. Todos los días me llaman para decirme: se ha muerto un vecino, un amigo... Lo que tengo seguro es que si me hubiese quedado estaría muerto" Y ese es el gran paso, salvar la vida. "Al menos la vida", repite Bertín.Y con una resignación más que asumida continúa: "Esta es una sociedad muy individualista, es complicado vivir aquí. Pero yo no puedo cambiar el mundo"¿Existe alguna solución para la inmigración? Bertín dirige la mirada a África. "La culpa también es nuestra. Tenemos que luchar porque nuestro país prospere. No hemos hecho nada. Si las cosas fuese bien en mi país, yo no hubiese pensado en venir aquí. Aunque es verdad que lo que pienso hoy no es lo que pensaba ayer"Y deja un aviso antes de colgar para irse a clase: "Esto es una bomba de relojería. Los inmigrantes que están aquí no tienen educación, no tienen trabajo. Explotará"Mamadou Dia: "Un compañero de viaje no aguantó más y se tiró del cayuco"

Senegalés de 29 años. Lleva siete en España.La historia de Mamadou Dia bien podría ser un guión cinematográfico. De momento, es un libro. El suyo. "3052. Persiguiendo un sueño" El título en el que recoge los últimos siete años de su vida. Aunque las palabras a veces se queden pequeñas ante historias tan grandes.

"Quería seguir mis estudios de Trabajo Social en Europa", responde sin dudar a la razón que le trajo aquí. "Pedí el visado en la embajada de Francia dos veces, pero me lo denegaron sin darme explicaciones. Así que la solución era el cayuco"

El cayuco. Una plaza cuesta hasta 3.000 euros, pero a él le salió gratis. "Vivía en la orilla del mar y busqué clientes a los organizadores. Aquí dicen que son mafiosos. Mafiosos son los que explotan nuestros recursos" En cada una de sus palabras, asoma la crítica. La de un hijo numeroso de una familia de pescadores, que se quedó sin nada al tiempo que el mar de Senegal se iba quedando seco de peces. El viaje duró ocho días agónicos. "Los tres últimos nos quedamos sin gasolina ni comida. Llegamos medio muertos a España. Embarcamos 84 y llegamos 83". Una pausa. "En los momentos duros había gente que se tiraba al mar", aclara, "él se tiró por la noche. No lo vimos"

Los 83 llegaron a la Gomera, donde fueron trasladados a un centro de inmigrantes, un CIE (Centro de Internamiento de Extranjeros). "Peor que una cárcel", dice Mamadou, "Fue lo más duro que me pasó en España. Te tratan como un criminal, y sólo has intentado escapar de la pobreza de la forma más digna". En España sobrevivió tres años sin poder trabajar, "nadie contrata a un inmigrante sin papeles", durmiendo en la calle y sin apenas comida. "Me pongo a recordar aquello y creo que fue un milagro sobrevivir", dice, restándole casi importancia a su travesía anterior. Luego se fue a buscar su oportunidad a Castellón, y de ahí a Murcia, donde se hizo voluntario de Cruz Roja para ayudar a otros como él.

¿Ha merecido la pena? Es rotundo. "No. No he encontrado lo que buscaba. Aquí se creen que en Africa no tenemos historia, ni civilización. Y son los de aquí los que saquean todos nuestros recursos"

Por eso, cada vez que vuelve a África, intenta convencer de que Europa no es el Dorado con el que allí tanto sueñan. "Intento hacer todo lo posible para que no vengan, para enseñarles la verdadera imagen de Europa". Mamadou da clases en Universidades africanas, en colegios, con un único objetivo: "Enseñarles de una vez a los africanos toda la fuerza que tienen" Una fuerza que también intenta descubrirles en España, a través de su ONG Hahatay.

Aquí no les entendemos, dice. "La gente no se hace la pregunta de por qué venimos, qué situación se vive allí. A Europa le llaman el mundo civilizado. Me da vergüenza que la puerta de ese mundo civilizado sea una valla con cuchillos".

¿Volverá a vivir en Senegal? "Sí. Dentro de muy poco", se adivina una sonrisa en su despedida. Por cierto, ¿qué significa 3052? "La distancia entre la ciudad donde residía en Senegal y donde vivía en Murcia",resuelve.Sayer Sambou: "Viajé en cayuco, once compañeros fallecieron"

Senegalés de 28 años. Lleva 8 en España.Quería venir porque veía a gente de mi pueblo que había estado en Europa y volvía con dinero. Nosotros éramos pobres y era una forma de salir de ahí", dice Sayer, al que todos conocen aquí como "Mass". Su castellano es aún enredado, pero en cada palabra asoma una sonrisa, a pesar de que lo que cuente sea un agónico viaje en cayuco con once fallecidos.

Ocho años atrás, poco tenía que ver su vida con la de ahora. En Senegal se subió a un coche para atravesar parte de África rumbo a Marruecos. España estaba más cerca, aunque los separaba un viaje en cayuco. Se embarcaron 121 personas. Tras once días, llegaron apenas cien. En Tenerife fueron atendidos por personal de Cruz Roja. "Nos llevaron a un sitio para comer. Después, pasamos tres días con policías y luego 45 en un centro para inmigrantes. Más tarde nos trasladaron en autobús a Valencia". Pero él quiso probar suerte en Madrid. La llegada poco tenía que ver con aquella Europa que tantas veces había soñado. "No tenía ningún sitio para dormir. Lo hacía en la calle, al lado del Banco de España". Toda una fotografíad e contrastes. "Así pasé dos meses". Hasta que un compañero le ofreció un trabajo. Ilegal. Vender discos en la calle, como él cuenta. "Pero siempre teníamos problemas con la policía. Estuve tres días en comisaría, después con juicios en Plaza de Castilla"

Ahora, la vida sí le ha enseñado una sonrisa. "Trabajo lavando platos en un restaurante mexicano", nos cuenta. Un restaurante de lujo a más de 75 euros el cubierto donde es uno más del equipo. De nuevo los contrastes. Pero su vida más cómoda no le evita la crítica. "Aquí tiramos comida, agua. En mi país la gente tiene que andar cada día cinco kilómetros para sacar agua de un pozo". ¿Qué les diría a los que quieren venir? "Que no. Aquí en España no hay nada, sólo problemas. Les digo que se queden en su país

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