Eugenio Suárez

El reportero que creó el semanario de crímenes de mayor éxito en la historia

Debutó como periodista de sucesos en 1951 en el diario 'Madrid'. Tenía 32 años. Un día su jefe salió de su despacho, miró a la redacción, pero solo encontró a un periodista: “¡Suárez!”, gritó. Allí empezó todo. 

Eugenio Suárez
El reportero que creó el semanario de crímenes de mayor éxito en la historia. 
EFE

Eugenio Suárez debutó como reportero de sucesos en 1951 en el diario “Madrid”. Tenía 32 años. Un día su jefe salió de su despacho, miró a la redacción, pero solo encontró a un periodista: “¡Suárez!”, gritó. “Acérquese a la calle Campoamor. Llaman desde un garaje para informar de que han asesinado a una mujer”. Suárez salió volando. “Cuando llegué a la casa del crimen, las paredes y hasta el techo estaban manchados de sangre. El criminal –Monchito– fue inmediatamente detenido por el inspector de servicio en la cercana comisaría del distrito Centro”, recuerda Suárez en sus memorias. El inspector se llamaba Antonio Viqueira.

El reportero solo pudo hacer una reseña breve que el censor apenas corrigió. A Suárez le conmocionó aquel crimen doméstico por su “brutalidad incoherente”. Monchito era un disminuido mental asustado. Había asesinado a la esposa de su jefe porque este no le prestó dinero para casarse. Fue ejecutado en el garrote vil.

A Suárez le fascinó la personalidad del policía Viqueira, un tipo entregado a perseguir el delito como si fuese la vocación de su vida. Los dos, el reportero de sucesos, y el policía de crímenes, estrecharon su amistad. La comisaría de Viqueira era la del distrito Centro: siempre envuelta en delitos bastante cochambrosos, tan cochambrosos como el edificio de la comisaría.

Cada semana, el inspector le daba temas para que pudieran ser publicados en el diario “Madrid”: criminales astutos, parteras ilegales, estafadores internacionales, desapariciones, abusos… Suárez ideó una sección de sucesos llamada “El Caso de…” que tuvo tanto éxito que en su cabeza germinó la idea de crear un semanario de sucesos. Pidió ayuda económica a la empresa en la que trabajaba, pero le exigieron tener el control. Suárez se negó. Luego pidió ayuda económica a su padre, que se negó también. Entonces, se acercó a unos hermanos madrileños llamados Zehr que importaban un reloj suizo “bueno, preciso y barato” (el Buren), quienes le adelantaron 150.000 pesetas para echar adelante el negocio a cambio de páginas de publicidad durante un año. Suárez consiguió asociarse a un amigo, José María de Vega, y los dos emprendieron la aventura: obtuvieron una empresa que les proporcionaba el papel y otra les dejaba las rotativas. Por último, una familia de editores apellidada Montiel le dio 300.000 pesetas para adquirir el 50% del semanario.

Imagen de Eugenio Suárez
Eugenio Suárez en Budapest. 
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Faltaba el último paso. El permiso del Ministerio del Información y Turismo. Gabriel Arias-Salgado, el ministro, se negaba a permitir que un semanario hablase de crímenes, latrocinios y estafas. En una de sus varias visitas al ministerio, salió del despacho del ministro Juan Aparicio, director general de Prensa, quien dijo: “Eugenio: el ministro te da permiso para que saques tu semanario, pero solo puedes publicar dos crímenes cada semana”.

El día 11 de mayo de 1952, cuando Suárez acababa de cumplir 33 años, salía a la calle el primer número de “El Caso”. La redacción estaba en un pisito de la avenida Jordán de Madrid y estaba compuesta por Suárez, José María de Vega, los fotógrafos Manuel de Mora e Isidro Cortina, el ilustrador Josechu Pinedo, además de un reportero en Barcelona llamado Enrique Rubio, quien estaba apoyado por el ilustrador Pérez de Rozas.

En el primer número salían anuncios de Wagons-Lits/Cook, la paella del restaurante Riscal, Galerías Preciados y, por supuesto, el reloj Buren. La primera tirada fue de 13.000 ejemplares. Costaba dos pesetas y traía 16 páginas. Muy pronto, “El Caso” se convirtió en el mayor éxito en periodístico de esos años en España, y también uno de los periódicos con los contenidos más curiosos.

En el editorial de su primer número prometían rellenar solo “el humano interés por lo que ha sucedido fuera de nuestro portal, quizá en la casa de al lado, quizá en el otro hemisferio”. Pero “nada de morbosas curiosidades”. La verdad es que estaba lleno de “morbosas curiosidades” lo cual se demuestra con una retahíla de sus titulares de portada a lo largo de los años: “La envenenadora de Palencia”; “Asesino pasional”; “Una cobra en la cabina del piloto”, “El misterio de la mano cortada”, “Crimen en El Plantío”…

En el primer número reconstruían la historia de un crimen realizado por dos personas en El Plantío, en Madrid cinco meses antes, en Nochebuena de 1951. Doña Rogelia Ogazún Lezcano había muerto estrangulada a manos de Ángel Murciano y un cómplice. Puesto que no existía documento gráfico de los criminales, el dibujante Pinedo se inspiró en las caras de Suárez y De Vega, para reproducir la imagen de los dos malvados huyendo por la ventana. Suárez se reía al cabo de los años, al recordar su cara estampada en aquel número.

Suárez siguió colaborando con el diario “Madrid” hasta que el director, general Carlos Pujol, alarmado de envidia, le exigió que se dedicase enteramente a la redacción. Suárez le tiró a la cabeza una jarra de agua y al día siguiente firmó su salida del periódico. Su nueva meta era “El Caso”.

Durante más de cuarenta años, “El Caso” fue un caso de éxito gracias al desfile de crímenes horrendos, sucesos inexplicables y noticias fantasiosas. “Sus redactores serían asiduos a las comisarías y cuartelillos, juzgados, cementerios, depósitos de cadáveres, morgues casas de socorro, parques de bomberos”, cuenta Juan Rada, ex director de la publicación, en la introducción a un facsímil que se editó en 2012 en homenaje a “El Caso” (Grupoeditorial33).

En un encuentro con el periodista que escribe este reportaje, en 2012, Suárez explicó como había concebido un fantasioso artículo sobre la visita a la Tierra de un grupo alienígenas, los gemiditas. “Nos inventamos la historia de unos extraterrestres que llegaban a la Tierra ya que en su planeta se habían agotado los minerales”, dijo mientras tomaba un café en Salinas (Asturias). “Adapté la historia de una novela de ciencia ficción que estaba leyendo”.

La tirada inicial muy pronto superó sus expectativas y sobrepasó los 100.000 ejemplares semanales en el primer año, y los 200.000, tres años después. Suárez fichó a más profesionales y creó una red de corresponsales en toda España. “Su estructura empresarial mostraba una singularidad: coste material bajo, moderno sistema de distribución y temática diferente en sus crónicas”, afirma Rada en su libro-homenaje. Los reporteros de “El Caso” se hicieron famosos en todo el país, y hasta contaban con un vehículo que llevaba las letras de la cabecera impresa en los laterales. Por supuesto, los hermanos Zehr disfrutaron de tanta demanda de relojes que aumentaron sus viajes a Suiza para importarlos.

El estilo sensacionalista de “El Caso” escandalizó a las organizaciones religiosas, a las asociaciones de padres y a las cofradías seglares. Dos meses después de su estreno, desde el ministerio de Información le llegó a Suárez una orden: ahora sería un crimen por semana; no dos. El cupo de crímenes se reducía al 50%. Suárez diría con retintín a sus amigos que “en España entonces se mataba poco y mal”. Los párrocos aprovechaban la misa para

atacar al periódico desde los púlpitos: denunciaban los reportajes de asesinos, estafadores, descuartizadores, violadores y criminales de todo tipo.

El ministro Arias-Salgado dio un paso más y decidió imponer el cierre del semanario. Suárez se dirigió entonces al obispo de Madrid, Leopoldo Eijo y Garay, para tratar de convencerle de que en su periódico el mal, como el demonio, siempre salía perdiendo. Además, como repetiría Suárez ante las autoridades, los periodistas se llevaban bien con la policía “porque siempre decíamos que eran los buenos”.

El obispo dio el plácet a “El Caso”, pero designó un sacerdote censor para que “tenga la garantía de hallarse dentro de los principios de la moral y la ortodoxia católicas”. Suárez le asignó un buen sueldo al censor para que no interfiriese mucho en la labor, y pidió a la plantilla que se llevase bien con el mismo. Según Francisco Umbral, “Franco permitió “El Caso” porque pensaba que la población, distraída con el crimen de la portera, la gata con alas o el hongo milagroso, se iba a despolitizar, como así fue”. (Citado por Juan Rada).

Portada de El Caso
Una de las portadas de 'El Caso'. 
L.I.

“El Caso” fue el semanario más vendido entre 1950 y 1970 en España. Llegaba a los pueblos adonde no llegaba la prensa. Se leía en voz alta en los casinos y en los bares y, como afirmaba Suárez con orgullo, muchos españoles aprendieron a leer con “El Caso”. Uno de sus números más vendidos fue el relato de los crímenes de José María Jarabo, un joven madrileño vividor y de buena familia que había asesinado a cuatro personas. Jarabo quería recuperar una joya en una casa de empeños, pero en lugar de ir al comercio, se presentó en la casa de uno de los dueños. Allí asesinó con un cuchillo y una pistola a la criada, al dueño y a su mujer, que estaba embarazada. Al día siguiente, asesinó al otro dueño de la casa de empeños. Fue detenido, juzgado y condenado a muerte por garrote vil. Un día antes de su ejecución, recibió una caja de puros. Se la había enviado la redacción de “El Caso” dándole las gracias por la cantidad de ejemplares que les había ayudado a vender: 450.000 en una semana.

Una de sus portadas más estrafalarias se produjo en 1954, después de que un censor les obligara a retirar la foto de una mano cortada que la policía había hallado en una lechera llena de alcohol en casa de una mujer de la alta sociedad. Se trataba de la mano de su hija muerta por una enfermedad. La mujer de alta sociedad la guardaba como una reliquia, así como los ojos, la lengua, dientes y mechones de pelo desperdigados por la casa.

A toda prisa, antes de entrar en las rotativas, Suárez decidió cambiar la foto censurada por un titular escrito de su puño y letra sobre una hoja en blanco que decía: “El misterio de la mano cortada”. El impacto fue inesperado. “Apenas salió a la calle el semanario cuando ya se había agotado”, comenta Rada en su facsímil.

“El Caso” llegó a ser el medidor social y económico de un país que se estaba reconstruyendo económica y socialmente. Su precio de dos pesetas se mantuvo durante muchos años. El semanario tenía tanto éxito que llegó a haber, como en los toros, reventa de ejemplares. Un hábil quiosquero del barrio de Tetuán de Madrid llevaba los ejemplares a la población (hoy barrio) de Fuencarral y los vendía a cinco pesetas. En 1963 “El Caso” subió a tres pesetas, siempre por debajo del precio de los grandes periódicos. En 1980 ya costaba 25 pesetas, fruto de la inflación que había sufrido el país desde la Transición.

En sus memorias, Suárez reconoció que “hacíamos periodismo de baja calidad, de acuerdo”, pero eso se debía a “situaciones objetivas que

condicionaban la vida pública”. Afirmaba con convencimiento que “el único periodismo vivo que podía llamarse así en los primeros años de la posguerra franquista fue el de ‘El Caso”. Suárez añadía: “Nos topamos –o inventamos– lo que se llamó, más tarde, «periodismo de investigación», dedicando esfuerzos al análisis de otros delitos: estafas, contra la salud pública, sucesos históricos y cuanto traspasara el tamiz de la censura. Al carecer de competencia, y haberse perdido en los diarios la tradición de estos temas, contábamos con la fidelidad del lector, también desacostumbrado del morbo que trae el crimen sangriento”.

En 2005, Suárez consiguió que un editor publicase sus polémicas memorias. Polémicas porque se titulaban “Caso cerrado: memorias de un antifranquista arrepentido” (Oberon). Saldaba cuenta con los envidiosos que habían tratado de cargarse su semanario, y criticaba el cambio de actitud ante el franquismo de la Iglesia, la banca y los poderes durante la Transición. Desde siempre, Suárez se había posicionado como un antifranquista, pero al final en sus memorias afirmó que el general había logrado atar al ejército y quitarle su parte más “peligrosa”, y que, tras su muerte, “rompen aguas los más insospechados vientres hinchados”. Se refería a toda clase de agrupaciones políticas que se hablaban de “la madurez del pueblo español, gran camelo que reconfortaba a las masas”.

Suárez había sido falangista desde su juventud. En los últimos años de la Segunda República había estado en la cárcel Modelo. Gracias a la influencia de su padre, un médico, logró salir y viajar a Alemania nazi, donde convivió con una familia alemana-judía. Volvió a España y fue un combatiente del lado nacional. Luego se alistó en la División Azul, pero no vio el frente porque sufrió una hepatitis que le obligó a repatriarse. Vivió la posguerra en Madrid, y encontró trabajo como censor. Fue enviado con una

beca a Hungría durante la Segunda Guerra Mundial, y cedió su puesto de censor a Camilo José Cela, de quien fue gran amigo. Al volver de Hungría, trabajó en varios medios: primero como colaborador del diario “Ya”, donde le pagaban 75 pesetas por artículo, y luego hasta que empezó a colaborar en el diario “Madrid”.

Tras fundar “El Caso” en 1952, lanzó otros productos de éxito como “Sábado Gráfico” y “Cocodrilo Leopoldo”. Con él trabajaron, José Bergamín, Antonio Gala y Álvaro Cunqueiro. Después de la censura de Arias-Salgado, sufrió la dura censura de la ley Fraga de los años sesenta. Paradójicamente, el gobierno democrático de Adolfo Suárez abrió un procedimiento en 1976 para secuestrar y sancionar “Sábado Gráfico” por publicar un caso de corrupción en el Ejército del Aire.

En 1987, después de 45 años, “El Caso” cerró asediado por las deudas, sobre todo a la Seguridad Social. Suárez, apartado ya por la edad del quehacer diario de los medios, se convirtió a partir de 1992 en columnista de “El País” y luego de “La Nueva España”. Socarrón, gran contador de historias, escéptico y algo sordo, creía que lo único que funcionaba bien en este país era El Corte Inglés. Disfrutó hasta el final de su círculo de contertulios, donde una y mil veces contaba los viejos tiempos en los que, a pesar de la censura, consiguió publicar el semanario más leído de la época. Fueron los más repletos y felices de su vida. Falleció en Salinas (Asturias), en 2015.

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