Viraje de estrategia

Feijóo abre paso a una nueva oposición y evita caer en las 'trampas' de Sánchez

El problema del nerviosismo presidencial, y de buena parte de su Gobierno radica en la actitud que aplica el recién elegido líder del PP y que nada tiene que ver con la forma de actuar de su antecesor, Pablo Casado.

Feijóo y Sánchez
Feijóo abre paso a una nueva oposición y evita caer en las 'trampas' de Sánchez. 
Europa Press

Pedro Sánchez está descolocado políticamente y lo demuestra con su necesidad de ofrecer constantes apariciones en televisión con Franganillo, con Piqueras y Ferreras, con Susana Griso, etc., para colocar de este modo a la atemorizada ciudadanía una versión más edulcorada de la tremenda inflación -9,8 %- que nos azota y que se convierte en el preámbulo de los nefastos augurios que van a destrozarnos el bolsillo. Hasta Macron en su debate con Le Pen la utilizó como gran excusa nacional, comparando el 4,5% de Francia con el doble de España. La realidad económica y social le impiden a Sánchez ofrecer el optimismo que necesita para mejorar sus encuestas, y los datos reales no suelen adaptarse a las exigencias presidenciales, más bien todo lo contrario. Mientras tanto, Núñez Feijóo intenta vender su imagen de 'nueva' oposición preocupada en solventar los temas económicos de los españoles más que en discutir y entretenerse con las afrentas de un presidente que se muestra algo virulento.

Bien visto, lo de Sánchez es un no parar de hacer cosas delante de las cámaras -inclúyase la visita a Ucrania para ver a Zelenski cuatro días después de que el mismo político apareciera en videoconferencia en el Congreso de los diputados- y todo para conseguir transmitir una imagen de acción, pero sin precisar si lo suyo es una actividad necesaria e imprescindible o simplemente una manera hiperactiva de actuar para llamar la atención sea como sea y lanzar más mensajes políticos. Lo único importante de la visita presidencial a la zona de guerra, además de enfrentarse una vez más a sus socios de Gobierno por el anuncio del incremento de armas a Ucrania, han sido los nueve primeros planos bien estudiados de Pedro Sánchez que se ofrecen en el vídeo-reportaje en el trayecto por la zona devastada, como si el verdadero protagonista fuera él, y no el pueblo ucraniano.

El jefe del Ejecutivo se olvida de que él no es nada ni nadie sin el apoyo de los ocho partidos que lo llevaron a la Moncloa en su día, y de los cuales ya ni se acuerda

Es importante apoyar al ejercito de Zelenski, pero hay que hacerlo realmente y no sólo de cara a la galería. En un estudio reciente sobre los países que apoyan a Ucrania, los tres mayores donantes han sido Estonia, Polonia y Lituania. Entre los 30 países restantes del estudio, España queda el 29, solo superada por Irlanda. Incluso Viktor Orban y su Hungría cuestionada de apoyar a Putin superan ampliamente a la España de Sánchez, situándose en el puesto 22. En proporción a nuestro PIB, el apoyo del Gobierno español no es el que le corresponde, otro ejercicio de postureo.

En su hiperactividad el líder del PSOE ha intentado definir esta semana en Antena-3 sus reglas particulares del juego político aplicando, por su cuenta y riesgo, el sistema del bibloquismo bipartidista, es decir, dos partidos hegemónicos (PSOE y PP) que presiden uno u otro el Gobierno con los apoyos de los restantes partidos minoritarios. Sánchez, en un claro ejemplo de interés partidista, ha realizado lo que viene siendo un “Juan Palomo, yo me lo guiso yo me lo como”, dictaminando según su criterio particular cómo se establece el tablero electoral de la gobernanza en España: “O gobierna una coalición de derecha y ultraderecha o gobierna una coalición de centroizquierda entre PSOE y el espacio que representa Yolanda Díaz”, ha dicho el presidente sin alterarse lo más mínimo, ante una Susana Griso que no ha repreguntado la sorprendente ausencia de Unidas Podemos.

Así de venturoso y de claro lo tiene el presidente del Gobierno, y no estaría del todo mal visto si una vez más no hubiera intentado tergiversar la realidad, ya que Sánchez se olvida de su importante aliado -Unidas Podemos- que también existe como Teruel, aunque pierda mucho apoyo electoral y Yolanda Díaz todavía no haya empezado a tricotar su bufanda de alianzas de extrema izquierda. Sin olvidar, que gracias a UP la coalición sigue funcionando y manteniendo a un Gobierno que, sin embargo, camina en muy mala dirección, ante un futuro aciago e imprevisible.

Pero hay más errores de cálculo. El jefe del Ejecutivo se olvida de que él no es nada ni nadie sin el apoyo de los ocho partidos que lo llevaron a la Moncloa en su día, y de los cuales ya ni se acuerda. No olvidemos tampoco que esa unión de extrema izquierda fue aglutinada y tejida por la pericia atrevida de un Pablo Iglesias y un Iván Redondo que ya no existen en el imaginario monclovita, y que Sánchez difícilmente podrá volver a unificar ya que no posee la empatía y el don de gentes capaz de aunar tan compleja 'orquesta'.

El presidente busca desesperadamente el centro izquierda político porque cree que los ocho partidos que le apoyaron en su momento provocan en él una mala imagen, y que además seguirán bebiendo de su mano cuando él diga, porque cree que temen más al PP que los desprecios del PSOE, algo probable pero quizá no tan profético, ni se pueda controlar tan claramente. No olvidemos que también está por allí el PNV, partido voluble capaz de dar su apoyo al Gobierno que mejor le complazca, más allá de las ideologías o intereses, o alianzas progresistas.

Feijóo está convencido y decidido a huir de las desconsideraciones y, mucho más de las faltas de respeto o insultos al presidente del Gobierno

El problema del nerviosismo presidencial evidenciado en las últimas semanas, y de buena parte de su Gobierno que tampoco ve claro que las encuestas funcionen, radica en la actitud que está aplicando Núñez Feijóo y que poco o nada tiene que ver con la manera de actuar del anterior líder del PP, Pablo Casado. Éste último entraba constantemente al trapo de todas las provocaciones y trampas políticas que le tendía Sánchez, y arremetía contra ellas con ímpetu juvenil pero con poca finura estratégica y escasa sabiduría electoral. Algo que ha cambiado con el nuevo líder popular, que intenta marcar propuestas pero sin entrar en el brusco y ofensivo envite de Sánchez, ni tampoco liándose con los posibles dimes y diretes de Vox. Ni los que pudiera proponer Santiago Abascal, y mucho menos los que propone Sánchez y su Gobierno como clave principal de su táctica política de reiterar su único argumento: llega el PP con su orquesta de ultraderecha.

Feijóo está convencido y decidido a huir de las desconsideraciones y, mucho más de las faltas de respeto o insultos al presidente del Gobierno y a todos los representantes políticos, por mucho que discrepe de ellos. Su plan no pasa por subrayar las barbaridades del contrario, salvo que sean imposibles de sostener, sino que pretende destacar las partes fundamentales de sus propuestas, y estas pasan principalmente por la cuestión económica y “por la aportación a la gobernabilidad de nuestro país”, algo que últimamente Feijóo repite con gran insistencia: “El Gobierno no puede ser el único que gane cargando el coste de la crisis sobre los bolsillos de los españoles, especialmente a las clases medias y bajas. Tenemos el Ejecutivo más caro de la democracia y la inflación más alta de los últimos 38 años. Esto es inaceptable”.

Una vez más la cruda realidad se impone a los deseos de un presidente Sánchez que hoy por hoy no consigue desestabilizar ni poner nervioso a su rival más directo, ni en las encuestas que siguen soplando a favor del partido de Génova, ni con provocaciones utilizando el miedo escénico de que viene Vox, ni tampoco acusando al PP de cargarse el Estado del bienestar por querer rebajar los impuestos a las rentas bajas y medias. El truco para Sánchez de la llegada de Vox a Castilla y León durará poco, salvo estropicios graves, y habrá que ir mirando hacia otras claves más interesantes para el interés político. El siguiente combate, aunque por intermediación, entre Sánchez y Feijóo lo tendremos en Andalucía, sobre el 19 o 26 de junio. Los datos demoscópicos dan como vencedor a Juan Manuel Moreno Bonilla, pero necesitará apoyos y todo apunta que en esta ocasión también será Vox quien se decida a formar parte del Gobierno junto al PP. Sin embargo, el Gobierno, sin inmutarse por su cohabitación con la ultraizquierda y mirando sólo su ombligo, volverá a replicar que lo peor es que el PP se apoya de nuevo en la ultraderecha de Vox.

Todo ello es aún una página pendiente de escritura, pero que a Pedro Sánchez y a su Gobierno les servirá para tensar la cuerda de la división política, ignorando que la sociedad española, al menos la parte menos radical, puede cansarse del mismo cuento una y otra vez -“cuidado que viene el lobo y el lobo no llega”-, y puede verse demasiado el truco si no hay nada más que ofrecer; salvo que la entrada de los verdes sea tan nefasta que provoque un gran descalabro. Si su función gubernamental mantiene los esquemas políticos al uso, el resultado puede ser lo contrario de lo que pretende el PSOE.

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