Un Imperio en manos de la banca

España, en un mar de deuda: la Armada Invencible y la colosal inversión fallida

El Imperio no dejó de endeudarse recurriendo constantemente a la presión fiscal, creando nuevos impuestos que recayeron directamente sobre el ya castigado contribuyente castellano.

Philippe-Jacques de Loutherbourg
‘Derrota de la Armada Invencible’
Philippe-Jacques de Loutherbourg

El Imperio español que aglutinó tierras en América, Asia, África y Oceanía, dominó en las batallas europeas y reinó en los mares gracias a la actividad comercial, tuvo asimismo su punto de inflexión para poder sostener el coste extraordinario de los crecientes recursos necesarios para su conservación. Mantener el dominó del Imperio donde no se ponía el sol y su política de defensa del catolicismo en Europa supuso la bancarrota de España, en lo que sería una suerte de 'déjà vu' de la situación actual de la deuda pública, que ha marcado un nuevo récord en el primer trimestre al alcanzar los 1.392.733 millones de euros, un 125,3% del PIB. Al cierre de marzo, la deuda del conjunto de las administraciones públicas superaba en 47.293 millones (5,4 puntos de PIB) la del cierre de 2020, que ya había supuesto otro máximo histórico.

El principio de proporcionalidad entre objetivos y recursos disponibles de aquel colosal Imperio no se tenía como conveniente para los distintos gobernantes, así que la proporcionalidad sería obviada y aquel enorme mastodonte no paró de endeudarse recurriendo contantemente a la presión fiscal, creando nuevos impuestos, como el excusado, la sisa o subsidio de galeras, que recayeron directamente sobre el ya castigado contribuyente castellano.

En manos de banqueros: los Fugger y los Welser

La necesidad de liquidez para atender sus compromisos obligó ya a Carlos V (padre de Felipe II) a acudir a los préstamos de numerosos banqueros, como los Fugger. Estos banqueros, expertos en la gestión de enormes fortunas, eran conscientes del riesgo que asumían prestando dinero a una monarquía con una deuda creciente. Los intereses que pactaban eran elevados y la Corona fue incapaz de devolver sus créditos, lo que dobló la suma inicial adeudada. 

Para hacerse una idea, mientras los ingresos anuales de Carlos V oscilaron entre 1 y 1,5 millones de ducados, el importe de los créditos que hubo de solicitar alcanzó un total de 39 millones. En 1556, cuando Carlos V transmitió su herencia a su hijo Felipe II, quedaban por devolver casi siete millones de ducados.

Al año siguiente de tomar el poder, Felipe II se declaró en bancarrota decidido a suspender todos los compromisos adquiridos con sus banqueros y renegociar la deuda. Después de 1557, y durante la centuria siguiente, Génova fue la principal capital financiera del Imperio español. A pesar de los préstamos genoveses, los apuros de la Corona siguieron siendo enormes a causa de numerosos sucesos y se vio obligada a recurrir a los banqueros castellanos, como Simón Ruiz Embito.  Así el destino de la monarquía estaba ligado a sus banqueros.  Nada nuevo bajo el sol.

El desastre de la felicísima Armada y el nuevo cénit de deuda

Los planes estaban terminados y la flota a punto de partir cuando murió de pulmonía el hombre que debía mandarla, Álvaro de Mazán, marqués de Santa Cruz. Su sustitución por Alonso Pérez de Guzmán, un hombre que no era marino profesional fue uno de los mayores errores de España, junto con la dificultad de coordinar su actuación con las tropas que se encontraban en los Países Bajos. La denominada "Gran Armada", compuesta por 130 navíos que transportaban 27.000 hombres, zarpó definitivamente de La Coruña el 12 de julio de 1588.

Durante las jornadas en las que las mareas de septiembre son determinantes, los naufragios de los navíos españoles en las costas de Escocia e Irlanda supusieron un duro golpe y cuantiosas pérdidas para las arcas reales españolas. Poco antes, durante el estío, se desarrollaron los enfrentamientos con Inglaterra en el Canal de la Mancha. Los golpes de pecho de sir Walter Raleigh, Francis Drake y John Hawkins están totalmente vacíos de contenido pues jamás se produjeron los hechos tal y como los han descrito los ingleses para mayor gloria. No se dio el aniquilamiento del poder naval español, tal y como aseguraron, aunque algunos observadores con cierto sesgo lo enuncien como el fracaso de la mal llamada “Armada invencible”.

El coste de la inversión que supuso construir una flota de una envergadura inusual y la falta de éxito en la empresa supusieron unas pérdidas invaluables de las que se tardaría en salir. De todas formas, llovía sobre mojado pues ya en los preliminares del reinado de Felipe II su sensata hermana Juana de Austria le había advertido que la quiebra estaba a la vuelta de la esquina.

Los golpes de pecho de sir Walter Raleigh, Francis Drake y John Hawkins están totalmente vacíos de contenido pues jamás se produjeron los hechos tal y como los describieron los ingleses

Las relaciones hispano-inglesas sufrieron un rápido desgaste ante imperiosas razones como son la política, la economía y la religión. A ello se sumaron los episodios cada vez más frecuentes de piratería en las costas europeas. Tanto España como Inglaterra condicionaron buena parte de la política exterior del rival durante el siglo XVII debido al enorme esfuerzo contributivo que desarrollaron desde mediados de la centuria anterior. Desde ese ámbito se crearon una serie de intencionados estereotipos y clichés que sirvieron para fomentar las rivalidades. Todavía hoy resulta difícil observar aquellos sucesos sin vernos influenciados por las imágenes que dejó aquel enfrentamiento.

El desastre de la "Armada Invencible" supuso un daño irreparable para la marina española. En los años siguientes, la piratería inglesa conoció uno de sus mejores momentos, con centenares de actos de pillaje al año, que obligaron a la mejora de las defensas y a la construcción de una cadena de fortificaciones en las colonias españolas. A pesar del alto precio de la construcción naval en España, la necesidad de defender el Imperio hizo pensar a Felipe II en una segunda "Gran Armada", que efectivamente se construyó en 1596 con el objetivo de invadir Irlanda, también fue dispersada por el temporal repitiéndose las pérdidas. Pero Felipe II nunca renunció a la idea de crear una Gran Armada y, en otoño de 1597, volvió a repetirse el desastroso encuentro con una climatología destructiva y la dispersión de la flota. Solo un año después murió el monarca español y la continua disminución de los recursos obligó a su sucesor a olvidarse de la invasión de Inglaterra. Además, la muerte de Isabel I en 1603 dio paso a un período de buenas relaciones entre los antiguos contendientes.

A la muerte del rey en 1598, su hijo Felipe III recibió una deuda con los bancos de 100 millones de ducados. No es de extrañar que, en estas circunstancias, una de sus primeras decisiones fuera la de firmar la paz con Inglaterra en 1604. Aun así, tres años más tarde se hizo necesaria una nueva suspensión de pagos.

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