Las cicatrices de la guerra atormentan a los niños sirios

  • Baraa tiene 12 años y pesadillas diarias con los bombardeos en Siria. Pese a estar refugiada en un campamento en Jordania, no puede borrar de su memoria cómo uno de esos ataques destruyó su casa y arrebató la vida a su padre.

Marina Villén

Campamento de Zaatari (Jordania), 31 ene.- Baraa tiene 12 años y pesadillas diarias con los bombardeos en Siria. Pese a estar refugiada en un campamento en Jordania, no puede borrar de su memoria cómo uno de esos ataques destruyó su casa y arrebató la vida a su padre.

En uno de los espacios infantiles habilitados en el campo de refugiados de Zaatari, Baraa narra a Efe con semblante triste cómo huyó de Siria con su madre y tres hermanos tras una de las ofensivas del ejército contra la ciudad de Homs.

La niña, cubierta con un "hiyab" (velo) de color azul, procede del barrio de Baba Amr, uno de los más castigados por los bombardeos del régimen de Bachar al Asad tras convertirse en feudo de los rebeldes.

Los traumas de Baraa son compartidos por muchos pequeños de Zaatari, ante el temor de los expertos de que se pierda una generación de niños por los problemas psicológicos derivados del sangriento conflicto.

La representante de UNICEF en Ammán, Dominique Hyde, explicó a Efe que el 58 % de los más de 65.000 refugiados de Zaatari son menores de edad y que cada día nacen entre tres y cinco bebés en el campamento.

"La mayoría de los niños han sufrido mucho estrés, han visto cómo moría algún miembro de su familia y no son capaces de contar los horrores de los que han sido testigos", lamentó Hyde, cuya organización presta ayuda psicosocial a los menores.

Según la responsable de UNICEF, hay niños que llegan heridos y otros que han cruzado solos la frontera entre Siria y Jordania, el 60 % de ellos de entre 14 y 17 años y fundamentalmente varones.

Entre los adolescentes de estas edades, el principal motivo para escapar de Siria es evitar ser reclutados a la fuerza en alguno de los dos bandos, una amenaza que se ha incrementado en los últimos meses.

Para ayudar a los menores a olvidar estas experiencias, en el campo hay espacios para juegos, canchas de baloncesto y una escuela, en la que se sigue el currículo jordano para darles la oportunidad de continuar luego con sus estudios.

Una veintena de niños, algunos con las caras pintadas con mariposas, estrellas o flores, juegan en una de estas tiendas al "conejo de la suerte" y a "abre la rosa", similar al "corro de la patata".

Mientras sus compañeros giran en círculo, Maher, de 10 años, dice a Efe con alegría que se divierte en esta jaima y hace amigos, aunque se queja de no poder jugar al baloncesto.

"A mi lo que más me gusta es el baloncesto, pero la cancha es para los mayores", apunta con un mohín Maher, que vive en una tienda con su madre y sus hermanos.

Su padre se quedó en Siria, según el niño, que, aunque reconoce que no tienen noticias de él desde hace tiempo, no deja atisbar ningún temor a que su progenitor haya sufrido algún daño.

Arropando a Maher, la joven jordana Hadil Qunaibi, coordinadora de Save the Children en uno de los siete espacios infantiles abiertos en Zaatari, asegura a Efe que intentan ofrecer "normalidad y tranquilidad".

Qunaibi destaca que el reto es sumar a estas actividades a los adolescentes, que en un primer momento rechazan acudir a estas tiendas porque las ven como "guarderías".

Los jóvenes de entre 14 y 17 años son una preocupación para los trabajadores humanitarios, que han implantado programas adecuados para esta complicada franja de edad con el fin de que se rehabiliten y cuenten sus problemas.

El ambiente agradable de estos espacios contrasta con la desolación del masificado campamento, situado en una zona muy árida en cuyos caminos polvorientos se suceden las jaimas con la ropa tendida.

Hasta la escuela, una serie de barracones prefabricados, está en estos momentos ocupada por más de 1.000 personas cuyas tiendas fueron arrasadas por las torrenciales lluvias de principios de enero.

Los niños tardarán en olvidar, pero los que quizá nunca logren superar su trauma son aquellos padres que han perdido a sus hijos o que comprueban en ellos los efectos de la guerra.

Una mujer explica cómo sus hijos quedaron desfigurados por las quemaduras que sufrieron en un bombardeo sobre su casa, mientras ella daba a luz en un hospital, y ahora lucha por mantener en su memoria el rostro anterior de los pequeños.

La mujer ha escondido todos los espejos para que sus hijos, dice, "sigan pensando que son preciosos".

Mostrar comentarios