Malala, icono global de la educación femenina, pero ignorada en Pakistán

  • La paquistaní Malala Yusufzai, que hoy ha sido distinguida con el premio Sájarov de Libertad de Conciencia, es a sus 16 años icono global en la defensa de la educación femenina después de casi pagar con la vida su apoyo a la causa, pero este ascenso contrasta con la frialdad con la que es vista en su país.

Pau Miranda

Islamabad, 10 oct.- La paquistaní Malala Yusufzai, que hoy ha sido distinguida con el premio Sájarov de Libertad de Conciencia, es a sus 16 años icono global en la defensa de la educación femenina después de casi pagar con la vida su apoyo a la causa, pero este ascenso contrasta con la frialdad con la que es vista en su país.

Galardonada hoy por el Parlamento Europeo, su nombre saltó a la palestra al saberse que ella era la niña que escribió un blog en la web de la televisión pública británica bajo el seudónimo de Gul Makai durante la dominación talibán del valle del Swat, en el norte de Pakistán, entre los años 2008 y 2009.

Fue en esa época cuando muchos niños, y sobre todo muchas niñas, se quedaron sin escuelas primero por la prohibición de los talibanes y luego por los intensos combates que duraron casi medio año.

Eso catapultó su fama en Pakistán y le dio cierta notoriedad internacional, en parte por el impulso de su padre, propietario de una escuela en Mingora (principal ciudad del valle), aunque esa misma fama le acarreó cada vez más enemistades entre los radicales.

La niña hizo una encendida defensa del derecho de las niñas a ir a la escuela y explicó como, a pesar de las prohibiciones de los talibanes en su región, ella y otras niñas burlaban los obstáculos y seguían asistiendo a clase gracias al valor de algunas maestras.

Su discurso -y algún comentario considerado provocador en Pakistán, como decir que tenía como referente al presidente estadounidense, Barack Obama- acabó llenando el vaso de la ira de los extremistas, que enviaron a sus pistoleros a Mingora.

El 9 de octubre de 2012, la joven volvía a su casa tras realizar unos exámenes cuando el vehículo en el que viajaba con otras quince niñas fue abordado por dos hombres armados que preguntaron quién era Malala y, tras identificarla, le dispararon.

Las balas impactaron en la cabeza de la niña, los agresores la dieron por muerta y solo un milagro hizo que Malala pudiera salir viva.

Tras ser trasladada de urgencia a un hospital de Rawalpindi, cerca de la capital del país, la pequeña fue llevada aún inconsciente al Reino Unido, en parte porque había serios temores de que los talibanes quisieran terminar el trabajo.

Los culpables, miembros de la facción talibán que había aterrorizado el Swat y que ahora se refugia en el vecino Afganistán, fueron identificados, pero nunca arrestados.

A partir de ahí, vino la lenta recuperación, aunque aún son visibles la secuelas que le dejó el atentado, y el ascenso de Malala como icono internacional, con apariciones en Naciones Unidas, homenajes varios e incluso su candidatura al Nobel de la Paz.

Sin embargo, los esfuerzos del propio secretario general de Naciones Unidas por presentar a la joven como un ejemplo de la importancia de la educación en el mundo como elemento de progreso social han chocado con la relativa indiferencia de los paquistaníes.

La celebración en todo el mundo del día de Malala el pasado julio pasó desapercibida en su país de origen, acostumbrado a las tragedias y con gran tendencia a digerirlas y olvidarlas con celeridad.

Pakistán ya tiene un Nobel, el físico Abdus Salam, aunque ha sido prácticamente borrado de la historia del país por su pertenencia a una minoría religiosa casi proscrita en el país, los ahmadíes.

Malala quizás tenga un provenir brillante en el mundo, pero hay pocas posibilidades de que ni su ejemplo ni su persona tengan a corto o medio plazo eco en la atribulada sociedad paquistaní.

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