La concienciación manda

Panaderos, taxistas, churreros... y perros: la España de la alarma al arrancar el día 1

  • Los pocos servicios abiertos al público, todos ellos de alimentación, exigen medidas de seguridad y distancia y los empleos de cara al cliente.
Panaderos, taxistas, churreros... y perros: la España de la alarma al arrancar el día
Panaderos, taxistas, churreros... y perros: la España de la alarma al arrancar el día
L.I.

(Nota previa: Este reportaje se ha hecho en el camino de ida y vuelta al cajero para tener efectivo con el que comprar un pan especial. También se ha respetado el metro y medio de separación).

¿Y el lugar más seguro contra el coronavirus es una churrería? A las ocho de la mañana del domingo, 15 de marzo, con el estado de alarma en vigor desde medianoche, San Fernando (Cádiz) amanece desierta, salvo un puñado de barrenderos, algún paseante de perro y sí, un par de ‘runners’. Y no, ni un solo bar está abierto. En una localidad de 100.000 habitantes en el extrarradio de la península, en su calle principal solo hay un establecimiento abierto: una churrería que, a eso del mediodía, cambia de traje y se convierte en asador de pollos.

"Creo que podemos abrir porque vendemos comida para llevar" dice uno de los tres empleados. El otro añade, para quitarle un poco de hierro al miedo sanitario: "Aquí estamos mejor que en ningún sitio. Hay un calor tremendo y dicen que el virus se muere a altas temperaturas… y luego nos tenemos que lavar las manos cada dos por tres". Ya más serio, su compañero apunta: "A ver qué pasa hoy, porque hasta ayer la gente se lo tomaba a broma todavía".

"Yo vengo concienciada de que va a ser un día duro", señala la dependienta de una panadería donde un cartel avisa que solo pueden entrar dos personas al local y separadas entre sí. Hay una cinta trazada a medio metro del mostrador que hay que respetar (como en los bancos), aunque la vendedora se va a llevar todo el día avisando de su presencia y de las normas. "Pero la gente se está portando. Ayer respetaron todas las precauciones". Además de pan, todavía hay pasteles.

Lo que no hay apenas es servicio para los taxis. En la principal parada de la localidad, un conductor sale del vehículo y otea la soledad de una calle que, pese a la hora, suele tener la vida añadida de los bares abriendo y más de un paseante. Pero este domingo de alarma lo que hay es vacío, a excepción de un camión de baldeo que aporta la banda sonora al silencio decretado.

El taxista solo ha sumado un servicio. Sus responsables ya le han dicho que se reducen a la mitad los servicios disponibles, pero no parece que sea necesario más. Por lo general, aquí se usa el transporte público para ir a la estación de tren y al centro comercial adyacente, a las afueras de la ciudad. Sin turistas y sin comercio, nadie tiene razones para ir hasta allí. ¿Y para qué llamó al taxi su cliente? “Que tenía que ir urgente a casa de su madre, que había enfermado".

A pocos metros del taxista observa una mujer de avanzada edad que espera, una hora antes de que empiece, que abran la iglesia para misa de nueve y recibir alguna limosna. Rumana y con cuatro hijos, se tapa con un pañuelo mientras habla y se resigna ante el peligro: "Tengo que comer de algo".

El cura le dijo que habría hoy misa, pese a todo, manteniendo las distancias de seguridad (dos personas por banco). Lo malo es que en la misa del sábado, por lo habitual llena y a la que fueron solo cuatro o cinco personas antes de que se decretasen las restricciones de movimiento, no augura mucha ayuda humana. Tampoco oficial, ya que espera hace un año algún apoyo público.

Ayuda, finalmente, reclama otro señor mayor, gorra de España calada, que pregunta desde el otro lado de la calle, cuando me ve con el pan en la mano si hay algo abierto. "No, no, me refiero para tomar un café". No, señor, no lo hay. Vuelva a casa. Solo hay pan, algún pastel de ayer… y churros.

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