Rajoy, presidente de la mejor manera en el peor momento

  • Superadas dos elecciones perdidas y líos internos de todo pelaje, Mariano Rajoy ha cumplido, siete años después, el objetivo para el que le ungió José María Aznar: será presidente de la mejor manera posible, tras una rotunda victoria en las urnas, pero quizá en el peor momento.

Ángel A. Giménez

Madrid, 13 dic.- Superadas dos elecciones perdidas y líos internos de todo pelaje, Mariano Rajoy ha cumplido, siete años después, el objetivo para el que le ungió José María Aznar: será presidente de la mejor manera posible, tras una rotunda victoria en las urnas, pero quizá en el peor momento.

Sus gestos cuando ganó las elecciones, el 20N, reflejaban esa contrariedad, e incluso el discurso que ofreció a los medios de comunicación nada más confirmarse la victoria estaba plagado de referencias a la gravedad de la situación económica.

Y es que Rajoy llega al Gobierno para gestionar una economía con cinco millones de parados que derrocha dinero en los intereses para la propia financiación y cuyos ingresos siguen en caída libre, hasta el punto de que el superávit de la Seguridad Social empieza a peligrar.

Tendrá que remodelar el funcionamiento de la administración pública, lo que podría crear más paro, y estudiar qué hace con las coberturas sociales, entre ellas la del desempleo.

Vistas las cosas así, no es de extrañar que el próximo presidente del Gobierno, en el balcón de Génova nada más ganar las elecciones, en medio de la euforia, se limitara a dar un bote como única licencia a la satisfacción.

Su victoria se veía venir y este 2011 no ha sido más que un largo y paulatino acceso del PP al poder; primero municipal y autonómico, y finalmente al gobierno central con una mayoría absoluta que puede facilitarle la toma de decisiones.

Lo que venga está por ver, pero a Rajoy hay méritos que nadie le puede quitar ya: el Partido Popular gobierna en 11 comunidades autónomas, en Ceuta y en Melilla, en cerca del 90 por ciento de las capitales de provincia, además de la mayoría absoluta en las dos cámaras.

Ya desde el comienzo del año, el PP empezó a prepararse y su Convención Nacional de Sevilla cerró anteriores tensiones internas y sirvió para ofrecer la imagen de un partido dispuesto a gobernar en cualquier momento.

La presión para el adelanto electoral crecía más en el entorno del PP que en el propio partido, donde Rajoy recurría a este mensaje con cierta prudencia a pesar de que en la formación era general la sensación de que Zapatero estaba más debilitado que nunca.

En febrero el partido se adentró en un proceso formal de proclamación de candidatos para las comunidades autónomas que se prometía tranquilo, pero nuevamente a Rajoy le terminaron salpicando algunas zozobras.

Así, en Asturias los populares no supieron que hacer con Francisco Álvarez Cascos hasta el último momento, cuando el líder del PP se decantó por Isabel Pérez Espinosa.

Cascos entonces se enfadó, se dio de baja del PP, creó Foro Asturias y ganó las elecciones en el Principado.

También fue proclamado Francisco Camps en la Comunidad Valenciana, aunque el cerco sobre él por el caso Gürtel se iba estrechando.

Después de presentarse a las elecciones y ganarlas aún con más margen sobre el PSOE que cuatro años atrás, Camps se envalentonó todavía más para asombro de los populares.

El expresidente valenciano se veía con el respaldo del líder del PP, quien en plena campaña de las autonómicas compartió con él el escenario de la plaza de toros de Valencia, y se mostraba convencido de que el Gürtel, al final, no le afectaría.

Se equivocó. A mediados de julio la instrucción le vio culpable en la causa de los trajes y le abocó a un proceso con jurado popular, así que todo el PP se puso manos a la obra para obligarle a dimitir.

Fue muy complicado: el 20 de julio la insistencia de Federico Trillo puso una piedra, la desolación familiar puso otra y Rajoy colocó la restante: le dio un ultimátum vía telefónica.

Al margen de la jaqueca del caso Gürtel con un coste político que ha terminado en cero, Mariano Rajoy se ha entregado todo el año a la economía, tanto en su despacho recibiendo a personalidades de las finanzas, como en almuerzos privados o en las comparecencias públicas en el Congreso.

Han sido muchos sus duelos con José Luis Rodríguez Zapatero sobre la dirección de la gestión económica, que a Rajoy siempre le ha parecido la errónea, pero quizá el que más resonó fue el del debate sobre el estado de la nación de finales de junio.

Allí el líder del PP se mostró como el presidente que puede sacar a España de la crisis y apuntaló la teoría del fin del ciclo socialista.

Un mes después, a finales de julio, el jefe del Gobierno anunció el adelanto de las elecciones al 20 de noviembre. El líder del PP tenía lo que quería.

Desde entonces, una larga campaña que ha culminado con la victoria anhelada por Rajoy: mayoría absoluta y veredicto irrefutable de la ciudadanía. Sólo que el panorama económico ha supuesto que su triunfo soñado se ha producido en mitad de una pesadilla. EFE

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