(reportaje) john fitzgerald kennedy: el hombre detrás del mito


El próximo 22 de noviembre se cumplen 50 años del asesinato de John Fitzgerald Kennedy. Muchos son los enigmas que rodean a su figura. No solo permanecen los interrogantes relativos a su misterioso atentado, sino también los que atañen a su vida y su carrera política. Los expertos consultados por Servimedia le definen como un presidente idealista que supo contagiar en los ciudadanos el entusiasmo por la política, aunque la plasmación práctica de sus ideas hay que atribuírsela a su sucesor, Lyndon B.Johnson.
El viernes 22 de noviembre de 1963, a las doce y media del mediodía, mientas John Fitzgerald Kennedy recorría el centro de Dallas en un vehículo descapotable, una bala atravesó su cerebro. Pocos segundos bastaron para acabar con 46 años de vida, 17 de carrera política, seis de ellos como miembro de la Cámara de Representantes, ocho como senador y tres como presidente de los Estados Unidos. En las elecciones de 1960, Kennedy se impuso por un estrechísimo margen a Richard Nixon: solo 112.803 votos, entre un total de casi 69 millones de sufragios. Así fue como se convirtió en el trigésimoquinto presidente de los Estados Unidos: el más joven de la historia y el único católico hasta la fecha.
Su primer discurso como presidente marcó un hito en la historia de la política. Fue un mensaje dirigido no solo a los ciudadanos americanos, sino al mundo entero: “Conciudadanos del mundo: pregúntense no qué pueden hacer por ustedes los Estados Unidos de América, sino qué podremos hacer juntos por la libertad del hombre”, exclamó. Se trata de un discurso de altos vuelos: una llamada a trabajar a escala global en favor de los derechos humanos, la paz y la libertad, y a luchar contra la pobreza, la tiranía, la enfermedad y la guerra, todo un canto al ejercicio del poder al servicio del bien.
“El signo que más distingue a la presidencia de John F. Kennedy es el idealismo”, afirma el periodista Ramón Pérez-Maura, quien añade que “era un idealismo muy necesario en un momento en que EEUU estaba saliendo de la posguerra. Hacía falta un nuevo impulso, ‘la nueva frontera’, tal y como denominó Kennedy su programa social”.
Continúa el adjunto al director del diario ABC que “ese idealismo se tradujo en la aspiración a nuevas metas, como plantearse llevar el hombre a la Luna. Era un idealismo que esa generación de jóvenes bostonianos encarnaba muy bien, y al que no estaban habituados los estadounidenses. Pero, a la vez, prosigue Pérez Maura, ese idealismo luego se tuvo que enfrentar a la cruda realidad, y la cruda realidad no está hecha para ideales, sino para pragmatismos”.
“Creo que Kennedy era un idealista, señala Charles Powell, director del Real Instituto Elcano, aunque, al mismo tiempo, había utilizado las malas artes del sistema político americano para llegar al poder. Básicamente, tenía esos ideales que evidentemente no compartía toda la sociedad política norteamericana, y esto lo llevó a tener que rebajar sus ambiciones”.
SOLO 1.036 DÍAS
Existe una opinión bastante extendida acerca de Kennedy que le retrata como un líder carismático, con una oratoria apasionante, pero, a la vez, como un gobernante mediocre, con una cuenta de resultados bastante escasa. Puede ser cierto, pero habría que añadir en su defensa que su mandato solo duró 1.036 días, y en esos escasos tres años se tuvo que enfrentar a desafíos mayúsculos.
En política exterior, tuvo que afrontar la escalada armamentística nuclear en la que se embarcó la Unión Soviética, así como la expansión del poderío del bloque comunista en el mundo, el conflicto de Vietnam, el levantamiento del Muro de Berlín y las tensiones con Cuba, que tuvieron su punto de ebullición en la crisis de los misiles, que JFK resolvió con enorme habilidad. En política interior, supo contener una recesión económica y, en especial, tuvo que abordar la cuestión racial y la emergencia del movimiento de los derechos civiles, una causa que, después de titubeos iniciales, Kennedy acabó abrazando con entusiasmo, hasta el punto de inspirar una ley de derechos que vio la luz un año después de su muerte.
La Ley de Derechos Civiles es el más claro ejemplo de algo en lo que coinciden los expertos consultados: John F. Kennedy inspiró muchas medidas políticas que luego materializó su sucesor, Lyndon B. Johnson. “Esta es una de las grandes paradojas de Kennedy: que casi todo lo que él inició lo llevó a cabo su sucesor, a quien él despreciaba olímpicamente y al que consideraba un hombre intelectualmente escaso”, indica el director del Real Instituto Elcano.
“Johnson no tenía ninguna capacidad de oratoria, continúa Powell, no se recuerda ningún discurso suyo, no tenía ningún destello de brillantez, pero su balance legislativo es mucho más sólido e impresionante que el de Kennedy”. Para este experto, la explicación es que Johnson tenía una larga experiencia como senador y sabía negociar muy bien. “Además, utilizó con gran habilidad la reacción emocional al asesinato”, señala Powell.
UN MITO CON PIES DE BARRO
Pero quizás la gran revolución de Kennedy es más estética que ética. Con él se inauguró un nuevo estilo de presentarse ante los ciudadanos del que han tomado nota todos los políticos desde entonces: más cercano, cordial y en el que la imagen era determinante. JFK tenía una verdadera obsesión por su apariencia física. Fue, además, el primer político que supo sacarle todo el partido al medio televisivo.
Los cuatro debates televisados que le enfrentaron a Nixon durante la campaña para las presidenciales de 1960 siguen siendo estudiados hoy como un modelo de telegenia. El candidato demócrata cambió su camisa blanca por una azul celeste que resultaba menos reflectante ante las cámaras y su cara estaba más bronceada. Kennedy se mostraba amable, seguro y certero, mirando a la cara directamente, mientras Nixon aparecía irritado e inseguro en muchos momentos.
A juicio de Pérez Maura, “Kennedy produjo más una estética nueva que un fondo nuevo. Su ascenso en política coincidió con la aparición de la televisión y de los debates televisivos. A él le fue bien y a Nixon le fue mal exclusivamente por razones estéticas. Quienes escucharon esos mismos debates por la radio dieron como ganador a Nixon y quienes los vieron por la tele dieron como ganador a Kennedy”.
Una vez alcanzada la presidencia, a los Kennedy les gustaba presentarse ante las cámaras como una modélica y sencilla familia americana. Eran habituales las instantáneas en las que el presidente posaba junto a su esposa o sus hijos John y Carolina. Pero la realidad era algo diferente: Kennedy era una persona atormentada por su mala salud, sufría terribles dolores de espalda y debía medicarse constantemente. Por otro lado, buscaba saciar su voraz apetito sexual a través de esporádicas (o no tan esporádicas) relaciones extramatrimoniales.
El director del Real Instituto Elcano observa: “La paradoja es que, por un lado, fue el presidente que más se expuso ante la opinión pública, con cámaras en el despacho oval, en sus ratos de ocio, jugando con los niños... pero, al mismo tiempo, fue el presidente que mejor logró ocultar su verdadera vida, su doble o triple vida, de la mirada del público. Es decir, que se trataba de una falsa intimidad, una falsa proximidad”.
MISTERIOSO ASESINATO
El asesinato de Kennedy provocó una verdadera conmoción social no solo en la sociedad americana sino en todo el mundo. Todas las pruebas señalaban a Lee Harvey Oswald como autor del homicidio, pero alrededor del crimen sucedieron algunas cosas muy extrañas, la principal de ellas que, solo dos días después del homicidio, Oswald fuera acribillado a quemarropa por un pistolero llamado Jack Ruby.
Estas circunstancias alentaron la aparición de numerosas teorías que apuntaban a una conspiración para matar al presidente, teorías que llenaron las páginas de varios libros e incluso películas de gran éxito. Sin embargo, 50 años después ninguna de esas teorías ha podido ser demostrada ni sustentada con pruebas. Sobre esta cuestión, Powell se pronuncia en estos términos: “Creo sinceramente que si hubiera habido algún tipo de conspiración a estas alturas lo sabríamos. Porque, en la época en la que vivimos, desde Watergate es prácticamente imposible evitar que estas cosas salgan a la luz”.
En cuanto al legado político que dejó Kennedy, el profesor de Comunicación Pública de la Universidad de Navarra Esteban López-Escobar opina: “Convirtió la política en algo apasionante. Se puede discutir si tomó decisiones acertadas o equivocadas, pero lo que está fuera de duda es que fue capaz de suscitar este entusiasmo. Todo lo contrario de lo que existe ahora: esta especie de hastío de la política y de los políticos que predomina en muchos países”, concluye López Escobar.

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