El agitado retorno de Lula al Palacio de Planalto, cinco años después

"Ministro Lula", dijo la presidenta brasileña, Dilma Rousseff, al dirigirse a su predecesor como nuevo jefe de Gabinete.

El carismático presidente que gobernó el gigante sudamericano entre 2003 y 2010 volvía este jueves al Gobierno, para un puesto equivalente al de un primer ministro con el fin de rescatar el convulso gobierno de Rousseff.

Durante la ceremonia, intensa y con ambiente de mitín político, Rousseff llamó a su ahora subordinado "el mayor líder político de Brasil", con una "grandeza de estadista".

Pero Luiz Inacio Lula da Silva, dos veces jefe de Estado y padre de un modelo que sacó de la pobreza a 30 millones de brasileños, volvía a Brasilia, la ciudad de las grandes perspectivas, en un ambiente muy diferente al que existía cuando la había dejado en 2010, con un 80% de popularidad.

La ceremonia de su nombramiento estuvo abrigada por compañeros de gestas pasadas, funcionarios y militantes de su Partido de los Trabajadores (PT).

Bajó una rampa hacia al salón donde fue ungido, ladeado por Rousseff. Su aparición desató la euforia. Afuera, cientos de militantes vestidos con el rojo que identifica al PT detonaban bombas de estruendo.

Pero esa escenografía no bastó para ignorar siquiera por un momento la tensión que vive Brasil, y el hecho de que Rousseff, el gobierno del PT y el propio Lula están acorralados por la crisis económica y por las denuncias de redes de corrupción en la estatal Petrobras que, según la justicia, se desarrollaron durante la gestión presidencial del exsindicalista.

El lodo negro del "Petrolao" ronda a Lula y a su familia. Los investigadores sospechan que ocultó bienes e intentó obstaculizar a la justicia.

"¡Vergüenza!", gritó un diputado frente al estrado donde se aprestaba a hablar Rousseff en la ceremonia de investidura, desentonando con el clima de desahogo y euforia algo forzada que se había instalado al grito de "Olé, Olé, Olé, Lulá, Lulá". El legislador fue sacado por la fuerza mientras los militantes lo acusaban de "golpista".

Lula asistió en silencio a la escena.

Su entrada al gobierno caldeó los ánimos en el atribulado Brasil modelo 2016. Muchos la ven como una mera estrategia para evitar enfrentar al juez Sergio Moro, a cargo del caso Petrobras y nuevo héroe anticorrupción de los brasileños. Como ministro, Lula tendrá fueros privilegiados.

El ícono de la izquierda latinoamericana, líder de las huelgas de los años 80 contra el régimen militar, se marchó del palacio sin hacer declaraciones, aunque abrazando con su habitual afecto a las personas que se le acercaban con veneración.

Una virtud que Dilma Rousseff destacó en su discurso.

"Cuento con su experiencia de expresidente, con su identificación con el pueblo de este país, con su incomparable capacidad (...) de entender a ese pueblo y de ser entendido y amado por él", afirmó.

Instantes después, un juez dejó en suspenso su nombramiento, acogiendo un pedido de revisión de los fueros.

Para ese entonces, ya habían llegado manifestantes contrarios a su nombramiento y a la continuidad de un gobierno que no ha encontrado el rumbo en una crisis tan colosal como inesperada.

También está muy viva la imagen de hace doce días en la que policía lo llevó por la fuerza en una Comisaría de Sao Paulo, para interrogarle.

La policía movilizó la caballería, colocó vallas entre los grupos, cerró la salida principal del Palacio de gobierno y recondujo a los que querían salir hacia un estacionamiento subterráneo, donde otros efectivos de seguridad preparaban sus escudos y pistolas de gases.

No hubo fiesta.

Mostrar comentarios