La crueldad y la sinrazón de los terroristas han reducido a la condición de anécdotas la colección de acciones 'turismofóbicas' que se han sucedido este verano en la ciudad de Barcelona en protesta por el modelo turístico local y en reivindicación de un nuevo planteamiento que pasara por regular los flujos de entrada de turistas para evitar la presunta masificación actual.
Si hasta el día de ayer el desafío del sector turístico barcelonés era impedir que los visitantes sintieran la incómoda sensación de no ser bienvenidos, a partir de hoy el reto que se les plantea es probablemente mucho mayor.
El ataque terrorista del 17-A, perpetrado en La Rambla, en pleno corazón turístico de la ciudad, ha situado a Barcelona en la misma tesitura que han tenido que afrontar otras capitales europeas como París, Londres o Bruselas en los últimos años: la de convertirse de la noche a la mañana en un destino de riesgo.
Los precedentes invitan a la incertidumbre. Los análisis realizados sobre el impacto de este tipo de atentados sobre el turismo indican que, al menos en el corto plazo, éstos tienen un impacto significativo sobre la afluencia de turistas y sobre el desempeño económico de las ciudades que los sufren.
Según un informe del Comité Regional local, París perdió 1,5 millones de turistas en 2016 tras las acciones terroristas sufridas por la ciudad el año anterior. Es cierto que los datos resultaron mejores que las previsiones y que las reservas hoteleras solo cayeron un 4,7%, cuando se había previsto un 6%, y la afluencia de turistas internacionales se redujo un 8,8%, cuando se preveía un 10%, pero eso no evitó que la economía de la ciudad se dejara 1.300 millones de euros por el camino.
Algo similar sucedió con Bruselas. Menor afluencia de turistas, caída de las reservas hoteleras y pérdidas económicas significativas que un informe del Servicio Público Federal de Economía del Gobierno de la región cifró, sólo en pérdidas por impuestos, en 760 millones de euros. La actividad hotelera se contrajo un 7,5% y las ventas minoristas más de un 10%.
Según un estudio de la Universidad Jaume I sobre el particular, los expertos han acreditado que tras un atentado terrorista la primera reacción de los turistas suele ser intentar abandonar el lugar. Tras los atentados de Túnez, 2.500 turistas extranjeros se presentaron en los aeropuertos para embarcar rumbo a sus países de origen. No solo ocurre esto, también se cancelan reservas y el destino nota una caída de la afluencia de turistas en los meses siguientes.
La Organización Mundial del Turismo aseguraba a principios de 2016 que el terrorismo era el factor que más pesaba en la opinión de los turistas a la hora de elegir un destino y que nada menos que un 25% de las personas que viajan a otros países deciden dónde viajar en función de cuestiones relacionadas con la seguridad.Motor económico de Barcelona
Éste es el contexto general que afrontará Barcelona en los próximos meses. Un potencial antídoto para el debate suscitado este verano sobre el modelo turístico, pero también una amenaza para una economía que casi una sexta parte depende de este sector que da empleo a cerca de 14.000 personas en la ciudad.
El turismo explica alrededor del 15% del PIB catalán y, según recordaba la Cámara de Comercio de Barcelona recientemente, se ha convertido en el principal motor 'industrial' de la ciudad y en el principal factor de su reactivación económica.
Los últimos datos del Instituto Nacional de Estadística, correspondientes a 2016, indican que Barcelona recibió 7,48 millones de visitantes, de los cuales más de 5,9 millones vinieron de fuera de nuestras fronteras. Desde 2009 la afluencia de turistas no ha dejado de crecer y de dejar cada vez más y más recursos económicos en la ciudad.
En los próximos meses se comprobará si Barcelona sufre el mismo efecto que París, Londres y Bruselas, o por el contrario, vive una situación similar a la de Madrid, cuyas cifras de visitantes no solo no cayeron tras el brutal atentado del 11-M sino que se incrementaron de manera muy significativa.
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