Turquía tiene su propio Abu Ghraib

  • Hasta ahora en las investigaciones por violaciones de derechos humanos perpetradas por parte de las fuerzas de seguridad o funcionarios turcos a los presos, el personal de mayor grado siempre había resultado absuelto de toda responsabilidad. Ahora la justicia turca ha condenado al subdirector de una cárcel a cadena perpetua por permitir esos abusos, aunque los analistas denuncian que existen muchos más casos sin resolver.
Nichole Sobecki | GlobalPost

(Estambul, Turquía). Tras los muros de una comisaría policial en Estambul, y en una pequeña habitación de la prisión de Metris, Engin Ceber fue detenido y golpeado gravemente. “Eso es lo que les ocurre a los que no se levantan para el recuento”, fue lo que dijo Fuat Karaosmanoglu, subdirector de la cárcel en aquellas fechas, en el juicio celebrado por esos hechos.

Cuando Ceber, de 29 años y activista de izquierdas, denunció lo que había ocurrido a su abogado, fue transferido a un hospital cercano, donde entró en coma y murió de hemorragia cerebral el 10 de octubre de 2008.

Ahora, en lo que se presenta como un caso histórico, un tribunal turco ha condenado por primera vez a un alto funcionario de prisiones por las torturas cometidas por guardianes a sus órdenes. Karaosmanoglu ha sido condenado a cadena perpetua por estar al corriente de los actos de tortura cometidos en Metris y no haber hecho nada para ponerles fin.

Además de Karaosmanoglu, han sido condenados a cadena perpetua por la muerte de Ceber tres guardias, y otros dos estarán siete años y tres meses en la cárcel por su participación en las torturas al fallecido y otros activistas. La organización Human Rights Watch (HRW) ha documentado el caso, por el que también han sido condenados dos agentes de policía, que cumplirán penas de siete años y seis meses por torturar a Ceber y sus compañeros mientras estuvieron bajo custodia en comisaría.

En investigaciones anteriores por violaciones de derechos humanos por parte de las fuerzas de seguridad o funcionarios turcos, el personal de mayor grado siempre había resultado absuelto de toda responsabilidad.

Ceber, junto con otros dos compañeros de izquierdas, había sido detenido en Estambul el 28 de septiembre de 2008 por protestar en contra de la muerte de otro joven activista a manos de la policía.

“Esto es una verdadera llamada de atención para otros funcionarios de las cárceles, que se sabe que han protegido a los torturadores”, asegura Emma Sinclair-Webb, de HRW, acerca del fallo judicial.La imagen de Turquía ha sufrido bastante tiempo por su asociación con la tortura reflejada en la ya clásica película de Oliver Stone “El expreso de medianoche”, de 1978.

“Es un estereotipo que pende sobre nosotros”, se lamentaba una mujer turca recientemente con voz exasperada. “Le digo a la gente que soy turca, ponen una mueca de disgusto y me preguntan si he visto ‘El expreso de medianoche’”.

La película cuenta la historia de Billy Hayes, un estadounidense al que pillan con unos paquetes de hachís en el aeropuerto de Estambul y es condenado a 30 años de cárcel. La descripción brutal que hace la película de las torturas y violaciones a las que fue sometido ha sido muy criticada en Turquía, donde se considera una obra abiertamente racista. La película de Stone estuvo prohibida en Turquía durante años, hasta que finalmente fue emitida por televisión en la década de 1990.

Pero aunque la descripción de los turcos en la película sea tendenciosa, la práctica de torturas y la brutalidad policial en la época en la que está ambientada no era algo inusual.

Amnistía Internacional denunció torturas en Turquía por primera vez tras el golpe de Estado de 1971, cuando los prisioneros políticos comenzaron a ser sometidos rutinariamente a métodos de interrogación brutales.La pregunta es si todavía se siguen produciendo episodios de tortura en Turquía, un país que aspira a ser miembro de instituciones occidentales como la Unión Europea.

Seis años después de que el gobernante Partido de la Justicia y el Desarrollo declarase “tolerancia cero” a la tortura, muchos analistas dicen que los viejos métodos siguen todavía muy extendidos, y que desde 2005 incluso van en aumento.En 2008, el Ministerio de Justicia anunció que 4.719 personas habían denunciado prácticas de tortura, maltrato y abuso de fuerza tan sólo entre los años 2006 y 2007.

Desde entonces se han adoptado cambios significativos. Como parte de su candidatura a entrar en la UE, el Gobierno turco ha aumentado la protección legal contra la tortura, que está prohibida explícitamente por ley y ahora lleva acarreada una condena mínima obligatoria de tres años de cárcel.

Pero si bien los días de los métodos de colgar a las víctimas boca abajo y los electroshocks parecen haber quedado atrás, la tortura dista de ser algo exclusivamente del pasado.

“Nos hicieron ponernos de cuclillas en el suelo, frente a las celdas, y nos dieron patadas. Cuando nos estaban transfiriendo, los policías dijeron a los funcionarios de la cárcel: ‘Éstos son terroristas, dispararon a soldados’”, aseguró Aysu Baykal, una de las activistas detenidas junto a Ceber. En una entrevista concedida al diario turco Hurriyet, añadió que un agente de policía sacó fotografías mientras otro les pateaba cuando estaban en el suelo, una imagen que recuerda vagamente a las que salieron de la cárcel iraquí de Abu Ghraib.

Ceber no ignoraba los peligros de ser un disidente en Turquía. Había sido arrestado (algo que no deja de ser en cierto modo irónico) por emitir un comunicado de prensa protestando por el ataque de la policía a un activista de derechos humanos de izquierdas, y por la falta de una investigación oficial al respecto. Su muerte, sin embargo, ha producido uno de los cambios más profundos en la posición turca respecto a este tipo de injusticias.

“Desde mi punto de vista, pillaron al Estado con las manos en la masa”, afirma Ali Tekin, el padre de Ceber. “No lo pudieron negar”.

Por cada caso como el de Ceber que llega a los tribunales, no obstante, hay docenas de víctimas de tortura que supuestamente nunca llegan a tener un juicio justo. Los escépticos argumentan que la sentencia del caso Ceber fue más una maniobra política que una señal de cambio real dentro de las cárceles turcas.

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