Un convento romano se adelantó al papa y acoge refugiados desde hace años

  • La parroquia de Ripa Grande situada en la plaza de San Francisco de Asís de Roma hospeda desde hace tres años a refugiados, sobre todo jóvenes, llegados a Italia en situaciones límite.

Amparo Puerto

Roma, 19 sep.- La parroquia de Ripa Grande situada en la plaza de San Francisco de Asís de Roma hospeda desde hace tres años a refugiados, sobre todo jóvenes, llegados a Italia en situaciones límite.

El papa Francisco instó la semana pasada a que los religiosos abrieran los conventos vacíos a los refugiados, en lugar de convertirlos en hoteles, los frailes de la parroquia y convento de Ripa Grande ya habían puesto en marcha la iniciativa hacía tres años.

"Esperamos la visita del papa Francisco a nuestro convento", ha afirmado hoy a Efe el párroco y guardián de la comunidad de franciscanos, el padre Stefano.

En cuanto escucharon las palabras del papa argentino, los frailes franciscanos enviaron una carta al pontífice para comunicarle el proyecto que ya estaba en marcha e invitarle a una visita.

En estos momentos se hospedan en el convento once refugiados a quienes los frailes les ofrecen comida y alojamiento y también les ayudan a recuperar "la esperanza y las ganas de vivir".

Con la ayuda de otras asociaciones religiosas y laicas, la parroquia conventual promueve la reinserción en la sociedad de estos refugiados.

"Muchos de ellos encuentran trabajo, estudian el idioma en la escuela y llegan a ir a la universidad", añade el padre Stefano.

La estancia en el convento normalmente dura hasta unos cinco meses, breve periodo de tiempo en el que difícilmente los recién llegados pueden encontrar un trabajo. Por eso en algunos casos la estancia se puede prolongar, refiere el Guardián del convento.

Este es el caso de, Jonny Tsegaye, de 30 años, que llegó a Italia hace cinco años desde Etiopía.

Encontró trabajo en el sector de la limpieza pero tras perderlo, decidió pedir ayuda en el convento de Ripa Grande, donde vive desde hace ocho meses y estudia.

Peor fue el caso del peruano Rider Sardón, de 43 años, alojado desde febrero en el convento donde ha cumplido la última fase de arresto domiciliario.

El peruano cuenta que pasó un año en la cárcel ya que nada más llegar a Roma la casa en la que vivía se vio envuelta en una caso de tráfico de drogas y la policía lo detuvo a él sin "ningún motivo".

Sardón ha terminado la escuela media y ahora busca trabajo.

Este proyecto de hospedar a refugiados en el convento de Ripa Grande surgió en un encuentro en el que estuvieron presentes todos los frailes franciscanos de la región de Lazio hace tres años.

El Padre Stefano explica que creyeron necesario ayudar a todos aquellos jóvenes que llegaban por mar a las costas italianas huyendo de las guerras que arrasaban sus países.

La profunda crisis económica también influyó en la decisión de acoger a jóvenes ya que, según afirma el padre Stefano, el convento también abre las puertas a los jóvenes italianos afectados por el alto desempleo juvenil que padece el país.

Aunque en la mayor parte de los casos son recién llegados a Italia los que se hospedan en el convento.

Los frailes franciscanos se muestran orgullosos por el trabajo que están realizando pues permite a muchos jóvenes "empezar una vida nueva".

El padre Stefano puntualiza que los cincos meses que el convento permite a los recién llegados hospedarse son "determinantes" para que le den un rumbo nuevo a su vida. Muchos de ellos, añade el padre, abandonan el convento antes de los cincos meses porque no son capaces de tomar "el camino correcto y caen en el mundo de la drogodependencia o el alcoholismo".

No se sigue un "método meritocrático" para escoger los refugiados que se quedan transcurridos los cincos meses, la permanencia en el convento depende del comportamiento de los mismos, resalta el Padre Stefano.

Una filosofía, la de los franciscanos de la parroquia Ripa Grande, muy en consonancia con los que el papa Francisco lleva predicando desde el inicio de su Pontificado y que explicitó la semana pasada durante la visita a un centro de ayuda a los refugiados gestionados por los jesuitas en Roma.

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