Un desierto de secuelas y minas 72 años después de la batalla de El Alamein

  • La Segunda Guerra Mundial sigue haciendo mella en la población de El Alamein, donde su desierto minado es la cara de las muchas secuelas que dejó la sangrienta batalla que tuvo lugar en 1942 en el noroeste de Egipto.

Imane Rachidi

El Alamein (Egipto), 25 oct.- La Segunda Guerra Mundial sigue haciendo mella en la población de El Alamein, donde su desierto minado es la cara de las muchas secuelas que dejó la sangrienta batalla que tuvo lugar en 1942 en el noroeste de Egipto.

Cuando el mariscal de campo nazi Erwin Rommel y las tropas alemanas ganaron la batalla a los británicos en el norte de África, no parecía que la "posguerra" en esa zona pudiese durar tantos años.

Hoy, 72 años después, sus consecuencias siguen afectando a los civiles egipcios, que confían en desarrollar el lugar con modernos complejos turísticos pese a la existencia aún de minas.

"El 60 % de un total de 8.313 casos de explosión de minas tuvieron como víctimas a civiles", reconoce a Efe el director del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) en Egipto, Ignacio Artaza.

El Ministerio egipcio de Exteriores contabilizó, desde 1982, la muerte de 697 personas por la explosión de minas en el desierto de El Alamein, mientras que otras 7.616 resultaron heridas.

Artaza celebró también la puesta en marcha esta semana de la segunda fase del proyecto conjunto de la ONU y la Unión Europea para el desminado de El Alamein, en el que se ha realizado una inyección de 4,7 millones de euros para un periodo de al menos tres años.

Los esfuerzos, según Artaza, se centran también en la educación de los niños, a través de la concienciación en los colegios, además de la asistencia a las víctimas, sobre todo con la entrega de prótesis a los que sufrieron amputaciones, y ofreciendo oportunidades económicas y de negocios.

Una fuente militar de la región explicó a Efe que el minado impide la explotación de los recursos hídricos naturales y el gas natural, así como el fomento del turismo y la industria, entre otros sectores.

Para desarrollar la zona hace falta antes eliminar el gran número de minas y materiales peligrosos que quedaron esparcidos en esa región tras el fin de la guerra y la retirada de las tropas del Eje y los aliados.

La batalla de El Alamein se registró en una amplia área situada entre la depresión de Qatara, limitando por el sur; el mar Mediterráneo, por el norte; la ciudad de Alejandría, al este, y la frontera con Libia, por el oeste.

Las Fuerzas Armadas, con ayuda de la cooperación internacional, trabajan desde 2007 para limpiar en dos fases la región de todo tipo de explosivos, que aguardan en cualquier duna del desierto el paso de los beduinos y demás civiles de la localidad, causándoles irreparables consecuencias.

Se desconoce el número total de minas que siguen esparcidas por la zona, pero en siete años fueron retiradas 23 millones de piezas.

"Normalmente se limpian zonas concretas cuando hay previsto un proyecto de construcción sobre el terreno, y siempre a petición privada", informa a Efe otro miembro del Ejército egipcio, que no quiso ser identificado.

Esta semana comenzó una nueva fase de inspección de sitios más profundos utilizando equipos mecánicos, detectores y dispositivos modernos para localizar las minas y trasladarlas a otros lugares para su desactivación.

La ejecución de esta etapa, en la que se prevé limpiar una área de 13.000 hectáreas, es una de las prioridades del Estado egipcio, según la fuente, porque se utilizará para proyectos de desarrollo.

El movimiento de las dunas desplaza y reubica las minas, haciendo que, en ocasiones, acaben a una profundidad de más de diez metros.

Además, las consecuencias del cambio climático a lo largo de los años también tienen efectos sobre la localización de estas piezas en ese terreno inestable.

Al margen de las minas y de una forma más humana, un interesante museo dentro de un campamento militar en Al Alamein rememora aquella guerra, aunque su acceso está restringido al personal castrense.

Decenas de cartas que los combatientes enviaban a sus familiares en 1942, un ajedrez que servía de pasatiempos a las tropas, unas viejas gafas redondas, cuchillas de afeitar, un mechero, armas, unas camisas blancas rotas o un paquete de tabaco trasladan al pasado a unos sorprendidos militares que se cuelan en los resquicios de una guerra todavía sin desterrar.

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