Veteranos argentinos, treinta años esperando Justicia

  • Pablo de Benedetti tenía 19 años cuando le llevaron a combatir a Malvinas. Tres décadas después, lucha por sentar en el banquillo a los mandos militares que le torturaron y reclama reconocimiento para los soldados que pelearon en la guerra contra el Reino Unido.

Mar Marín

Buenos Aires, 30 mar.- Pablo de Benedetti tenía 19 años cuando le llevaron a combatir a Malvinas. Tres décadas después, lucha por sentar en el banquillo a los mandos militares que le torturaron y reclama reconocimiento para los soldados que pelearon en la guerra contra el Reino Unido.

"Quiero denunciar mi caso para que el 'nunca más' sea en Argentina un 'nunca más' para todos, para que nunca más pasen estas cosas", asegura en una entrevista con Efe.

Como muchos otros soldados argentinos, intenta que la Corte Suprema considere delitos de lesa humanidad, imprescriptibles, las violaciones de Derechos Humanos que sufrieron en Malvinas de sus mandos militares.

Cuando el Ejército argentino invadió las islas bajo control británico, el 2 de abril de 1982, Pablo llevaba dos meses en el servicio militar, la popular "colimba", abreviatura de "corre, limpia y barre".

"No teníamos ninguna preparación. Ahí mismo nos mostraron lo que es una mina y nos dieron una charla explicando cómo se hace un campo minado", recuerda.

Considera que el Ejército hizo "una gran tarea psicológica" con los jóvenes: "Nos dijeron que todo el mundo apoyaba, que íbamos a defender a la patria y estábamos defendiendo a nuestras familias porque la guerra podía llegar a Buenos Aires".

Con una media de edad de 20 años, los soldados argentinos que combatieron en Malvinas no tenían formación militar, muchos eran analfabetos y otros apenas tenían la instrucción mínima, no contaban con equipamiento adecuado para el frío y no es posible determinar cuántos murieron por desnutrición o a consecuencia del maltrato.

Los soldados, explica De Benedetti, tenían que buscar comida extra porque los mandos almacenaban el agua y los alimentos, se quedaban con los cigarrillos y con las encomiendas que las familias de los soldados enviaban desde el continente.

Un día, tras volver de buscar agua y comida, sus superiores repararon en él y comenzaron las torturas.

"Utilizaban las trincheras que habíamos excavado y cuando se llenaban de agua helada nos metían hasta la cintura o el pecho, durante horas, eran los 'pozos de agua'. Luego seguías mojado todo el día porque no te dejaban secar", denuncia.

"Me obligaban a hacer el salto de rana al lado de un campo minado que habíamos hecho nosotros mismos, me apuntaban con un fusil y gatillaban", continúa este veterano, que estuvo a punto de perder las piernas por congelación.

Al término de la guerra, pidió la baja del Ejército y relató su experiencia ante un tribunal de justicia militar que, para su sorpresa, "me dio una hoja para que escribiera que todo estaba bien si quería irme a casa".

El retorno tampoco fue como esperaba: "Pasamos de ser los soldados de Malvinas a los locos de la guerra, nos decían que habíamos perdido la guerra y que éramos responsables".

Por eso decidió denunciar su experiencia, aunque ha sufrido la presión del Ejército también fuera del frente.

En 1985, relata en la entrevista con Efe, fue citado por un coronel del Estado Mayor del Ejército que "me dice que estoy hablando demasiado, que me estoy equivocando y que es muy feo llegar a casa y encontrarte que tu hijo ha desaparecido".

Hace poco más de un año, recibió una llamada amenazante de uno de sus superiores recomendándole que cuidara su salud.

"Pedimos justicia, que se investigue, que se castigue a los culpables. No puede ser que esta gente cobre pensiones como héroes de la guerra de Malvinas, que tengan cargos militares y sigan usando el uniforme".

Según Ernesto Alonso, del Centro de Ex-combatientes Islas Malvinas de La Plata (Cecim), los procesos por abusos en Malvinas suman más de un centenar e involucran a 80 oficiales y suboficiales.

Las torturas abarcan golpizas, estaqueamientos -también conocidos como "calabozo de campaña", que consiste en inmovilizar al soldado con palos-, picana eléctrica, pozos de agua (trincheras), violencia sexual y antisemitismo.

Pese que varios tribunales han dado la razón a los veteranos, "ningún mando militar ha sido condenado hasta ahora", denuncia Alonso.

"Quiero que sean degradados, condenados y les saquen todos los beneficios que tienen", clama De Benedetti.

Por eso sigue adelante. Por el "nunca más" y porque, después de un intento de suicidio tras la guerra, "me enganché a la vida con mis seis hijos".

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