Trump contra Trump

El presidente ve cómo se le desmorona la ventaja de ser contendiente ante un Biden sin garra que le deja que se pierda solo. La enfermedad cambia el escenario completamente ahora.

Las elecciones que decidirán si Donald Trump seguirá un segundo mandato de presidente se congelan en la fase decisiva. El forcejo que libró el martes con Joe Biden puso todo realmente feo para las próximas cuatro semanas. Trump vio cómo la ventaja del contendiente se le desmoronaba y se convertía en su principal obstáculo a la reelección. Biden solo necesitaba que se dejara llevar, a riesgo de no movilizar a la masa que le permita ganar sin crear un caos constitucional. Ahora el contagio por la Covid-19 lo deja todo en el aire.

El primer debate entre los candidatos fue difícil de seguir, sin sustancia, lleno de rencor, acusaciones e insultos. Simplemente no estuvo a la altura del momento, con la pandemia cobrándose más de 200.000 muertes. “No llevo máscara como él”, dijo desafiante, “me la pongo cuando es necesaria”. En lugar de mantener una discusión seria sobre la dirección del país, Trump superó sus propios límites al intentar controlar la escena mientras Biden parecía un púgil confundido.

Si el presidente necesitaba esta ocasión para dar un vuelco definitivo a las encuestas, la estrategia de la confusión está vez no le funcionó, en algunos momentos se le volvió en contra y la oportunidad se le evaporó. A su base seguramente le encantará la puesta en escena. No es un secreto, sin embargo, que su popularidad es más bien pobre y que necesita con urgencia recuperar la cesta de votos independientes y en los suburbios que le dieron la victoria en 2016.

El positivo por coronavirus hace improbable un segundo debate y le obliga a reajustar toda la campaña. Trump se las ingenió durante la presidencia para encontrar siempre una vía de escape. La pandemia por el coronavirus, uno de los pilares de estas elecciones, ya le había descolocado por completo y le arrebató todas las ventajas de ser presidente. La economía, por ejemplo, era su principal y único activo para hacerse con un segundo mandato. Ahora, sin embargo, es la cuestión que más preocupa a los votantes por todo el país.

La gestión de la crisis sanitaria también le derrumbó la estrategia de ataque y su campaña no fue capaz de dar con algo a lo que aferrarse para hacer daño a su rival. Además, le falla toda la maquinara de recaudación de fondos que estructuró para su reelección y desde hace tres meses el demócrata está atrayendo más donaciones. Biden no solo cuenta con recursos suficientes para aguantar el último trecho, además gasta menos y es más efectivo en los estados contenciosos.

Joe Biden tiene estructurada así la campaña como un referéndum sobre la gestión del presidente y en particular de la pandemia. Pero le cuesta generar entusiasmo por méritos propios. El 56% de los electores le apoyan simplemente porque no es Donald Trump. Como señalan desde Pew Research Center, es una indicación de que su atractivo no está tanto en las políticas que plantea ni en su registro sino en la animosidad que genera el actual presidente. 

Los dos candidatos mostraron durante los últimos meses visiones diametralmente distintas de dónde viene y hacia dónde va EE UU para captar a los electores que están en la zona violeta entre los dos grandes partidos. Biden habla de un país imperfecto que necesita mejorar, mientras que Trump resalta como su grandeza está siendo constantemente asaltada por fuerzas que quieren derrumbarlo y por eso se proclama como el único defensor de sus valores.

El mensaje de Biden se dirige a los votantes que añoran la etapa anterior a Trump, en lugar de exponer ideas arriesgadas en asuntos espinosos como la expansión de la asistencia sanitaria pública a todos los estadounidenses o el Green New Deal. El primer debate lo puso en evidencia. El demócrata se limitó a tratar de hacer que el presidente se enfrentara constantemente así mismo y eso le hizo perder varias oportunidades para apuntalar apoyos más a la izquierda.

El republicano, por su parte, cuenta con la fuerza de una base de simpatizantes muy fiel, que le ven como si caminara sobre el agua. Las mismas encuestas muestran que el 23% le apoya por su liderazgo y el 21% por sus políticas. El 19% dice que le votará porque no es Joe Biden. Pero Donald Trump está en una situación de vulnerabilidad similar a la de Hillary Clinton. De hecho, se dice que ganó en 2016 porque le apoyaron demócratas que no podían ver a su rival.

La falta de entusiasmo, sin embargo, crea una vulnerabilidad importante para el demócrata. Es cierto que las encuestas le dan a Biden una ventaja estable desde el inicio de la campaña, de ocho puntos a nivel nacional. Pero las matemáticas de los colegios electorales favorece a Trump y el contendiente republicano tampoco se hunde pese a las continuas críticas por la gestión de la pandemia, el desplome económico, los insultos a militares y el escándalo por sus impuestos. 

La baja popularidad de Trump puede tener, en todo caso, ramificaciones mayores. Es una receta segura para el desastre de los republicanos al tratar de preservar el control del Senado, como sucedió hace dos años con la Cámara de Representantes. De hecho, el margen con Biden es similar al que tuvieron los demócratas en las elecciones a medio mandato. Por eso está acelerando el ritmo de su campaña, para demostrar al electorado que va a luchar hasta el último minuto.

Trump, en todo caso, no está acabado y puede utilizar los resortes del gobierno federal a su favor. Y lo está haciendo. Está presionando, por ejemplo, para que se anuncie cuanto antes la vacuna contra el coronavirus pese a las cautelas de las farmacéuticas. El Departamento de Justicia, además, podría presentar antes de las elecciones el resultado de la investigación sobre el papel de las agencias de inteligencia en la interferencia rusa en las elecciones de 2016.

Aunque su principal línea de ataque a Biden pasa por desacreditar el voto por correo, que estas elecciones se espera masivo por la pandemia. Trump está sembrando así dudas sobre la legitimidad misma de las elecciones. La gran incógnita en un ambiente tan polarizado está en saber cuándo el perdedor aceptará el veredicto final de las urnas. Lo contrario, solo llevará a erosionar aún más la situación política a un país visto como símbolo de la democracia.